Un cuento para volver a mirar
Disney demuestra otra vez cómo se hace un musical
La Bella y la Bestia . Música: Alan Menken. Letra: Howard Ashman y Tim Rice. Libro: Linda Woolverton. Directora y coreógrafa asociada: Jaqueline Dunnley-Wendt. Supevisor musical: Paul Christ. Con: Martín Ruiz, Magalí Sánchez Alleno, Federico Moore, Carlos Silveyra, Ricardo Bangueses, Marisol Otero, Rodolfo Valss, Roger González, Tiki Lovera, Ana Fontán, Agustín Fernández, ensamble y orquesta en vivo. Equipo para Argentina: Dennis W. Moyes, escenografía; Tracy Christensen, vestuario; Michael Odam, iluminación; Genevieve Petitpierre, supervisora vestuario y maquillaje. Director musical: Gerardo Gardelín. Teatro Citi. Duración: 160 minutos.
Nuestra opinión: muy buena
"Magia es lo que hubo aquí", canta Bella hacia el final, cuando todavía tiene a la Bestia en sus brazos. Y, casi sin querer, esa frase define todo lo que sucedió sobre el escenario durante algo más de dos horas y media.
La puesta de Disney que desembarca por segunda vez en Buenos Aires tiene la virtud de generar esas sensaciones que se sienten cuando uno se enfrenta por primera vez a una historia. No importa cuántas veces uno haya leído el libro, visto la película o curioseado en Internet momentos del musical, esta historia vuelve a generar emoción, intriga, suspenso, risa, miedo, ternura y felicidad. De un romanticismo de cuento, la pieza toma de la nariz al espectador (hasta al más reacio) y lo lleva de paseo. Es un placer dejarse mecer por las melodías y las canciones que dan vida a cada cuadro, sensaciones que se complementan con otras que produce un elenco de muy alto nivel -del primero al último- que se entrega a cada personaje con un entusiasmo contagioso. Ellos son los que, más allá de la escenografía y el vestuario, le dan verdadera vida a la puesta.
El dúo protagonista está integrado por una Bella que pareciera haber salido directamente del cuento. Magalí Sánchez Alleno no sólo es la imagen misma de la Bella que todos tenemos grabada a fuego en la cabeza, sino que logra dotarla de una energía que equilibra dulzura y fortaleza, la misma que requiere esa princesa personal y nada fácil de etiquetar. Sánchez Alleno tiene la oportunidad no sólo de cantar y darle rienda suelta a su hermosa voz, sino que, desde la actuación, llena de matices a su personaje y así consigue altos grados de verdad.
Martín Ruiz, por su parte, encarna a una Bestia feroz que esconde a un ser frágil, asustado y lleno de ternura. Quizás el único punto a marcar sea que hay un salto demasiado abrupto entre una faceta y la otra, que se nota sobre todo en el tono de su rugido aterrador y su melodioso tono de voz. Igualmente es apenas un detalle, ya que este actor marplatense logra convertir -cuando el personaje lo requiere- a su Bestia en un ser querible que tiene mucho de niño y poco de monstruo. Su enamoramiento es tan tangible que emociona de verdad, lo que queda plasmado muchas veces, pero en ninguna como cuando canta "Si no puedo amarla".
Un encanto son también sus sirvientes-objetos con los que la Bestia consigue muchos momentos de buen humor. Carlos Silveyra y Ana Fontán descuellan en Lumière y Babette, respectivamente. Y no se quedan atrás Ricardo Bangueses con su Dindón, Tiki Lovera con su Madame de la Grand Bouche y Marisol Otero como la Señora Potts, que canta el tema emblema de La Bella y la Bestia con una solvencia que sigue hablando de su talento.
La impronta de cómic está presente no sólo en el exquisito trabajo de los maquilladores y de los retocadores del vestuario (que lo trataron como si fuesen lienzos de pintor), sino en las precisas marcaciones de los actores. Sin dudas, el que consigue más eficacia en este punto es Federico Moore con su Gastón, que es el dibujo acabado de un bravucón poco acostumbrado a que le digan que no. Buena dupla arma con Lefou, interpretado por el mexicano Roger González; juntos logran mucha empatía con los más chicos a partir de bien logrados gags físicos. Y Rodolfo Valss, con su viejo Maurice, vuelve a encantar con su particular y bella voz.
El nivel de detalle preciso y precioso en la escenografía, en el vestuario y en el maquillaje se equipara perfectamente con la magnificencia y el brillo (en más de un sentido) que se destacan en los mismos rubros y en otros, como en el de la coreografía. Todo está pensado y realizado de tal manera que al espectador le cuesta un buen rato cerrar la boca o dejar de sonreír. Además, la música en vivo otorga la textura aireada que nunca un pista grabada podría conseguir.
Toda la maquinaria que se pone en marcha en esta obra es inmensa y casi imposible de describir sin olvidarse de algo. Pero lo más llamativo es que no es un esplendor artificioso y vacuo, sino que está lleno de vida y de emociones que dejan al espectador feliz por un buen rato luego de que bajó el telón.
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