Tom Pain (basado en nada): un gran actor en un manifiesto reflexivo y modificador
Libro: Will Eno / Traducción: Stefanie Neukirch / Intérprete: Rogelio Gracia / Luces: Rosina Daguerre / Dirección: Lucio Hernández / Sala: El Camarín de las Musas / Funciones: sábados, a las 20.30 / Duración: 60 minutos / Nuestra opinión: muy buena
Desde el preciso momento en que comienza la obra, el espectador se sentirá sorprendido, conducido a una propuesta que se sospecha atípica. Tal vez intrusiva. Durante unos minutos, el público estará sentado en la oscuridad literal, con una voz que sale de la nada y solo a través del encendido de un cigarrillo permite descubrir que hay un hombre que nos hablará muy directamente.
Durante el tiempo que dure la propuesta, este sujeto estará incomodando de manera deliciosa al espectador atento. Porque para seguir al tal Tom Pain hay que estar en un cien por ciento receptivos. No vale la dispersión, aunque él mismo intente desconcertar. A través de un apasionante juego semántico, este "ser sintiente en un cuerpo de palabras", tal como se autodefine, conduce por un laberinto de historias personales que lo han marcado. A partir de esos relatos que se entrecruzan, se parten, se regeneran y transforman, el texto de Will Eno se vuelve un manifiesto dialéctico expresionista sobre el individuo. Confronta pensamiento y mente, reflexiona sobre el miedo y la aprehensión, construye verdad desde el aparente sinsentido.
¿Por qué por momentos Tom Pain puede incomodar? Porque expone verdades de manera cruda, hurga en el miedo para ir al espíritu profundo. Y ese vertiginoso ir y venir que para algunos podría ser la elegía de la dispersión podría convertirse en un espejo que expone no solo las emociones y sensaciones más primarias individuales, sino también nos deja parados ante el vacío, ante la nada misma.
Roza el teatro de la crueldad, el universo beckettiano, el teatro físico, pero con lenguaje y forma propios, y esto es mérito de la sólida, detallista, despojada y precisa puesta de Lucio Hernández.
Desde ese inicio en el que habla en la oscuridad, juega con el silencio y, luego, se presenta con un relato brutal, Rogelio Gracia demuestra que es un actor inmenso. Con un trabajo físico milimétrico, potente y una voz clarísima, Gracia desconcierta, desorienta y obliga de manera permanente al desafío intelectual. "La personalidad se forja en la oscuridad", dirá en algún momento, y, como un mágico titiritero, manejará los hilos con los que provoca o modifica al espectador. En ese sentido, su manejo con el público es mayúsculo, lo sumerge en el caos y lo saca sequito. Es una de esas propuestas que obligan a salir a debatir, a charlar con una buena bebida de por medio sobre quiénes somos, cómo estamos hechos y cómo nos paramos ante la verdad y el miedo.
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