Un auténtico vodevil argentino
¡Jettatore...! Autor: Gregorio de Laferrère. Dirección: Agustín Alezzo. Intérpretes: Mario Alarcón, Aldo Barbero, Lidia Catalano, Claudio Da Passano, Néstor Ducó, Malena Figó, María Figueras, Magalí Meliá, Miguel Moyano, Hernán Muñoa, Francisco Prim, Ángela Ragno y Federico Tombetti. Música y dirección musical: Mirko Mescia. Iluminación: Chango Monti. Vestuario: Graciela Galán. Escenografía: Marta Albertinazzi. Sala: Teatro Nacional Cervantes, Libertad 815. Duración: 95 minutos.
Nuestra opinión: Muy buena
Desprestigiar a una persona descalificando su discurso, su conducta o su proceder con un rumor malicioso no es una modalidad novedosa de hoy. Ya en 1904, Laferrère había presentado este recuso en ¡Jettatore?! y sigue teniendo vigencia en la actualidad mediática si se lo toma como la gran bola de iniquidad que va creciendo hasta destruir a los humanos que encuentra a su paso. Por supuesto, un recurso subrayado por la mirada satírica del autor, que supera la comedia para llevarla a una aguda crítica social.
El maduro Don Lucas tiene la pretensión de casarse con Lucía, quien a su vez está enamorada de su primo Carlos. Esta intención de Don Lucas moviliza la creatividad de los jóvenes de la casa quienes, para desprestigiarlo frente a la familia, fomentan la idea de que el pretendiente tiene fama de traer mala suerte. Cuando este rumor comienza a correr todos los personajes se van enganchando con varias anécdotas de mayor o menor intensidad ajustando la realidad a la superstición de "jettatore". Una simple historia que se realza con el ingenioso texto de Laferrère, que va dibujando cada situación con originalidad sin presentar puntos débiles. Logra encontrar para cada rumor un momento de la realidad que lo justifique, permitiendo que hasta el más sensato y reticente de los personajes termine por aceptar que existe la "jettatura".
En esta primera obra, el autor ya señaló la intención de volcar su atención crítica sobre la clase social a la que él pertenecía, lo que le dio validez y credibilidad a los temas que volcaba en sus comedias, siempre con un sesgo satírico. Ese espíritu de vodevil con que Laferrère impregnó a la obra, Agustín Alezzo lo impone en escena con una acertada y sintética escenografía de Marta Albertinazzi, quien con grandes bloques diseña figurativamente las entradas a todos los ámbitos de la casa familiar, al mismo tiempo que facilita un ritmo de acciones con mucha dinámica. El vestuario de Graciela Galán responde a los diseños de principios del siglo XX y la iluminación de Chango Monti le da una pátina de modernidad a este cuadro de época con una luminosidad que suprime cualquier rasgo de envejecimiento y aporta mucha frescura, algo similar a lo que provoca la música de Mirko Mescia.
El gran mérito de la puesta se encuentra en la actuación donde los intérpretes alcanzan un alto grado de verosimilitud, bajo la mirada de Alezzo, un director que, como es habitual, se preocupa por los actores no sólo en la composición, consiguiendo lo mejor de cada uno, sino también en la proyección de la voz natural y en la articulación de las palabras que resuenan en la sala del Cervantes con una excelente nitidez. Un trabajo que beneficia la audición total del texto y que facilita el disfrute y las carcajadas de los espectadores al sentirse identificados con la esencia del hombre porteño, cualidad que se sigue manteniendo con el paso de los años.
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