Toto Castiñeiras alterna entre las pistas del Cirque du Soleil y los escenarios porteños
Es docente y director con un estilo de actuación física muy propia, y lo demuestra con las tres obras que tiene en cartel
Una vez finalizada la gira de Sép7imo día, la propuesta del Cirque du Soleil inspirada en la música del grupo Soda Stereo, el clown Toto Castiñeiras decidió afincarse un tiempo en Buenos Aires. Ligado a la compañía quebequense desde 2004, cuando fue convocado para participar de Quidam, su carrera no solo tuvo un cambio fundamental sino que adquirió un fuerte reconocimiento internacional. Las giras por diversos países lo obligaron a estar 15 años fuera de la Argentina.
Ese lapso lo fue alternando con pequeñas visitas a Buenos Aires y también a Mar del Plata, su ciudad natal. Entre encuentros con familiares y amigos se dio espacio para comenzar a profundizar un campo de trabajo que poco había desarrollado. Ahora decidió hacerlo con más seguridad y con un derrotero, llegar a crear obras en las que afirma una línea de investigación que escapa de lo clownesco. Actualmente tres de ellas muestran los resultados de una tarea que fue realizando en sus talleres destinados a actores: Gurisa, Orillera y Voraz y melancólico.
A Toto le extraña sentirse tan involucrado dentro de la cartelera teatral porteña. "El comentario de la gente es: 'cuántas cosas estás haciendo' y yo siento que hago una sola -confiesa-. Es raro lo que me pasa. Trabajo con muchos actores obras distintas pero plasmo un solo lenguaje. No veo tres producciones diferentes".
Gurisa (2017) fue el primer trabajo donde percibió que una dramaturgia propia podía se recreada por sus intérpretes. Ellos improvisaban, él escribía. Sus procesos de creación son parecidos. El punto de arranque está en el cuerpo. Pasa meses y meses proponiendo acciones físicas y, a partir de ciertas líneas, comienza a armar la dramaturgia. Le interesa que el actor se crea un bailarín del teatro y no un actor que actúa y, a partir de eso y de la interacción entre ellos, arma vínculos y situaciones. "Lo último que llega en mis obras -afirma- es el texto. Como el actor vive en estado creativo, de movimiento y de danza sin entender bien, a veces se ponen un poco ansiosos y me preguntan de qué va la obra y digo que ya la entenderemos. Yo la entiendo, soy como un mago que trata de armar una creación sin que el actor se de cuenta de lo que hacemos. Son procesos de mucha libertad, abstracción".
El director está convencido de que permitiéndole al artista ingresar en esos estados liberará cosas que jamás hubiera imaginado y que forman parte de su mundo invisible. "Son procesos que llevan a sudar mucho -explica-, de intenso movimiento, ejercicio físico y, según la obra, trabajamos diferentes temáticas. Se parece más a la danza. Hay una estructura de acción muy clara, muy precisa, pero no es danza. Lo que sucede es claramente teatro".
Esa labor es muy perceptible en Gurisa. Allí un grupo de seis actores recrea una historia muy singular enmarcada en la pampa y es narrada por unas mujeres (encarnadas por hombres) casi dislocadas. Un trabajo en el que la palabra ocupa un lugar secundario. En Orillera (2019) el clima es de mayor intimidad. Un muchacho decide que no quiere que lo llamen "el negro" sino "la negra" y eso genera revuelo en sus relaciones familiares y amistosas. "La obra cuenta un solo momento. Tengo la posibilidad de trabajar con diez actores y poder plasmar ese instante de ruptura, de transición, armando una marea con personas que se juntan, se separan. Asoman el sacrificio y la contradicción que se genera dentro de las estructuras ya preexistentes del género. Habla de esa fuerza de transición".
En Voraz y melancólico, la acción se concentra en dos personajes y un músico. Una historia que habla del amor pero con una potencia inusual. Se desarrolla en el norte argentino y parte del mito del séptimo hijo varón que cuando se enamora se transforma en lobo. "Habla un poco del espíritu de ferocidad que surge a partir del encuentro con el amor verdadero . Y es un poco diferente a las otras, quizá porque la escribí antes de montarla. Es un cuento que sucede arriba de una tarima de kermés, como un tablado muy folklórico. Quería plantearla como una polifonía, una zamba, un cuento".
Este tipo de producciones parecerían correr a Castiñeiras de su labor quizá más específica, el clown. Pero no es así. "Lo tengo incorporado en mi desde siempre. Tuve la suerte de trabajarlo en un escenario también único. El clown se origina en el circo y poder entenderlo y saber bien de qué se trata el oficio haciéndolo en el mejor circo del mundo, al que uno aspira a llegar cuando piensa en circo. Tener esa posibilidad me permitió poder definir qué es en el cuerpo, entenderlo, amarlo y odiarlo porque es un trabajo que exige muchísimo estar presente, aquí y ahora".
Comenta que se hartó de tantas funciones en el Cirque du Soleil, pero a la vez renovó esa energía. "Dicen que el clown puede hacer una sola rutina toda su vida porque lo que encuentra no es la rutina sino a sí mismo dentro de ella. Llevo el clown conmigo desde siempre, de chico, primero en mi casa, después en los talleres y el circo me permitió terminar de definirlo y comprenderlo. Dentro de esa comprensión hacer una lectura de mi mismo. Entonces el clown es mi esqueleto". Tal vez por eso su estadía en Buenos Aires no se prolongará por mucho tiempo. El intérprete está en conversaciones avanzadas para el próximo año integrarse nuevamente al Cirque. Su intención de máxima es poder dirigir un espectáculo con la compañía.
Gurisa
Jueves, a las 21.
Voraz y melancólico
Sábados, a las 18
Nün, Ramírez de Velazco 419.
Orillera
Viernes, a las 22.30.
El Extranjero,Valentín Gómez 3378.
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