Un curioso y estimulante bosque de símbolos
Yo escribo, vos dibujas
Nuestra opinión: muy buena
Dramaturgia y dirección: Federico León. Intérpretes: Claudia Schijman, Felipe Boucau, Ariel Bar-On, Stella Maris Isoldi, Ulises Bercovich, María Luz Silva y otros. Música: Diego Vainer. Iluminación: David Seldes. Teatro: Cervantes. Funciones: hoy, mañana y pasado, a las 19.15 y 21.30. Duración: 70 minutos.
Tarda el espectador en adecuarse a las coordenadas que propone el espacio. Hay una pileta a la que le arrojan un muñeco inflable. Hay una heladera. Hay gente disparando bazukas de juguete. Hay un aro de básquet. Hay un autito de juguete que anda. Hay un pibe en skate. Hay tres personas dibujando. Hay un maestro de ajedrez jugando simultáneas. Y un largo etcétera. El público deambula en ese bosque de símbolos donde todo es estímulo, pero nada parece ser claro. Puede ser difícil, de a ratos, determinar quién es actor y quién es público, qué es ficción y qué no. Pasear por ahí puede resultar entretenido, con los ruidos de los mecanismos y la ausencia de palabra hablada, pero esta mezcla de juguetes y coordenadas difusas invita a la posibilidad de una propuesta en la que el concepto esté por delante y lo teatral quede rezagado.
Pero, justo cuando tiene que suceder, empiezan a circular pistas en forma de breves textos. No son pistas que resuelvan las incógnitas planteadas; son preguntas que invitan a generar un pequeño orden en el caos reinante, hacen correr sospechas, intrigas y posibilidades entre las postas que existen. La mirada del espectador, que siempre es una máquina de producir sentido, es guiada de una forma no intrusiva, se puede buscar abarcar la totalidad, pero siempre hay engranajes que se pierden. La pieza hace picar la curiosidad, empiezan a sugerirse recorridos que uno nunca alcanza a completar. Irrumpe así el sentido, el caos empieza a mostrar su organización, pero no se pierde la capacidad de sorpresa. Un giro de cabeza puede hacer que uno se encuentre con una estructura enorme que antes no estaba, con un gesto mínimo de un actor que ahora resulta lleno de testigos, hasta dónde hay marcación desde la dirección y dónde empieza el movimiento improvisado es algo que no se puede definir y que, pronto, empieza a parecer superfluo. Yo escribo, vos dibujás es, con esto, un sueño realizado, es la posibilidad de caminar, tocar y recorrer un espacio onírico. Por lo general, los sentidos propuestos son enormemente abiertos y, sin embargo, quien hable con otros que hayan estado ahí encontrará que todos han vivido en ese recorrido algo profundamente personal.
Hay una segunda parte de la obra, una en la que sí entra la palabra hablada, en la que Claudia Schijman hace una mezcla de performance y conferencia de autoayuda. Se explican, con un humor difícil de calificar pero fácil de entender, algunos conceptos que pueden estar relacionados con la primera parte. La ascendencia jungiana de la propuesta, los arquetipos, la sincronicidad, las relaciones entre orden y caos son aquí presentadas de nuevo, de una forma divertida y comprensible que no es condescendiente ni está solo destinada a especialistas. Sin embargo, hay algo de la enorme fuerza de la primera parte que se estabiliza en la segunda y termina perdiendo intensidad.
Yo escribo, vos dibujás es, además, profundamente teatral. Porque el teatro sigue siendo ese arte pesado en el que, como Pasolini notaba, cada cosa está representada por sí misma. El teatro utiliza en su materialidad los mismos signos de la realidad, la heladera de la obra de León no es distinta a la que puede estar en una casa. Y, sin embargo, con esa materia se arma ficción. Si la ficción puede armarse con los signos de la realidad, entonces es probable que toda obra teatral denuncie que cualquier realidad es, también, una ficción. Pocos autores nacionales muestran eso con tanta claridad, lo inverosímil no es el teatro, es lo que pasa afuera. Basta ver las caras de los espectadores al salir, sin saber si lo que ocurrió fue real o si todavía es todo parte de un sueño que sucede en el Cervantes. Federico León tensa las posibilidades entre realidad y ficción, entre sueño y vigilia. Encuentra mecanismos escénicos para llevarlo a cabo y tiene una enorme decisión para plantear justamente lo que quiere, en un teatro que nunca olvida algunas máximas: ser entretenido, que haya cuerpos en escena capaces de transmitir, que haya juego, que haya otra forma de ver el teatro y la vida.
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