Un espíritu que rompió barreras
Yo soy mi propia mujer , de Doug Wright, con traducción y adaptación de Fernando Masllorens y Federico González del Pino. Intérprete: Julio Chávez. Iluminación: Félix Monti. Escenografía: Gabriel Carrascal. Música: Diego Vainer. Vestuario: Cristina Villamor. Dirección: Agustín Alezzo. En Multiteatro. Duración: 85 minutos.
Nuestra opinión: bueno
Un fino y profundo trabajo de investigación realizó Doug Wright sobre la vida del marqués de Sade, que se vio reflejado en Quills, obra llevada al cine por Philip Kaufman, en 2000, conocida en nuestro país como Letras prohibidas. Algo similar quiso hacer el autor con la historia de Charlotte von Mahlsdorf, un alemán de Berlín del Este que tras asumir su condición de homosexual tuvo la valentía de aparecer ante la sociedad de su época travestido con la última moda.
Este personaje, Lothar Berfelde, tal su nombre real, que nació en 1928 y murió en 2002, vivió diferentes, siniestras y peligrosas instancias políticas durante la dominación nazi y comunista, no sólo por su condición de homosexual en una sociedad homofóbica, que asumió desafiante, sino también por haber asesinado a su padre, un hombre golpeador que amenazaba constantemente la vida de su madre y la suya propia.
Si bien su condición de coleccionista de fonógrafos, gramófonos y muebles antiguos le valió el reconocimiento del gobierno alemán después de la caída del Muro de Berlín en 1989, durante los años del comunismo esta actividad lo colocó bajo la sospechosa mirada de la policía política alemana, que lo utilizó como informante y colaborador, realidad que quedó en evidencia cuando se abrieron los archivos oficiales en 1992.
La versión teatral
Wright, que había comenzado las entrevistas en 1990, al enfrentarse a este descubrimiento tuvo una crisis de escritura que logró superar no sin algunas reticencias.
Con un estilo narrativo y descriptivo, el autor se coloca como un segundo personaje que cuenta esta historia basándose en las entrevistas reales que le realizó a Charlotte. Este recurso hace que durante toda la propuesta se mantenga un tono discursivo en detrimento de la acción dramática y se dilate la extensión de la pieza.
Por otro lado, la mirada que vuelca el autor sobre la situación sociopolítica de esa época tiene una impronta superficial al acentuar más el peso anecdótico que el dramático.
Ser un parricida es, en la mayoría de los casos, una carga moral de gran envergadura en cualquier momento y lugar; ser homosexual, y demostrarlo, en la Alemania nazi llevaba un riesgo punitivo que se podía pagar con la vida; ser un transgresor de las prohibiciones cívicas que imponían los comunistas sobre las libertades individuales no era un tema menor. Estas son actitudes de apabullante contundencia que no pueden menos que conmover. Sin embargo, desde el texto es una sensación que no se percibe.
Sólo la actuación de Julio Chávez consigue volcar sobre este patético personaje, en el sentido más literal, una dosis de emoción. Desdoblado en los dos personajes, el autor y el protagonista, Chávez, guiado por la certera y hábil mano de Agustín Alezzo, logra la difícil y riesgosa transformación, al elaborar al primero con cierto distanciamiento, y a Charlotte, con una mesurada composición exterior que en algunos momentos no se ve respaldada por un compromiso interno, pero que de cualquier forma resulta convincente.
En la puesta, el director también aporta una precisa dinámica para agilizar los tiempos de la narración; aunque recurre en algunos casos a objetos imaginarios, y en otros, a miniaturas, eso no altera el contenido dramático. Quizás una mayor variedad de contrastes lumínicos hubiera favorecido la hechura visual. Por otro lado, el vestuario se suma desde su austeridad para complementar el tono de la puesta.
La gran tarea queda reservada en este caso para Julio Chávez, que sostiene con un arduo y solitario trabajo el peso de interpretar a los dos personajes en forma sucesiva, que se distinguen corporalmente y vocalmente (uno de ellos con acento alemán), y con poco paréntesis de tiempo para recomponerse.
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