Un delirante mundo de perdedores y solitarios
Patricio Abadi escribió monólogos muy sólidos
Ya no pienso en matambre ni le temo al vacío. Texto y dirección: Patricio Abadi. Intérpretes: Patricio Abadi, Sergio Barattucci, Umbra Colombo, Natalia Farano, Marcelo Frasca, Eugenia Iturbe, Junior Lareo y Cecilia Layus. Vestuario: Ana Nieves Ventura. Escenografía: Lorena Booth y Luciana Rodríguez. Iluminación: Hernando Dávalos. Música: Eugenia Iturbe. Letras de canciones: Patricio Abadi. Asistente de dirección: Antonella Sturla. Coreografía: Sofía Mazza. Teatro El Piccolino, Fitz Roy 2056 (4779-0353). Entradas: 20 y 25 pesos. Viernes, a las 23.15. Duración: 50 minutos.
Nuestra opinión: buena
La soledad en su máxima expresión es la que busca retratar Patricio Abadi en esta propuesta que reúne a un grupo de perdedores en una suerte de cabaret olvidado en el medio de alguna ruta del interior. Carne-vil se llama ese pequeño tugurio por donde pasan casi sin querer los seres que le dan vida, y mucha, a la obra. En un tono que resulta la sumatoria de varios, Abadi construyó su relato a partir de sólidos monólogos que, en definitiva, hablan más o menos de lo mismo: el desamor, la incomprensión, el abandono, el deseo.
Así, aparece Marucha (Eugenia Iturbe), una chica de tierra adentro a la que le gusta cantar y arrastrar las erres. El trabajo de Iturbe parecería que va por carriles paralelos, entre sus emociones y el delirio de los textos que tiene su canto, lo que le da un grado de ternura arrasadora a la vez que le otorga alguno de los momentos más divertidos de la obra. Sergio Barattucci, en el papel de Roast Beef, es protagonista de otro buen momento: su criatura recuerda un encuentro amoroso casi surrealista con una ex compañera de trabajo a la que, evidentemente, no puede olvidar. Altas dosis de un erotismo verbal desmesurado que provoca el mismo nivel de risa en el público.
Todos y cada uno de los personajes de este stand up involuntario tiene hallazgos. Sin duda, se lucen Cecilia Layus y su Palomita suicida y Umbra Colombo, en el papel de Chiquizuela, una maestra de primaria que seduce a un alumno con tanto amor y tanta convicción que asusta y enternece a la vez. Quizás el único personaje que va un poco en contra del clima creado es el del propio Abadi, que interpreta a Seso, un carnicero poeta que, si bien tiene un texto y una historia que resulta curiosa y original, en el conjunto queda un poco descolocada.
De todas maneras, el resultado de Ya no pienso en matambre ni le temo al vacío es sumamente alentador y, sobre todo, refrescante por el nivel de descaro con que este grupo de actores se planta en escena. El absurdo que recorren, con lógica propia, atrapa la atención de un público que no puede más que sorprenderse, a cada minuto, por lo que ve.
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