Un guapo del 900: los tiempos cambian, los conflictos políticos son los mismos
En la misma noche del fallecimiento de Roberto “Tito” Cossa, la versión que el dramaturgo revisó para nuestros tiempos debutó en el Teatro Cervantes con gran emoción de los presentes
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Autor: Samuel Eichelbaum. Versión: Roberto Cossa. Intérpretes: Juan Manuel Correa, Patricia Durán, Gabriel Fernández, Celeste García Satur, Darío Levy, Miguel Sorrentino. Música en escena: Carla “Char” Vianello. Vestuario: María Armentano. Escenografía: Alejandro Mateo. Iluminación: Horacio Novelle. Música original: Mariano Cossa. Coreografía: Mecha Fernández. Dirección: Jorge Graciosi. Sala: Teatro Nacional Cervantes, Libertad 815. Funciones: jueves a domingos a las 20. Duración: 75 minutos. Nuestra opinión: buena.
Revisitar un clásico de la dramaturgia nacional siempre genera muchas expectativas entre los espectadores. En esta oportunidad tenía un plus, la versión corría por cuenta de Roberto “Tito” Cossa, uno de los creadores más importantes del teatro nacional, referente importante de la corriente realista de la dramaturgia argentina. Lamentablemente el estreno se produjo el día en que Cossa falleció. Por tal motivo, su familia decidió que el estreno debía realizarse de todos modos. Quizá por eso que “el espectáculo debe continuar” o porque el teatro es ese signo vital que conduce al público a reflexionar sobre su realidad dentro de la sociedad en la cual vive y no hay que detenerse. Y de eso, Cossa sabía bastante.
Una vez que transcurrió la función, los discursos del director de la obra, Jorge Graciosi y del director del Teatro Nacional Cervantes, Gonzalo Demaría, fueron muy breves. La emoción se instaló en ambos y, como dijo Graciosi, “Cossa se despidió con un estreno y a sala llena”.
La versión de Un guapo del 900 de Samuel Eichelbaum, una obra emblemática dentro de la historia teatral de nuestro país, fue reducida por Roberto Cossa. Estructurada originalmente en tres actos y seis cuadros, con veinticinco personajes, se condensó a seis personajes. El autor quitó aquellas escenas que aportaban el marco de la realidad social que se vivía en la época (la pieza se estrenó en 1940, bajo la dirección de Armando Discépolo, en el desaparecido teatro Marconi), un submundo orillero en el que convivían seres que, o vivían en la extrema pobreza o eran leales a un político de turno a quien le hacían ciertos favores, como conseguirles votos a la hora de las elecciones.
Cossa recrea aquellas situaciones en las que asoman los mayores conflictos de la pieza y que posibilitan conocer más en profundidad las personalidades de los seres que forman parte de ellas.
Ecuménico López, uno de los protagonistas, es leal a un político radical, Alejo Garay, y es tal su lealtad que decide matar a su opositor, Clemente Ordoñez (Conservador), porque tiene información de que él mantiene una historia amorosa con la mujer de Garay. Este sabe que esa violencia la ejerce Ecuménico, y aunque él lo niegue, Garay lo manda preso porque reconoce que la sociedad puede involucrarlo en esa desgracia.
Natividad, su madre, una mujer empoderada, que posee una fuerza arrolladora, intentará sacar a su hijo de la cárcel, convencida de que él no ha sido capaz de tal acto, confiada en que el muchacho cuando dice algo, eso es una verdad que no puede cuestionarse.
Buena parte de la dramaturgia argentina de las décadas del 40, 50, 60, resultan muy difíciles de traer al presente porque hablan de un tiempo determinado, acotado por la historia del país. Y, extrañamente o no, el espectador reclama un registro de actuación que, lamentablemente, ya no existe. Excepto que se convoque a actores formados en los años 50 o 60.
Registro actual
No es el caso de esta puesta, casi de cámara, que desarrolla Jorge Graciosi. El director busca aquella impronta interpretativa en actores que no pueden dársela. Entonces, Ecuménico termina siendo un caudillo cuyo conflicto pasa de ser un hombre que busca convertirse en leal a su líder político pero también a esa arrolladora madre que intenta contenerlo. Y Natividad se esfuerza por lograr una integridad que no llega a conmover al cabo del espectáculo.
Graciosi intenta que sus intérpretes obtengan un registro actoral que desconocen y entonces los conduce a recrear un estereotipo. Y esos actores lo logran, medianamente. Sería más interesante que los ubique en el presenta, en el cual sigue habiendo muchos Ecuménicos y muchas Natividades, pero con cualidades actuales.
Por qué Juan Manuel Correa, que es un excelente actor, atraviesa un proceso creativo en el que su voz, su corporalidad, están totalmente distorsionados. Compone a un guapo de los años 40 y esto lo obliga a modificar notablemente su proceso de creación. Se lo nota limitado. Proviene de un mundo que desconoce y en el cual no sabe como encallar. Pero aun así, sale airoso.
Lo mismo sucede con el resto de los intérpretes, están fuera de un universo que ellos pueden contener. Son como maquetas que reproducen a Eichelbaum pero no a Roberto Cossa.
Aún así el espectáculo llega al espectador. Sea en esta función por el homenaje a Cossa o porque la historia de Samuel Eichelbaum aun sigue provocándonos. Porque hay cuestiones del sistema político que nos arrastran y continúan problematizándonos como sociedad.
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