LA NACION compartió el detrás de escena de esta comedia, basada en el recordado film protagonizado por Dustin Hoffman, que ya superó el centenar de funciones y una asistencia de más de cien mil espectadores
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Esta es la historia de un fenómeno teatral, uno de esos que se da cada tanto. Pero también es el testimonio del trabajo de un artista poco frecuente. Un actor consagrado con un grado de popularidad que de tan inusual logró convertir a sus seguidores en fieles devotos. La comedia Tootsie es la obra y Nicolás Vázquez es el protagonista de este cuento sostenido, desde ya, en talento y carisma, pero también en un modo de hacer muy personal, en una praxis que se sale de la norma y sin pasar por la televisión, desafiando a aquellas ya caducas leyes del marketing de la industria del entretenimiento.
Aquella película, estrenada en Estados Unidos en 1982, que contaba la historia del actor gruñón convertido en actriz para poder conseguir un papel en el medio artístico, personaje que inmortalizara Dustin Hoffman bajo la dirección de Sydney Pollack, a Nicolás Vázquez le calzó como anillo al dedo. La trama teatral tiene autoría de Robert Horn y música y letras de David Yazbek. En Broadway, el papel de Vázquez fue interpretado por el ascendente Santino Fontana. La versión que se ve en Buenos Aires cuenta con dirección musical del maestro Gerardo Gardelín.
Empezar por el final
Las buenas historias, sin spoilear -hasta no hace mucho se decía “sin contar como termina”- también se pueden explicar desde el final. Tootsie amerita tal osadía. Al culminar cada función, un ritual nada habitual se convierte en una suerte de bonus track, en un espectáculo dentro de otro, donde el espectador pasa a convertirse en protagonista gracias a los artilugios de un inteligente y nada ingenuo Nicolás Vázquez, que sabe lo que sus seguidores buscan. A no confundirse: acá no hay demagogia, pero sí mucho de agradecimiento y comunión ritual con la gente. Arrancar por ese final explica, en gran medida, los fundamentos del éxito.
Luego de los aplausos, que obligan a varios saludos de la compañía, Vázquez establece un diálogo con la platea que se convierte en un jugoso intercambio. En una de las últimas noches, una señora, que ya había cumplido sus noventa, le gritó cual adolescente: “Te amo y quiero que me regales tu camiseta”. El actor remató con un “me siento un futbolista”, se sacó la remera y se la regaló. Hace poco, luego de un aluvión viral en las redes sociales, Nico Vázquez se encontró con un joven espectador de sorprendente parecido con él, a quien invitó especialmente y con quien convirtió el final en un sketch.
Cuando alguna celebridad visita la sala, se ilumina especialmente el palco de honor y Vázquez no duda en acercarse a saludarla. Así sucedió con Mirtha Legrand y Susana Giménez, pero cuando fue el turno de la cantante Lucía Galán, la cosa se transformó en una performance digna de Pimpinela, y ambos cantaron el hit “Olvídame y pega la vuelta”. Lali Espósito también fue de la partida. No sólo la ovacionó el público, sino que, una vez cerrado el telón, la fiesta siguió tras bastidores.
El que todavía no fue es Lionel Messi, amigo personal de Vázquez. Sin embargo, cuando un canal de televisión afirmó que el astro del fútbol asistiría a ver Tootsie, una multitud se acercó al teatro y terminó cortando el tránsito de la Calle Corrientes. Fue difícil que miles de hinchas entendieran que Lio no estaba en la sala y más complejo aún fue que las mil personas que habían asistido a la función, pudieran abandonar el lugar, a pesar de la intervención de la policía y el Ministerio de Seguridad.
Más allá de Messi, cada noche se colocan cercos perimetrales en la puerta del teatro, para que Vázquez pueda desandar ese camino hasta su vehículo saludando a una multitud que lo espera para saludarlo ya entrada la medianoche.
Ahora, el principio
La luz del sol aún brilla sobre las veredas de la Calle Corrientes cuando Vázquez deja su auto en un estacionamiento cercano al teatro Lola Membrives -la histórica y bellísima sala que alberga este suceso- y desanda los pocos pasos que lo separan del foyer acompañado por Damián Armocida, el omnipresente productor ejecutivo del espectáculo. En el trayecto, no son pocos los que le solicitan una foto, pedido al que accede de buen modo, mientras no deja de chequear las últimas novedades de esa maquinaria que nuevamente se pondrá en marcha, como esas fábricas que van encendiendo sus luces al amanecer. Hay algo de usina en todo esto.
En la boletería, como sucede durante buena parte del día, hay gente pugnando por una entrada, una tarea nada sencilla, dado que cada función se realiza con tickets sold out. Es que Tootsie, desde su estreno, acontecido el último 16 de marzo, no ha dejado de agotar las localidades de cada presentación. A comienzos de julio, la comedia ya contabilizaba 100 funciones y una asistencia de 100.000 espectadores, a razón de mil personas por función. La entrada más barata cuesta 6.500 pesos y las más onerosa asciende a 13 mil.
“Tenía fe en el boca a boca, pero lo que generó Tootsie superó todas las expectativas. Las entradas anticipadas se agotan cuatro semanas antes, como si fuese un evento”, le dice Nicolás Vázquez a LA NACION, ya instalado en su espacioso camarín, sin dejar de reconocer que “acá hay mucho esfuerzo, son 80 familias las que viven de esto”. Esas ocho decenas de trabajadores se conforman con el personal artístico y técnico y el staff fijo de la sala (acomodadores, boleteros, responsables de la limpieza). Pero ese número se incrementa si se tienen en cuenta a los proveedores externos que se encargan del mantenimiento de las pantallas led de escena o del ascensor que sube y baja escenografías en el mismísimo escenario.
Vázquez es consciente de lo que genera. El actor les ha sumado a las plateas del circuito comercial a los adolescentes y a los jóvenes, reticentes a este tipo de experiencias. Una tarea que se fue cimentando con las comedias El otro lado de la cama y Una semana nada más, que él protagonizó a lo largo de la última década y que también se convirtieron en un fenómeno de masas, el prefacio para Tootsie que hace convivir en la platea a espectadores de todo tipo de edades.
“Después de la pandemia, la gente se ríe más que antes. Por otra parte, vivimos en un contexto difícil y la poca plata que le queda a la gente en el bolsillo, esos pesos que no puede ahorrar, prefiere invertirlos en pasarla bien”, argumenta Paul Kirzner -hermano de Adrián Suar- quien al frente de su compañía Preludio, es uno de los productores de la obra. RGB, la empresa de Gustavo Yankelevich, y el propio Nicolás Vázquez terminan de conformar el equipo que invirtió una suma millonaria en dólares y no revelada para poder poner en funcionamiento esta magnífica producción.
Perfección
Lejos de dormirse en los laureles -a pesar de los dos meses de ensayos diarios previos al debut y de llevar más de cuatro meses en cartel- Vázquez inicia cada jornada con la misma rigurosidad. LA NACION fue testigo de un ensayo del actor con la actriz Julieta Nair Calvo, su coprotagonista, buscándole nuevos matices a una escena ya probada y aceptada por el público. “Es obsesivo”, dirá un integrante del elenco en voz baja, como si aquello fuese pecaminoso.
“El personaje se busca hasta la última función y, cuando me preparo, no pienso en la gente que hay afuera, lo hago como si hubiese dos personas esperando en la platea, porque el público siempre se merece lo mejor”, reconoce Julieta Nair Calvo, quien viene de acompañar a Susana Giménez en la comedia Piel de Judas, otro éxito que se dio en esta misma sala porteña y en un espacio de Punta del Este.
Tal es la obsesión por la perfección que el plantel completo de actores y actrices tuvo que asistir a todos los ensayos a lo largo de ocho semanas, aún cuando la escena a pasar no los incluyera. Fue una forma de integración y que cada uno supiera el devenir y el contexto de sus personajes.
“Soy exigente, pero sale desde mi amorosidad, entiendo que cualquiera se puede equivocar o no le puede salir algo, lo que me interesa es la actitud frente a eso”, sostiene Mariano Demaría, el director de este engranaje tan complejo que requiere realización precisa. Demaría, quien también es el responsable del diseño de luces, se sincera y reconoce: “Soy de la escuela que piensa que, si te relajás, la obra te lleva puesto. Cada día se puede ajustar o corregir algo, es una forma que el elenco tenga la obra viva, fresca y no se automatice. Además, hay que entender que, cada noche, hay mil personas por función que van a ver Tootsie por primera vez”.
La compañía está conformada por 18 artistas. A Vázquez y Nair Calvo los acompañan Diego Hodara, Maida Andrenacci, Leo Trento, Vivian El Jaber, David Masajnik, Gustavo Bonfigli, Francisco Andrade, Gustavo Monje, Nicolás Chávez, Giselle Dufour, Daiana Fernández, Gonzalo Gerber, Christian Giménez, Juan Matelo Halle, Virginia Kaufmann y Georgina Tirotta.
“Soy fanático del timing del espectáculo, desde el chiste al remate, de medir que pase lo que tiene que pasar en el momento indicado”, enfatiza el director Demaría.
Ritualidad
Nico Vázquez trabaja codo a codo con el director, por eso no duda en pasarles notas a sus compañeros con algunas observaciones. “¿Y si entrás dos segundos antes y mirás para un costado?”, le dice a uno de los actores del reparto, buscándole potenciar su participación y rendimiento del personaje.
A medida que avanza la tarde, el bullicio comienza a apoderarse del patio de camarines. Vázquez saluda a sus compañeros uno por uno, incluidos técnicos y personal de limpieza. “Conoce a todos por el nombre y se acuerda de todo. Si alguien le contó algún problema familiar, él seguro que le va a preguntar por eso cuando lo vuelva a ver”, se sorprende un técnico que ha trabajado con más de un divo que le ha hecho notar su lugar en la cima del escalafón.
Un catering con sabor a merienda calma ansiedades. Todos conversan detrás de la escenografía con la alegría de un curso de colegio secundario. Vanesa Bafaro, la minuciosa jefa de prensa, de extensa trayectoria en el medio, es una más de la compañía.
“Nico tiene una exigencia justa y democrática, lo que pide es lo que él da. La horizontalidad es lo que prima”, afirma el productor ejecutivo Damián Armocida, quien también cuenta con su propio camarín, convertido en una oficina de puertas abiertas. Armocida entiende que “Desde el coprotagonista hasta el último técnico, pueden recurrir a mí para plantearme lo que necesiten. Acá la gente no es un número, todos tienen nombre y apellido”.
Cuando se programa función doble -ahora eso sucede los viernes y los sábados- la producción provee de viandas para que la compañía y los técnicos puedan comer entre función y función. “Son 60 viandas y, con anticipación, cada uno elige qué desea comer”, explica el productor ejecutivo. Para Vázquez, estrella del show, no hay un catering especial, cena lo mismo que sus compañeros.
A escena
Observar la preparación de Nicolás Vázquez es muy atractivo. Semidesnudo (sólo tapado con ropa interior) el actor se somete a una extensa sesión de maquillaje que incluye no sólo su rostro, sino cada rincón de su cuerpo. De a poco, se irá convirtiendo en Santi, ese personaje hosco que luego se transformará en Dorita. Para la faena, es esencial la tarea de la maquilladora Johanna Andino y de la personal stage Vane Máscolo. El camarín de Vázquez está pegado al escenario y muy cerca de un sector donde una gran cantidad de pelucas descansan bajo el cuidado de Charly Gómez Beheram, quien peina diariamente esos cabellos.
Una vez comenzada la obra, cuando Vázquez tiene que pasar de la criatura de ficción masculina a la femenina, el procedimiento debe insumir estrictos veintiséis segundos. Casi coreográficamente, ayudado por sus vestidoras, la personal stage y la maquilladora, el actor mutará completamente sus ropas, se calzará zapatos femeninos y bijouterie, y alguien le colocará la peluca de manera milimétrica. “Es como un auto de la Fórmula 1 que ingresa a boxes para ser asistido en segundos y volver a la pista”, metaforiza Vázquez. En la escena final, el cambio de atuendo debe realizarse en menos tiempo, tan sólo quince segundos.
El trajín de las funciones hace que el actor no sólo no engorde, sino que baje de peso de manera vertiginosa. “Ahora mi dieta se llama ´comé de todo´”, celebra Vázquez, quien debió bajar siete kilos antes de debutar, para poder darle a su Dorita la estilización que necesitaba. También debió acondicionar sus manos para que lucieran más cuidadas.
“Extraño el fútbol”, gruñe el protagonista, aunque, cada tanto, se manda un picado con amigos, pero, para evitar riesgos de quebraduras y lesiones, nadie lo marca de cerca, “es como jugar solo”, protesta. Terapia tradicional y alternativa, Flores de Bach, vitaminas y yoga lo logran mantener en eje.
En plan de ritualidades, Julieta Nair Calvo también se instala muy temprano en el teatro. “Llego dos horas antes, me gusta tener mi tiempo, no estar a las corridas y que la previa sea un trámite, sino disfrutarla mucho”, sostiene la actriz, quien recurre al mate para pasar el tiempo. Su camarín tiene atmósfera zen. Un hornito con esencias aromatiza el espacio, un buen marco para la rutina de respiración que la protagonista realiza a diario, antes de sumergirse en la tarea del maquillaje que realiza ella misma. Las fotos de su bebé de 16 meses ambientan el lugar. “La maternidad y la obra son mi entrenamiento. Más allá de eso, lo único que hago es tomar mis clases de canto e ir a terapia”.
A gran escala
Más de 180 trajes de trajes de vestuario fueron confeccionados especialmente, siendo la reconocida artista plástica Renata Schussheim, la responsable de esta misión. Sólo el personaje de Dorita utiliza 8 pelucas y postizos, y cuenta con otras tantas de resguardo.
Además, la compañía utiliza más de 80 pares de zapatos, de los cuales 14, hechos a medida, corresponden a los dos personajes interpretados por Nicolás Vázquez, quien también usa 4 pares de zapatillas. En el transcurso de la función, el actor hace 25 cambios de vestuario.
Las pantallas led que redondean el concepto estético de escena son del tipo total black y ocupan una superficie de cien metros cuadrados. El cortinado principal, realizado ad hoc para el espectáculo, está conformado por 82.654 lentejuelas pegadas a mano. El responsable del diseño escenográfico y multimedia es Tato Fernández.
Puede pasar
En más de cien funciones, más de una anécdota pasó a formar parte de un listado de furcios y pequeños accidentes. “Una vez me puse mal una remera y salí a escena con el brazo torcido, entonces le hice decir al personaje ´me disloqué el hombro´ y la gente se murió de risa”. Alguna saliva que va por el rumbo incorrecto, lo atoró antes de cantar, “entonces me puse a rapear, parecía Jazzy Mel”. Los años de oficio permiten salir de más de un apuro.
Una noche, el elenco siguió como si nada, mientras desde abajo los técnicos subían trastos de escenografía “tracción a sangre”, porque se había roto el ascensor de escena que conecta con la “trampa”, pero la gente jamás notó la irregularidad. “Se puede aprender y mejorar siempre”, afirma Vázquez, quien hace grabar las funciones para poder verlas y corregir lo que necesite ser corregido.
Terminada la función, la tarea es más sencilla que al comienzo. “Desmontarme es más fácil, pero, como soy muy bruto, me enseñaron a desmaquillarme, porque me lastimaba toda la cara”, dice el hombre que le da vida a Santi y a Dorita, quien sostiene que el esfuerzo no es menor: “Quedo feliz, pero muy cansado. Ya no tengo tanto ocio como antes, porque de lunes a miércoles me quedo mucho en casa para regular la energía, disfrutar estar con Gime, ver una película juntos y comer rico”. “Gime” es la actriz Gimena Accardi, con quien ya ha compartido escenario.
“Nicolás ve y controla todo, desde las luces de la marquesina hasta un letrero en la boletería”, explica el productor Damián Armocida. Para Paul Kirzner “en esta industria no hay nadie como Nico. Es un tipo talentoso, generoso y buena gente. Y es una persona muy agradecida, algo que repercute en toda la compañía”. Si de generosidad se trata, durante la pandemia, el líder del grupo le pago el sueldo a todo el elenco de la obra Una semana nada más, imposibilitado de hacer funciones durante los tiempos del confinamiento sanitario. Tampoco son pocas las ocasiones en las que ha comprado él mismo los tickets de personas que se acercan y le comentan que no pueden pagar el valor de una entrada. Durante la función los identifica y los saluda con complicidad, pero sin dar a conocer el gesto solidario.
La mística se percibe en cada rincón del teatro. Hay equipo, como en el fútbol. Acaso las palabras finales de Nicolás Vázquez resuman el sentir de todos sus compañeros: “Cuando subo al escenario me olvido de todo”. Algo que también sucede en la platea.
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