MAR DEL PLATA .- Cuando su hijo de casi dos años no le reclama atención, Carlos Rottemberg puede cumplir a rajatabla con las rutinas veraniegas que forjó a repetición durante cada una de las 40 temporadas que pasó produciendo teatro en Mar del Plata: mañanas de madrugar, leer diarios, escuchar radios, contestar llamados; de recorrer boleterías, de reuniones en short de baño y ojotas en su oficina, y de escapadas veloces hasta la panadería, dos figacitas, dos rodajas de matambre y coca light (para creer que hace dieta); tardes en familia al sol y ahora también, tardes de castillos de arena; noches detrás de escena, que todo funcione bien y si no, cambiar la lamparita, el cuerito o lo que haga falta, porque el show debe continuar; trasnoches de cenas postfunción, de alentar a los elencos y a los 300 empleados que ponen sus seis teatros en marcha. Rottemberg está cumpliendo 40 veranos: de récords, de vacas flacas, veranos de tragedia y de comedia, de anécdotas para cargar en carretilla.
El WhatsApp se activa temprano y Carlos envía respuestas eficientes: si le piden una nota para la radio, no dice “sí”, dice “a qué hora” y se agenda; si le preguntan cómo fue la temporada, envía como respuesta un texto que ya tiene escrito de antemano con su balance; si un actor le dice que está enfermo, le manda el médico; si hay problemas en uno de sus teatros dice “ahora voy”.
Pero cuando el bebé se despierta temprano y llora, Carlos abandona sus celulares, lo acuna y con el dedo índice dibuja círculos en la palma del niño: “Sore, cavore, catore”, recita, como una oración cuyo significado literal nunca conoció porque intuyó ancestral. Lo es. El libro autobiográfico que su padre, Miguel Rottenberg –así , con N-, escribió con motivo de sus 84 años, comienza así: “Otoño de 1937. Nubes de tormenta atraviesan el cielo. El niño, sentado sobre el regazo del abuelo, extiende la palma de su manito. El hombre la toma y describe círculos que terminan en cosquillas, mientras murmura en polaco: “Sore, cavore, catore”. El pequeño ríe”.
Al parecer, fue su padre quien le heredó una memoria privilegiada. Carlos es famoso por recordar con lujo de detalles, con día y horario episodios de su historia. Pero hacer memoria lo sensibiliza. Quizás porque mirar atrás es verse de afuera, ver el propio esfuerzo, verse tanto fracasado como triunfal, ver la pasión que lo hizo llegar adonde quería llegar. ¿A dónde? “Soy el antimarketing de esta profesión. No creo en el showbusiness, no creo en las lucecitas de colores. Porque el día que tenés que entrar al quirófano, si no tenés alguien de tus afectos dándote la mano para entrar, ¿de qué te sirve todo lo demás?”, dice, en la primera de muchas aproximaciones a la definición de éxito que lo representan.
“Soy un convencido de que los teatros sobreviven a las personas y a las empresas. Eso es lo que más me honra de estas cuarenta temporadas en la ciudad”
Como cada vez que habla de sus afectos, se emociona. Pero alguien golpea la puerta, y es uno de los empleados que también trabaja hace 40 años. La noche anterior fueron a cenar para celebrar. Eran 300 personas y hubo brindis hasta altas horas de la madrugada. Se hacen chistes al respecto y vuelven a repasar un asunto administrativo porque el objetivo común, el teatro, está antes que todo. Y después de todo también. “Soy un convencido de que los teatros sobreviven a las personas y a las empresas. Eso es lo que más me honra de estas cuarenta temporadas en la ciudad”.
Seis fotografías decoran la oficina de Rottemberg, arriba del teatro Lido. Son sus salas marplatenses: Lido, Mar del Plata, Neptuno, Bristol, América y Atlas. Apartada, reposa una foto más, la del teatro Corrientes, el primero que construyó y que ya no es de su propiedad. Hace cuatro años, tuvo que venderlo para afrontar el comienzo de los peores años del teatro en Mar del Plata (que tuvo su punto álgido en 2017 con la peor temporada de la historia). Tanto le dolió que hoy no puede pasar por su puerta: evita Corrientes y San Martín aunque tenga que dar toda una vuelta para ello. "Lo que más me honra de toda la gestión es haber construido teatros donde no había. El América era un cine que se iba a cerrar y lo tomé para convertirlo en sala. El teatro Corrientes, era un restaurante cerrado.
Mi energía está puesta en crear teatros. Alguien los explotará después. Alguna vez alguien me dijo que no era artístico hacer teatro, que el arte es hacer la obra. Pero si todos vamos a tomar esa posición, nadie haría más salas".
En el cajón de su escritorio hay 40 libretitas: son más chicas que un celular, azules, con dibujos de llamas amarillas, prolijamente etiquetadas por año, y en su interior contienen el detalle del bordereaux de cada temporada. Fecha de comienzo y de final. Recaudación, butacas vendidas, número de funciones. Día por día y el total. Por eso, no hay nadie mejor que él para analizar las fluctuaciones del teatro marplatense. Tiene una base de datos en su cabeza que procesa mientras habla y extrae conclusiones sin cesar: "Entre la última semana de diciembre y enero [la cantidad de público] da exactamente la mitad de lo que da febrero y marzo. Esto se mantiene en los últimos 20 años. Hace cuarenta años febrero era más fuerte que enero. Ahora febrero es un público sin chicos. Es un público más teatrero”, dice, al tiempo que augura para este verano un corrimiento de la temporada hasta Semana Santa, que será XL porque engancha con el feriado del 2 de abril. Así, su balance 2018 es positivo: después de un 2016 en caída y un 2017 que lo obligó a cerrar tres salas para evitar pérdidas, este verano se declara en “empate técnico” con el 2015, cuando las cosas todavía no iban tan mal: “En una especie de ‘Juego de la Oca’ virtual recuperamos entonces dos bienvenidos casilleros, que no es lo mismo que ganar el partido”, analiza. Su mirada es macro. No mira sólo un resultado. Mira todos. Y si no los tiene a la vista, allí, en el primer cajón, están las libretitas. “Me considero un tipo organizado y obsesivo. Si en 43 años estrené 900 títulos [contando sus estrenos en Buenos Aires] y la presión no me sube más de 13/8 es porque soy organizado”, dice. Le gusta reírse de sí mismo. No le gustan las fotos, pero posa “todo lo que haga falta”, propone escenas, actúa y pregunta si necesitamos más. No le interesa figurar. Le interesa estar. Resolver. Hacer. Es el productor por antonomasia. “No tengo puesto mi nombre en nada porque creo que el productor es el nexo entre el público y el talento. No gastaría una línea para poner mi nombre, porque no le interesa a nadie. Lo que interesa es el contenido. El éxito es del contenido y el fracaso también. Cuando un productor sale a hablar de lo bien que hace las cosas, bueno, que salga a hablar. Yo creo que el productor es un vehículo, tiene que hacer bien las cosas, pero no es el que convoca”.
Su auto tiene un estacionamiento reservado en la puerta del Lido. Maneja hasta la zona de Playa Grande, donde fijó su residencia marplatense desde 1991. "Tengo una doble vida: mi grupo de amigos, mi médico, mi dentista en Mar del Plata, mi departamento. He pasado algunos años más de la mitad de las noches durmiendo en esta ciudad", dice, feliz con la proeza. Son las 15, hora en que su hijo y su mujer lo esperan listos para bajar a la arena. Suena el teléfono, lo atiende en modo “manos libres”, le preguntan por un actor que tiene que viajar a hacer otras funciones en la costa. Autoriza. Corta. Llama a su mujer. “Llego en diez”.
No soy de los que creen que siempre triunfa el mal. Sí creo en la gente. Y me fue bien creyendo en la gente.""
“Hasta las 7 de la tarde todos los que trabajamos en el teatro desaparecemos. Hacemos la misma rutina que hace el espectador. Nos pegamos la ducha después de la playa y en vez de sentarnos en la platea estamos en el teatro detrás de escena”. 40 años después, ¿debe Carlos Rottemberg estar tras bambalinas atento a las contingencias? “Claro que sí. Si en una casa uno tiene un cuerito de la canilla que cambiar cada día, en estos teatros tenés cientos de cueritos. Tito Lectoure decía que cuando empezaban a pintar el Luna Park, arrancaban por la esquina de Corrientes y Bouchard, después Madero, Lavalle y cuando terminaban de pintar había que empezar de nuevo. Siempre están los cueritos. Siempre. En las funciones, en los techos que se inundan los días de lluvia, en los equipos de refrigeración que se paran, desde un actor que se descompuso hasta un espectador que tenés que llamar a la ambulancia. Mientras el actor está descansando nosotros tenemos que estar haciendo todo lo demás para que cuando venga al teatro esté todo listo”.
- Si los teatros trascienden a las personas, ¿qué te gustaría que quede en ellos de vos?
-Que tuve una línea ética en mi vida en cualquier etapa de mi vida. Me gusta caminar con la frente alta. Soy de los que cree que ser honesto además de una necesidad y una obligación, hasta es buen negocio. No soy de los que creen que siempre triunfa el mal. Sí creo en la gente. Y me fue bien creyendo en la gente.
La temporada marplatense en números
La mejor temporada histórica: 1987 con 760.000 entradas vendidas.
Hasta 2010 el promedio fue 400.000
De 2011 a 2014: empieza la caída, con un promedio de 300.000.
2015: 350.000
2016: 250.000
2017: menos de 200.000, la peor de la historia.
2018: el pronóstico apunta a alcanzar las 350.000 en Semana Santa.
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