Paralizaba al país interpretando a “La Bebota”, pero dentro suyo vivía el calvario de una infancia con serias carencias económicas y un padre ausente, al que solo vio dos veces en su vida
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MAR DEL PLATA.- Es complejo sostener una sesión de fotos y una charla extensa con ella sin ser interrumpidos. Una señora de capelina a punto de levantar vuelo como un parapente le cede su lugar frente a la balconada que da al mar, pero, a cambio, le pide una selfie. Más allá, una familia entera irrumpe para inmortalizarla junto a la postal doméstica que mostrará como trofeo.
En el bar de un precioso hotel de la zona de La Perla, un matrimonio de turistas se abalanza para saludarla y una mujer y su madre, coquetísimas las dos antes de ir a dar la rigurosa vuelta por el centro, piden pausa en medio de la charla con LA NACION para pedirle una foto. Se disculpan y arremeten. Hay que levantarse y hasta el cronista contribuye a la patriada siendo quien registre la imagen en el celular de las damas vestidas con sus mejores galas. Preciosas costumbres del verano en “La Feliz” y la “yapa” de ver de cerca a un famoso.
Indudablemente, su popularidad sigue con la vara alta, aunque hace tiempo que no trabaja en televisión y muy atrás quedó la efervescente década del 80, tiempo de programas con 60 puntos de rating que la contaban en sus elencos.
De aquellos tiempos de salir del teatro con custodia policial (fue parte del “verano de las patotas”) a dejar todo en pos de construir una familia junto a quien fuera jefe de la SIDE y embajador. El matrimonio terminó mal, pero no se arrepiente, la maternidad también es una de sus vocaciones.
Confiesa que jamás hizo terapia, pero, a lo largo de la charla, se mostrará profunda y reflexiva. Adulta. “Este año voy a cumplir 70”, dice, sin ningún tipo de pruritos. ¿Por qué tenerlos? Mucho menos cuando se conserva la misma figura amalgamada entre lo naif y la sensualidad. Voz aguda inconfundible, peinado característico. La de siempre.
Le decían “La Bebota”. Sin embargo, creció a los ponchazos. Dejó su colegio secundario para salir a trabajar “de cualquier cosa” y ayudar a su madre sostén de la casa, sin un marido presente. “Maduré de golpe”.
-Mucha vida desde muy chica.
-Me pasaron cosas…
-Hablamos de todo eso.
-Sí, ¿por qué no?
Adriana Brodsky, de ella se trata, hizo su primera temporada en Mar del Plata en 1982, cuando formó parte de la comedia Hola mami, hola señor, escrita y dirigida por Gerardo Sofovich, y donde compartió escenario con Luisa Albinoni, Noemí Alan, Santiago Bal y María Rosa Fugazot.
-Eso fue en el Regina, teatro hoy convertido en casa de hamburguesas, del que solo queda el vestigio de un letrero que mira hacia la peatonal.
-Me parece que sí, vos te acordás más que yo.
-Luego, en esa misma sala, llegaría El champán las pone mimosas, otro “clásico” del repertorio de Gerardo Sofovich, en el que también trabajaste.
-Tenés razón. ¡Qué memoria! Fue una época de oro, hacíamos tres funciones por noche y se llenaban las salas.
Actualmente, protagoniza Los sospechosos del piso 10, comedia escrita y dirigida por Fabián Gianola, donde pisa el escenario junto al actor y a Matías Ale, entre otros intérpretes, en la sala Olympia, en plena calle Rivadavia, donde las figuras, dos horas antes del inicio de las funciones, posan en la vereda para que los turistas -potenciales espectadores- las saluden y se tomen fotografías. “No sabés cómo rinde eso, nunca lo había hecho y es genial, se agotan las localidades cada noche”. No miente.
La invitación “personalizada” de los artistas nacionales y populares de este ecosistema y un bajo valor de las entradas permite que cientos de personas puedan acceder al entretenimiento teatral. Si a Shakespeare hay que buscarlo en otro lado, porque no suele merodear la zona, el anhelado cartel con la leyenda “localidades agotadas” es moneda corriente.
-Hay algo indeleble que sembraste en el público.
-Después de 40 años, no tengo respuesta. Si pensamos en mi imagen, nunca fui la más linda, ni la que sabía de teatro, bailar o cantar. A veces, hay otras cosas que hacen que se pueda llegar a la gente, así que mi agradecimiento es eterno. Hoy, lo que me sucede con el público, lo puedo saborear más que en aquella época.
-¿Por qué?
-Porque vivía loca.
-Para alguien tan joven, inexperta en la trama y los códigos del mundo del espectáculo, no habrá sido sencillo toparse, de la noche a la mañana, con semejante nivel de popularidad. Imposible no marearse.
-Fue de un día para el otro. Arranqué en La peluquería de Don Mateo, con 60 puntos de rating, y, al día siguiente del debut, me saludaba todo el mundo. Por suerte, lo tomé con mucha calma.
-Con la voracidad de esa fama tan repentina y de esa magnitud, podrías haber terminado de la peor manera.
-A mis 69 años pienso que fue lindo haber sido joven y una sex symbol. Uno va envejeciendo, pero debo decir que amo y valoro este momento que estoy atravesando. Lo disfruto más que aquellos tiempos, aunque, si me das la posibilidad de apretar un botón y volver a mis 25 años, lo aprieto ya mismo.
-Decís “no era la más linda”, “tengo 69 años”, “uno va envejeciendo”. Hay que tener el ego muy bien plantado para reconocer todo eso.
-Si hay algo que siempre hice en mi vida fue buscar el equilibrio. Muy de chica tuve que aprender a darme cuenta cómo eran las cosas y madurar, por eso, a veces siento que hubo una niña que no pudo crecer. En el fondo de mi corazón, hay una niña que no quiere crecer, pero que toma responsabilidades y ve las cosas como son, de manera cruda y objetiva. De ahí a que le ponga onda y espíritu, es otra historia, pero no soy de las que ven el vaso lleno si está por la mitad.
-No sería el realismo mágico de García Márquez, sino un realismo crudo y llano.
-Veo la crudeza total.
-¿Dónde ponés el foco, en la mitad vacía o en la parte llena?
-El foco lo pongo yo, no el vaso. Todo en la vida depende de mí, no depende del vaso ni de la gente, más allá que uno solo no puede hacer nada.
Crecer de golpe
A pesar del physique du rol con el que se hizo famosa y de personajes como la jovencita que irrumpía ante el “Manosanta”, interpretado por el cómico Alberto Olmedo, al grito de “maestro, maestro”, Adriana Brodsky escondía a una mujer hecha y derecha que, desde adolescente, tuvo que salir, prematuramente, a hacerle frente a los sinsabores más duros que le presentó la vida.
-¿Cómo fue tu infancia y adolescencia?
-Fueron períodos de mucha tristeza. Cuando sos chiquito, hay cosas que no entendés, pero las tenés que entender a la fuerza; te ponés triste y pensás que la vida es una tristeza, porque estás viendo siempre cosas feas.
-Como una única posibilidad que no permite otros matices.
-Vas creyendo que la vida es una lucha constante y que hay que bancarse cosas porque “es así”, no hay vuelta atrás. Esto se da, sobre todo, en una familia donde no hay un papá, donde la mamá trabaja todo el día.
-¿Ese era tu contexto?
-Sí.
-¿Por qué no estaba presente la figura paterna?
-Mis padres se separaron cuando yo tenía dos años.
-¿Tuviste trato con tu padre?
-A los 12 años lo vi por primera vez, y luego a los 17.
-¿Cómo fueron esas charlas con alguien que era casi como un desconocido?
-Mi papá era un desconocido y yo no la podía “caretear”. Me decía “soy tu papá” y para mí era como si me lo dijera el mozo que recién trajo este café. Él tenía el título, pero nada más.
-No existía la construcción de un vínculo.
-Había un vacío enorme. Mi hermano y yo estuvimos muy solos, con mi mamá trabajando como loca, haciendo lo que podía por nosotros; había un montón de carencias en todos los sentidos. Es muy triste cuando los chicos están solos, desprotegidos. Es lo peor que puede atravesar un niño, puede pasarle cualquier cosa.
-¿Cómo fue la educación que te dio tu madre?
-Mi mamá era muy estricta. En mi casa no se podía hablar, había que comer mirando el plato de comida. Estaba desbordada, vivía como loca, algo de lo que me di cuenta con los años. En el momento, uno siente que las cosas son como son, ella estaba sola, haciendo lo que podía para alimentar y educar sola a dos chicos.
Camino al andar
“Este trabajo me vino servido en bandeja, no lo busqué, nunca quise ser modelo ni actriz, no era de las nenas que se pintaban la boca, se subían a los tacos y se ponían los collares de la mamá”.
-¿Cuándo comenzaste a trabajar?
-Como había tantas necesidades en mi casa, lo único que quería era ayudar a mi mamá. Lo primero que hice fue trabajar en un bazar, limpiando las vidrieras.
-¿Qué edad tenías?
-Trece años. Dejé de estudiar, porque, si iba al colegio, no comía. Era un gran sacrificio. También fui “che pibe” en una agencia de turismo, servía el café, hacía trámites. Luego, una amiga, que trabajaba haciendo promociones, me acercó a ese mundo.
-¿No soñabas con el espectáculo?
-Para nada, no me interesaba, no existía en mi cabeza. Como era tremendo lo que pasaba en mi casa, mucha angustia y tristeza, con lo único que soñaba era con trabajar. El no tener dinero es letal.
-Trastoca la vida.
-Así que comencé a ser promotora de marcas importantes de ropa, automóviles. Me pagaban más que lo que ganaba mi madre. A esos stands llegaban personas de agencias de publicidad que no paraban de dejarme sus tarjetas. Yo no quería saber nada, pero mis compañeras me impulsaron a hacerlo, así que terminé yendo a las agencias con mi mamá. A la semana, una de esas agencias ya tenía las paredes empapeladas con avisos míos. Mi mamá dejó de trabajar porque pude bancar a mi familia.
Ya se había hecho un lugar como modelo gráfica y de pasarela, cuando un representante de artistas la conminó a concurrir a la oficina del productor y autor Gerardo Sofovich. “Me decía ´prendamos velas para que nos atienda´, pero yo no tenía la menor idea de quién era Sofovich”.
-De hecho, llegaste a su oficina sin tener noción del peso que tenía en la industria.
-Gerardo ya tenía el elenco armado de La peluquería de Don Mateo, pero, tanto le insistió este representante, que terminó recibiéndonos. Yo tenía puesto un pantalón y una remera, nada sexy, pero, ni bien entramos, me dijo: “¿Vos no hacés la propaganda de Mantecol?”. Cuando le dije que era yo, me respondió instantáneamente: “Ya estás contratada”.
-Tenía un ojo y un olfato único para descubrir figuras.
-Levantó el teléfono y le ordenó a alguien: “Hay una nueva chica para la peluquería”.
-¿Cuál fue tu parlamento en el primer programa?
-”Hola, señor”, “Chau, señor”.
La actriz emula el tono de aquel personaje y uno no puede más que retrotraerse a aquellos tiempos de una televisión de masividad extrema y a aquel programa protagonizado por Jorge “Don Mateo” Porcel, Rolo Puente, María Rosa “Policia” Fugazot, Noemí “La Tana” Alan y Amalia “Yuyito” González, entre otros nombres que paralizaban el país. “Fue maravilloso, les debo mucho a Gerardo y también a Hugo”.
Hugo Sofovich, hermano de Gerardo, fue el autor de No toca botón, el ciclo de humor de Alberto Olmedo, donde Brodsky encontró a ese personaje que aún hoy le recuerdan en la calle. “Me llamó y me dijo: ‘Voy a hacer un nuevo sketch, se llamará El Manosanta y vos serás una chica que recurre a él para encontrar novio, creo que será el sketch del año’. Fue el sketch de tres décadas, aún hoy la gente me lo recuerda, a pesar de haber trabajado solo dos temporadas con el Negro, pero parece que hubiéramos compartido toda una vida”.
-La sociedad ha evolucionado en algunos aspectos. ¿Cómo era trabajar desde un canon de sensualidad en la década del 80? ¿Tuviste que frenar y protegerte de situaciones de acoso?
-Viví más situaciones de acoso cuando no era conocida que cuando comencé a serlo.
-La fama, en cierta medida, te protegió.
-Me protegió la cultura de la vida, el darme cuenta de cómo debía actuar y relacionarme con los demás. Además, tenía un as en la manga, porque, si bien este medio me dio todo, tampoco me moría por estar. Así que, si alguien me proponía hacer determinada cosa a cambio de trabajo, me iba, como me he ido de tantos lugares. Era una época donde sucedían determinadas cosas, estaba normalizado, pero depende de uno aceptar o no.
-Gerardo Sofovich era una persona de gran carácter, ¿has sufrido maltrato o recibido gritos de de su parte?
-Gerardo nunca me gritó, pero sí hubo algún reproche.
-¿Por qué?
-Un compañero me dijo: “Adriana, deberías estar ganando mucha más plata, no seas tonta, hablá con Gerardo”. Era algo que yo no había pensado, pero fui y se lo plantée.
-¿Cómo reaccionó?
-Me sacó corriendo.
-¿Entonces?
-Me fui, en esa época tenía ofertas de trabajo por todos lados. Sin embargo, a la semana me llamó, porque se dio cuenta de que no era una locura lo que le estaba pidiendo. Lo extraño mucho a Gerardo, lamento no haber compartido más comidas con él. Estoy tan arrepentida de tantas cosas que no hice y de otras tantas que hice. Lo mismo me sucedió con el “Negro” (Alberto Olmedo), cómo me hubiera gustado compartir más noches de comidas, champán y chistes.
-¿Por qué no participabas de esas reuniones post función de teatro?
-Estaba casada con mi primer marido y prefería irme a casa a cocinarle. Si volviera atrás en el tiempo, cambiaría tantas cosas.
Cuando protagonizó en Mar del Plata la comedia El champán las pone mimosas, junto con Amalia “Yuyito” González -que no imaginaba que 40 años después sería primera dama del país, Ginette Reynal y Luisa Abinoni, debía retirarse del teatro en patrullero porque, tanto a ella como a sus compañeras, patotas de muchachones enardecidos las esperaban en la puerta con dudosa efusividad. “Fue tremendo, me parece mentira haber vivido eso, uno piensa que esas cosas pasan en las películas y nunca imagina que puede tener un guardaespaldas adentro de su casa, que dos cuadras de gente se le vengan encima y tener que salir del teatro en patrullero”.
-Siendo figura de su programa, ¿por qué no formabas parte de la última temporada teatral de Alberto Olmedo en Mar del Plata?
-Preferí hacer teatro en Villa Carlos Paz, porque estaba casada con mi primer marido, pero en un momento de muy mala relación, a punto de separarnos.
-¿Qué relación había entre esa coyuntura y el ámbito laboral?
-Si a esa situación personal le sumaba la locura de hacer teatro con el Negro, sentía que me podía desbordar, por eso elegí hacer algo tranquilo.
-¿Te ayudó en la continuidad de tu matrimonio?
-No.
-¿Llegaste a hacer teatro con Alberto Olmedo?
-No, algo increíble, me arrepiento mucho.
En familia
Si de niña y adolescente sufrió carencias afectivas y materiales, la revancha le llegó cuando le tocó ejercer la maternidad. “Desde muy chica me propuse que, cuando fuese madre, haría algo totalmente distinto. Cuando me tocó educar a mis hijos, hice lo opuesto. A pesar de todo, extraño mucho a mi mamá, pobrecita, hizo lo que pudo, rezo cada noche por ella”.
De su matrimonio con el periodista, exembajador y quien fuera número uno de la SIDE, Juan Bautista “Tata” Yofre, tuvo dos hijos, Agustina (34) y Javier (33). “Mi tesoro en esta vida son mis dos hijos, por ellos dejé muchas cosas, pero no era un sacrificio, sino lo que tenía que hacer; debía hacerme responsable de ese compromiso”.
-¿Relegaste mucho de tu vida y de tu carrera por la maternidad?
-Sí, pero con gusto, debía demostrarles con hechos y no con palabras. Tenemos un vínculo hermoso, pero, para llegar a ser una gran mamá, tuve que aprender a ser amiga de mis hijos, tener muñeca, sutileza y mucho amor. Hay que entender que se está ante personas, no se trata de imponer órdenes, no es decir: “Sos mi hijo y hacés lo que yo diga”. Eso no sirve. En mi casa, desde que ellos fueron chicos, todo se pide por favor y se dice “gracias”.
-Tuviste un matrimonio complejo.
-Fue un doble esfuerzo. Como para mí fue triste no tener un papá, lo que luego pasó fue doblemente triste.
-¿Se repitió la historia con tus hijos?
-Tal cual.
-Estando casada, dejaste todo. Incluso viviste fuera de la Argentina.
-Estuve cuatro años fuera del país.
-¿Eso se debió a que Tata Yofre fue embajador?
-Sí, en Panamá y en Portugal. Mis hijos son panameños.
-¿Cómo fue esa vida alejada del país y de tu vocación artística?
-No dudé un segundo en dejar todo en lo mejor de mi carrera. Tenía lo que quería, lo que se me ocurriera. Me decían: “¿Qué querés hacer y cuánto querés ganar?”. Era un momento de mucho brillo.
-Sin embargo…
-Me enamoré y, para mí, lo más importante en esta vida es el amor. Suena hasta ridículo, pero esa también es mi verdad. Y, repito, gracias a eso tengo dos hijos hermosos.
-En esa relación, ¿fuiste víctima de algún tipo de violencia?
-No.
-¿Tenés trato con Yofre?
-No, pero mis hijos, gracias a Dios, sí. Se llevan muy bien, se juntan, van a comer. Eso me pone feliz.
-No fuiste una mamá que llenó cabeza a sus hijos hablándole mal del padre.
-Para nada.
-¿Estás en pareja?
-No.
-¿Es un deseo?
-Lo estoy comenzando a pensar, ya que hace muchos años que no estoy en pareja, pero se tiene que dar la magia.
-¿Convivirías?
-Ya no, me gusta estar sola. Amo mi soledad, mi casa me abraza.
-A pesar que para todo un país eras una de las mujeres más bellas y deseadas, alguna vez declaraste que te operaste cuatro veces la nariz, porque no la considerabas armónica.
-Uno comete errores por desórdenes psicológicos, por eso no hay nada peor que no estar en eje, perder el norte. Hice muchas cosas que me perjudicaron.
-¿Cómo qué?
-Un montón.
-Las operaciones entrarían en ese listado.
-Exacto. Hay que usar el espíritu y la cabeza, no se pueden separar.
Escenario
-¿Por qué aceptaste protagonizar la comedia Los sospechosos del piso 10?
-En primer lugar, porque me convocó Matías Alé, alguien con quien ya había trabajado y resultó un compañero de lujo. Sin embargo, el primer llamado fue de Fabián Gianola, autor y director de la obra. Mi personaje es hermoso, hago de la esposa de Matías, un matrimonio desopilante. Además, tenemos mucha interacción con el público. La gente se va feliz, por eso estamos llenando la sala, el boca a boca funciona.
-Lo que ha sucedido en torno a las denuncias que recibió Fabián Gianola, de las que fue sobreseído, ¿te hicieron dudar de aceptar la propuesta?
-No dudé nunca de Gianola, lo conozco desde hace muchos años. Nunca había trabajado con él, pero siempre fue un tipo maravilloso, no puedo decir nada de él.
-¿Hablaste con tu compañero sobre todo lo que atravesó?
-Sí, la injusticia es parte de esta vida, el mundo es injusto. Sin ir más lejos, hace veintiocho años que colaboro con Fundamind, una fundación que se ocupa de los chicos con HIV, y las cosas que uno ve ahí son tremendas.
-Es una forma de gratitud.
-Si te fue bien, no podés no poner un granito de arena para ayudar. Tengo tanto para agradecer, voy a estar en el cielo tocando el harpa y diciendo “gracias”, porque, cuando era chiquita, pensaba que la vida era una tristeza total, una lágrima permanente, que era horrible vivir.
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