Todos los Shakespeare
Shakespeare. Todos y ninguno / Sobre textos de William Shakespeare / Selección: Alfredo Alcón / Actuación: Juan Gil Navarro / Dirección: Jorge Vitti / Diseño de iluminación: Gonzalo Córdova / Vestuario y maquillaje: Natalia Litvack / Voz de Lady Ana: Marisa Aguilera / Diseño de sonido: Juan Serruya / Lugar: Centro Cultural de la Cooperación / Sala: Raúl González Tuñón / Funciones: sábados, a las 20.15 / Duración: 60 minutos / Nuestra opinión: buena
La presencia de un actor popular en un espectáculo con textos de William Shakespeare es muy probable que opere como un estímulo fuerte para atraer al teatro a un sector del público que, de otra manera, sería más reacio a acercarse a una representación de esa naturaleza. Juan Gil Navarro es un intérprete cuya labor en la televisión y el cine le ha conferido una notoriedad indiscutible, pero que, además, desde hace dos décadas dedica parte de su energía al teatro en títulos que han incluido no sólo la versión escénica de la tira televisiva Floricienta, sino a autores como Tennessee Williams, Arthur Miller, Bertolt Brecht o Shakespeare (de éste intervino en la puesta de Rey Lear dirigida por Rubén Szuchmacher).
Tiene experiencia entonces en ese campo. Y esa debe ser la razón que lo impulsó a hacer este unipersonal con textos del gran poeta inglés. Excelentes textos, de los mejores, y más arduos también para acometer, que haya escrito el Bardo. Son fragmentos que habría elegido Alfredo Alcón, epítome de lo que podría considerarse un actor shakespeariano en la Argentina, y que pertenecen a las obras Hamlet, Enrique IV, Macbeth, Romeo y Julieta, Otelo, Ricardo III, Rey Lear, Julio César, Timón de Atenas, Coriolano y La tempestad. Ni qué decir que Gil Navarro aborda esos textos con seguridad, limpidez de dicción e incluso algún atisbo de lograda composición, como en una buena y entrenada lectura.
Pero su aporte no va mucho más allá de eso. Y en un tiempo donde esos pasajes han sido vistos y oídos en el cuerpo y la voz de tantos artistas, la sola idea de presentarlos respaldados por esas únicas cualidades parece insuficiente. Descontextualizados de la obra que los incluye y carentes de una recreación que haga de cada momento una gema individual, esos pasajes producen la impresión de no tener fuego ni intensidad, quedan planchados por una marcada monotonía que tiñe la mayor parte del espectáculo. Y que no puede ser rota por los aislados esfuerzos del actor por profundizar el carácter o los conflictos de los personajes o levantar el voltaje de las situaciones.
No es necesario -y resulta hasta odioso- recordar ejemplos de algunos otros unipersonales nacionales o extranjeros por el estilo para probar que se puede hacer otra cosa. Pero resulta evidente que el director Jorge Vitti no ha querido acercarse a una propuesta estética distinta a la que ofreció. Y es posible que hasta haya creído que era la más adecuada a los recursos actuales de su actor o para acercar a un público que no tiene contacto regular con Shakespeare. Es una elección respetable. De hecho hay que reconocer que más de un espectador egresa de la sala dedicando gestos o palabras de aprobación al trabajo. Le resulta convincente lo que ve. Pero quien pretenda algo más se queda con sabor a poco, demasiado poco para el nivel que se ha logrado en el abordaje de ese autor.