Un contundente texto de Albee
"¿Quién le teme a Virginia Woolf?" , de Edward Albee, traducción y adaptación de Fernando Masllorens y Federico González del Pino. Elenco: Arturo Puig, Selva Alemán, Claudio Tolcachir y Eleonora Wexler. Escenografía: Graciela Galán. Vestuario: Marta Albertinazzi. Luces: Jorge Pastorino. Música: Carmen Baliero. Director: Luciano Suardi. En el Regina.
Nuestra opinión: muy bueno
El abuso contemporáneo de palabrotas y groserías, en el habla cotidiana y en los medios audiovisuales, ha desactivado la aureola de escándalo que rodeó a "¿Quién le teme a Virginia Woolf?" cuando su estreno, en 1962. Ya no hay público en el mundo que se ofenda por ese lenguaje, de modo que la obra maestra de Edward Albee (1928; autor también de "La historia del zoo", "Delicado equilibrio", "Tres mujeres altas"; dos veces ganador del premio Pulitzer) puede oírse y disfrutarse hoy con una libertad de la que entonces se carecía.
Libertad entendida no como licencia para convertir en cloaca el don humano de la palabra, sino para apreciar como es debido la sólida estructura de la pieza, rigurosamente clásica (unidad aristotélica de tiempo, lugar y acción), y su análisis impiadoso de una sociedad y una época condensadas en un medio que por primera vez sufrió semejante indagación: el ámbito universitario norteamericano. Dentro de esa vigorosa democracia que, con inevitables defectos, funciona (o funcionaba, al menos hasta hace poco), los universitarios han formado una casta jerárquica aparte, tan estricta en sus compartimientos como la sociedad británica, o más.
Así se entiende el dominio absoluto que la protagonista, Martha, ejerce con saña sobre su marido, George, al que acusa de no tener agallas suficientes para conducir la cátedra de Historia en la universidad cuyo presidente es el padre de ella y de ser un fracasado sin remedio. El padre no aparece en escena pero, como el espectro que acosa a Hamlet, pesa sobre la pareja, actúa como el mayor obstáculo en la carrera de George, obligando a hacer incesantes comparaciones. Esa mujer inteligente, que conserva los rastros de su belleza y es todavía seductora, a la que el desengaño conyugal ha convertido en una furia, idolatra al padre y asegura que el sentimiento es recíproco. George parece resignado a la humillación perpetua. Para ambos, llegados ya a la madurez y tras veintidós años de casados (él es bastante menor que Martha, y no deja de subrayarlo), el alcohol y los insultos son la única posibilidad de convivencia.
El infierno conyugal
Ningún dramaturgo moderno, desde Strindberg ("Danza macabra", "Padre", "Acreedores"), ha pintado, como Albee en "¿Quién le teme ?", el infierno conyugal con semejante ferocidad. Martha y George vuelven de una fiesta en la universidad, donde los cultísimos profesores se divirtieron con una broma tonta: modificaron el estribillo del famoso dibujo animado de Disney "Los tres chanchitos" ("Who s Afraid of the Big Bad Wolf?": ¿quién le teme al lobo feroz?), asignándolo a la célebre escritora inglesa. A las dos de la madrugada, entregado a su deporte favorito de emborracharse e insultarse, el matrimonio recibe la visita de una pareja joven que conocieron en la fiesta: el flamante catedrático de Biología, Nick -formal, estirado, parece tan convencional-, y su mujer, Honey -ingenua, bonita, parece algo tonta-.
Con lentitud, Albee va aumentando las tensiones entre los cuatro personajes, al modo de un resorte en espiral, retráctil. George detesta a Nick de entrada: sospecha que es un trepador. Martha desea de inmediato al joven y apuesto profesor y descuenta que Honey es boba de remate. La atmósfera se enrarece, el alcohol desata las lenguas, caen las máscaras, los secretos y las mentiras ( también verdades inconfesables) salen a la luz, mejor dicho, a las tinieblas de un verdadero aquelarre. La pareja mayor juega uno de sus perversos juegos favoritos: provocar, irritar, desconcertar a sus huéspedes, hasta romperlos en pedazos, tal vez como una forma de vengarse de sus propios agravios. El resorte empieza a contraerse: ¿será verdad que Martha y George tuvieron un hijo, que en ese día cumple veintiún años y que está en viaje de vuelta a casa? (Este otro fantasma recurrente será la clave del patético desenlace.) ¿Será verdad que el padre de ella no la ama, realmente? ¿Serán reales los adulterios de Martha y su primera aventura amorosa, con un jardinero de la universidad?
A la violencia verbal sucede la violencia física: cuando retorna una calma que es como la antesala de la muerte, el espectador siente que ha atravesado una tempestad de la que no se puede salir indemne, ni arriba ni abajo del escenario. En el hermoso marco diseñado por Graciela Galán y con la sugestiva luz de Jorge Pastorino, es magnífica la puesta de Luciano Suardi: inteligente, meditada y original, como ese diálogo último de George y Nick, arrastrándose por el suelo como dos reptiles cansados ya de tanto luchar y que se descubren semejantes. Las interpretaciones están a la altura del desafío: Arturo Puig y Selva Alemán, en personajes de exigencia absoluta, llegan a la cumbre de la verdad artística, donde reside la auténtica poesía del teatro. Los jóvenes Tolcachir y Wexler los acompañan en un nivel de calidad infrecuente.