Un magnífico Juan Diego Botto revive a un Lorca divertido y apasionado en el imperdible unipersonal Una noche sin luna
La versatilidad y el carisma del actor hispano-argentina se mete en el bolsillo al público de la sala Martín Coronado incluso antes de que comience la obra, creada con fragmentos de discursos, conferencias y entrevistas, siguiendo las investigaciones de Ian Gibson, impregnadas de una poesía deliciosa
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Una noche sin luna, sobre textos de Federico García Lorca. Intérprete: Juan Diego Botto. Diseño de escenografía: Curt Allen Wilmer. Diseño de iluminación: Valentín Álvarez. Vestuario: Elda Noriega. Espacio sonoro: Pablo Martín Jones. Música original: Alejandro Pelayo. Asistente de dirección: Xenia Reguant. Dirección: Sergio Peris-Mencheta. Sala: Teatro San Martín, Corrientes 1530. Funciones: hoy, mañana y pasado mañana, a las 20; el domingo, a las 17. Duración: 105 minutos. Nuestra opinión: excelente.
Desde hace aproximadamente dos años, el intérprete hispanoargentino Juan Diego Botto viene presentando Una noche sin luna en diversas ciudades de España incluida, por supuesto, Madrid. Su performance ha tenido una recepción notable. En varias oportunidades estuvo prevista su presentación en Buenos Aires pero, recién en esta temporada, Botto llega a la Argentina para mostrarnos su capacidad interpretativa y lo hace a partir de una historia que construye como una filigrana.
No recita conocidos poemas de Lorca y apela a muy breves escenas de algunas obras, aunque hay muchas referencias a ellas. Apoyándose en fragmentos de discursos, conferencias, entrevistas y siguiendo los pasos que el destacado investigador Ian Gibson dejó plasmados en sus estudios sobre el autor granadino, Botto da forma a una historia mayor. Cuenta aspectos muy sobresalientes de Lorca, asume el rol del poeta y dramaturgo. No solo se carga el emblemático overol que el poeta vestía en tiempos en que conducía su grupo La Barraca sino que, de una manera extremadamente sensible, se transforma en aquel hombre divertido, seductor, a veces aniñado y otras, inmenso defensor de las causas justas: la defensa de la educación y la cultura, la libertad de expresión, la exclusión de los más débiles. Y siempre convencido de que la actividad teatral podía transformar al ser humano.
Cuando se asiste a un unipersonal no hay nada más bonito que quien interpreta tome de la mano al espectador y lo arrastre con él para de esa manera poder conocer en profundidad el universo del personaje que recrea. Eso hace Botto desde el comienzo del espectáculo. Empieza exponiendo algunos textos de Comedia sin título, la pieza de Lorca que nunca llegó a concluir y con ellos nos alerta sobre el tono, el ritmo y las cualidades que va a tener el espectáculo.
Luego repasará momentos de la vida del artista. Lo hará exponiendo momentos donde muestra claramente su derrotero artístico y también su postura ideológica frente a aquella Europa convulsionada en la que le tocó vivir. Son sumamente intensos los fragmentos donde describe su costado homosexual. Y si bien esos instantes son muy dolorosos, también es interesante la forma que Botto los transita porque, tal como los expone, demuestra que Lorca asumía esa realidad con una libertad increíble para la época.
Es difícil resumir la cantidad de momentos por los que transita el personaje. Todos ellos impregnados de una poesía deliciosa y porque lo es, quien observa no deja de conectarse más y más con esas dos personalidades, la de quien narra (exquisita y cautivante) y la de quien es narrado (un excéntrico adorable con un potencial intelectual admirable).
Juan Diego Botto es un intérprete magnífico. Desde que se presenta en escena y empieza a conversar con el público (eso hace al comienzo) tiene la capacidad de convencer, nada menos que a la platea colmada de la Martín Coronado del San Martín, con una cantidad de recursos inigualable. Su cuerpo se dispone a jugar de una manera tan intensa que con él logra recrear distintos personajes, situaciones, desplegar los gestos y las actitudes más impensadas y las otras, aquellas que, seguramente, muchos espectadores conocen por lecturas, anécdotas. Recordemos que Federico García Lorca estuvo en Buenos Aires durante dos meses en la década del 30 y sedujo con su obra y su personalidad a una amplia comunidad intelectual.
La versatilidad del actor es tal que, por momentos, es Federico García Lorca quien se expresa. Esa imagen es tan convincente, tan conmovedora y tan segura, que no hay posibilidad de escapar de ella. Por el contrario, retiene aun más la atención de quien observa y abre su imaginario y lo alimenta con unos pensamientos propios de un ser que poseía una sabiduría avasallante.
Sin duda el actor, junto al director Sergio Peris- Mencheta, han construido esta experiencia de una manera tan minuciosa que, cada detalle posee la potencia necesaria para que durante 105 minutos la acción se vaya consolidando para dar más trascendencia al espectáculo.
Una noche sin luna (el poeta muchas veces citó a la luna en sus creaciones; en Bodas de sangre le dio entidad convirtiéndola en personaje; la noche en que fue fusilado, lamentablemente, la luna no estaba en el cielo) es un texto de una vigencia extraordinaria. Por un lado, en España, con el avance de la derecha, seguramente debe resonar con fuerza y, por otro, porque para el colectivo LGBTQ+ mostrar tal libremente al creador en su costado homosexual y de una manera tan delicada y apasionada, resulta un acto de reivindicación impresionante. Nunca se lo había mostrado a Lorca de esa manera sobre un escenario porteño.
Es muy atractivo el diseño escenográfico de Curt Allen Wilmer. Una serie de trampas sobre un gran tablado le posibilitan al intérprete ir rescatando objetos con los que irá armando unas escenas plagadas de simbolismos.
El proyecto apunta constantemente al rescate de la memoria. Con la convicción que solo repasando el pasado podrá construirse un presente en el que podrán saldarse muchas deudas. El cuerpo de Federico García Lorca sigue descansando bajo la tierra. Nunca fue recuperado. Pero gracias al recuerdo podemos tenerlo presente a él y a tanto otros que construyeron una historia, en este caso teatral, que posee una vitalidad extraordinaria.
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