Tito, la peor tragedia de Shakespeare: un erudito, brillante y divertido juego escénico
El grupo La Idea Fija realiza un gran trabajo lúdico-antropológico con muchísimo humor sobre los espeluznantes sucesos de la obra original del bardo isabelino
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★★★★ Autor: William Shakespeare. Dramaturgia: Marcos Arano Forteza y Gabriel Graves. Dirección: Marcos Arano Forteza. Intérpretes: Santiago Cejas, Darío Chiocconi, Juan Pablo Galimberti, Vanesa González, Magalí Meliá, Manuel Lorenzo, Federico Tombetti y Abián Vainstein. Música: Leo Costa. Escenografía: Gabriel Díaz. Vestuario: Vanesa Abramovich. Máscara: Alfredo Iriarte. Iluminación: Luis Bolster. Producción integral: La Idea Fija y Malvado Colibrí. Producción ejecutiva: Manuel Lorenzo y Federico Tombetti. Asistente de dirección: Carolina Portnoy. Funciones: lunes, a las 20. Teatro: El Picadero, Pasaje Enrique Santos Discépolo 1857. Duración: 100 minutos.
Juego, simulacro, construcción, prueba-error y, sobre todo, transformación es lo que sucede felizmente en escena en esta plausible versión de Tito Andrónico, la “obra maldita” de William Shakespeare.
El grupo La Idea Fija (al que hay que prestarle mucha atención) apostó a la representación misma del teatro. Antes que nada habría que aclarar que en este montaje no se aborda la tragedia del bardo isabelino tal cual fue concebida... por fortuna, porque si no el escenario del Picadero sería un reguero de sangre. Desde siempre se consideró a esta obra como una de las más difíciles de representar por la violencia desmedida, por la cantidad de personajes, porque hasta en tiempos lejanos era considerada tan “nociva” como “brutal”. Pero una autoridad enorme como Harold Bloom ya anticipó hace unos cuantos años que más que una tragedia, Tito Andrónico es una parodia.
Por ese camino eligieron seguir Marcos Arano Forteza (desde la dirección y la adaptación) junto con Gabriel Graves (adaptación). Este Tito Andrónico no le da respiro al espectador y aquellos momentos más groseros, más bestiales e, incluso, dramáticos llevan irremediablemente a una risa general que es cómplice perfecta del juego de estos artistas, cercanos a aquellos cómicos de la legua. La adaptación fue a la raíz –brillante trabajo que respeta a rajatablas el texto original, con un lenguaje más cercano, lleno de guiños y humor– y permite presenciar al detalle la construcción misma del hecho teatral en vivo. La lúcida puesta en escena de Arano –que no desaprovecha un sólo rincón del escenario del Picadero y hasta toma por asalto a la platea–, es producto de un sincronizado trabajo en el que el músico en escena (Leo Costa) y el diseño lumínico de Luis Bloster son un todo unívoco. La propuesta recupera lo más primitivo de la representación y se nutre de eso: cambio de roles incluidos y a falta de candilejas, buenas son las linternas. Los intérpretes se iluminan entre ellos y hacen uso de la utilería de un modo lúdico que la platea celebra permanentemente.
Arano Forteza se nutrió de un elenco sobresaliente en el que todos tienen sus momentos de lucimiento, donde no se cansan de correr, subir, bajar, transformarse, cambiarse un yelmo por una peluca, una capa por un vestido (en este aspecto también sobresale el trabajo de Vanesa Abramovich en el vestuario). Estos cómicos –en el mejor sentido de la palabra– cuentan y representan esta historia sangrienta plena de injusticias transformándola en un hecho artístico diferente (¡gracias!) a las habituales propuestas del circuito teatral comercial.
Hay algo de inacabado en la obra, pero esto no le juega en contra sino que va en sincronía con el carácter lúdico-antropológico del montaje.
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