Traidor, o cómo contar los últimos días de un conquistador desaforado
Daniel Panaro expone con ferocidad los instantes finales del español Lope de Aguirre, ahogado en sus propias elucubraciones fantasmales en plena Amazonia
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Dramaturgia, dirección e intérpretación: Daniel Panaro. Iluminación: Alberto Madin. Música original: Babu Cerviño. Sala: La Gloria (Yatay 890). Funciones: domingos, 19.30 hs. Duración: 75 minutos. Nuestra opinión: muy buena.
En 2013, Daniel Panaro ganó el Primer Premio de Dramaturgia del Fondo Nacional de las Artes con esta pieza que, por distintas razones, había quedado “olvidada” en un cajón. Ahora, en su triple papel de autor, director y dramaturgo, decidió llevarla a escena. En Traidor, uno de los calificativos con los que se conocía al protagonista de esta saga épica, Panaro se propuso contar los últimos instantes de vida del conquistador Lope de Aguirre (Oñate 1510-Barquisimeto 1561), antes de ser asesinado. Se dice que su ejecutor fue uno de los marañones, un hombre de su propia expedición, que le cortó la cabeza y la expuso ante los otros. Aguirre, fue un personaje sanguinario, cruel y un asesino, que también sedujo al cineasta Werner Herzog para trasladarlo al cine en su película Fitzcarraldo (1982).
Por aquellos años, las expediciones de la Conquista, ir a la búsqueda del oro en la América profunda, no eran un juego de niños, por lo que ir sumando días a sus vidas implicaba un acto de coraje. ¿Cómo habrán sido las noches y los días de don Pedro de Mendoza y sus tropas antes de llegar a las costas del Río de la Plata, a principios del 1500? A Panaro lo sedujo la vida del español Lope de Aguirre, el traidor, un hombre que creía en la justicia a su manera y fue capaz entre sus múltiples asesinatos, de matar a su propia hija mestiza, según dicen, porque se la disputaban algunos de los hombres de su expedición.
Daniel Panaro imagina a este temible e iracundo personaje, detalla parte de su vida y sus últimos instantes en medio de esa Amazonia de copiosa lluvia, en la que su cuerpo va demostrando los últimos vestigios de lo que fue. Si el orgullo y el odio, dicen, puede terminar aniquilando a un hombre, a Lope, el protagonista, se lo ve luchar y a pesar de su declive físico, se observan sus tonos irónicos, sarcásticos y provocativos con los que nutre la escena, aunque al personaje le hubiera hecho falta una dosis mayor de rebeldía épica para detallar semejante relato de vida.
Traidor implicó para su autor una intensa investigación apoyada en las crónicas de la época, la que luego fue trasladada a escena a partir de un gran friso teatral, en el que intenta imaginar no solo lo que hubiera sido un futuro posible, también detalla la intimidad de esos días a la intemperie, en las tiendas de campaña, en las que las necesidades primarias de los hombres parecían desarrollarse a través de un primitivismo exacerbado, no solo en el sometimiento al indígena y sus mujeres. “Se es macho cuando se hace lo que se debe, no lo que se puede”, le dice el protagonista a ese supuesto interlocutor invisible, un cura, con el intenta dialogar, o mejor dicho monologar, porque el mismo se responde las arbitrariedades que transmite y que él considera son sus grandes verdades de vida.
Si bien es cierto que en ese exacerbado magnetismo que el personaje trasmite en escena hay ferocidad, odio, resentimiento, también se percibe al conquistador hacer silencios tenues, en los que bebe agua, se la vierte por la cabeza, por su rostro, en el que intenta disimular su ya notable desequilibrio psíquico y físico.
La puesta en escena subraya lo performático, bien resuelto, a través de una tenue iluminación de claroscuros en los fondos, lo que permite aludir a un contexto no muy definido y selvático en cuya cavidad se incluye al protagonista. A su vez, este incorpora con acierto el empleo del agua e incluso la incorporación de pintura roja como si simulara ser sangre, todo inmerso en una mínima escenografía compuesta de maderas toscas, cartones, tarros de pintura. Hay secuencias que en su premeditada indefinición recuerdan al empleo del Action Painting, lo que le otorga un saludable vigor a la cavidad escénica y subrayan la interpretación de ese ser desaforado Lope, ahogado en sus propias elucubraciones fantasmales. Muy buena interpretación de Daniel Panaro, que reflexiona con aciertos en escena, parece medir las reacciones del público y obrar en consecuencia. Lo suyo no deja de ser una “patriada” de un solo hombre.
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