“Andan en cosas raras”: del fantasma del vecino molesto al éxito de los Coleman, los 20 años del PH que creció hasta convertirse en la sala clave del teatro independiente
Timbre 4, la cooperativa liderada por Claudio Tolcachir, sobrevivió a crisis económicas y a la pandemia, y, gracias al éxito de La omisión de la familia Coleman, logró expandirse, sumar una escuela de teatro y albergar, hoy en día, a nueve obras distintas en cartel
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La siguiente historia seguramente ya fue contada en otras oportunidades, poco importa. Sigue maravillando y sigue sumando capítulos. Hace 20 años, se decía que en un PH de Boedo ubicado al final de un largo pasillo uno grupo de veinteañeros andaba en cosas raras. Tenían razón: esa típica unidad familiar se transformó en un teatro en donde se hicieron verdaderas joyas. Con los años, se transformó en un espacio clave del circuito teatral de Buenos Aires. Se llama Timbre 4. Sus dos décadas de vida se festejan el viernes, sábado y domingo en la calle y en las salas con vecinos, amigos, con la gente del barrio y con la gente de otros barrios teatrales que se fueron edificando en estas dos décadas. Pero volvamos hasta el punto inicial de esta trama.
El 11 de mayo de 2001, el director, dramaturgo y actor Claudio Tolcachir se mudó un típico PH. En la prehistoria de esta historia, junto a los actores Tamara Kiper y Lautaro Perotti, compañeros del Mariano Moreno, habían montado la primera sala en el sótano del colegio, Luego, hubo otra experiencia en un mínimo espacio con una columna en el medio ubicado en la calle Lerma. Al poco tiempo, ocuparon un caserón que actualmente es un súper. Cuando, crédito mediante, Tolcachir se mudó a las dos últimas viviendas de un PH de Boedo, tenía en claro que no quería por nada del mundo instalar un teatro en su casa, pero las convicciones no tienen por qué ser tan rígidas. A nueve días de esa mudanza, festejó su cumpleaños con amigos. Esa noche hubo festejos, vinos, un piano, canciones y celebraciones. “Eran tiempos desoladores previos al estallido de 2001, era tiempos de mucha incertidumbre. Sin embargo, en aquel cumpleaños, cuando cada uno empezó a cantar o a hacer cosas, me dieron muchas ganas de que el espacio se transformara en un lugar en donde cada uno se pudiera dar el gusto de hacer lo que quisiera”, evoca el talentoso artista. Junto con Lautaro Perotti, Diego Faturos, Maxime Seugé y Jonathan Zak forman el equipo creativo y de gestión que comanda este emprendimiento que no para de crecer. En aquel momento, Tolcachir era parte del elenco de Cinco mujeres con el mismo vestido, que dirigía Norma Aleandro. Fue ella quien le aconsejó transformar el living del PH del fondo en un teatro. “Tenés cuatro paredes y un techo, eso se llama teatro”, le dijo. Con el tiempo, la deriva de aquella celebración, así como aquel comentario, adquirieron las formas de un espectáculo, un cabaret, que se llamó Jamón del diablo, una maravillosa y personal versión de 300 millones, de Roberto Arlt. Fue el que estrenaron justo hace dos décadas.
La obra se presentó en el PH del fondo, el famoso “timbre 4″. En el timbre 3 estaba la casa de Tolcachir, artista formado en la escuela de Alejandra Boero. La experiencia tenía algo de clandestino: el público llegaba a la dirección indicada en el horario pautado y esperaba en la puerta de Boedo 640, donde estaba el portero eléctrico (nada de cartelito). Llegado el momento, la puerta se abría y se atravesaba el largo pasillo hasta llegar a esa casa transformada en una especie de cabaret que fue sumando adeptos, cómplices, construyendo una familia expansiva. Había unas 20 personas en escena (entre ellos Lautaro Perotti y Diego Faturos) y, con toda furia, el doble de público. Las teclas de la consola de luces se habían hecho con viejos veladores. Había un matafuegos, pero era escenográfico. Jonathan Zak fue a ver Jamón... y empezó a estudiar, a actuar y, con los años, se convirtió en uno de los productores ejecutivos de Timbre. “Yo quiero ser parte de todo esto”, se dijo Maxime Seugé cuando vio la obra. Así fue que dejó su Francia natal para actuar y trabajar en Boedo. Con el tiempo, se convirtió en la otra pieza clave en lo que hace a la producción.
Así narrado todo suena muy lindo, muy poético; pero tampoco tanto. Al vecino de uno de los PH, un tal Sabino, no le gustaba nada lo que sucedía al fondo. De hecho, varias noches salía en calzoncillos al pasillo para sacarles fotos a los desprevenidos espectadores como prueba de que algo prohibido sucedía allá al fondo. Así como Jamón del diablo fue sumando nuevos públicos, la cooperativa de artistas fue sumando denuncias ante las autoridades porque, según decía el vecino testarudo, se ejercía la prostitución, se vendía droga, pasaba la prohibido. Ante un nuevo llamado, una noche cayeron varios policías de civil en plena función de Jamón del diablo preguntando por el dueño del antro. Esa noche, a Tolcachir le tocó reemplazar al personaje de una travesti. No le quedó otra que atenderlos con una boa y un vestido rojo. Una diosa. Tras aclarar lo que parecía improbable de aclarar, los policías terminaron viendo la obra, cantando algunos tangos y aplaudiendo a rabiar. Alguna vez se ligaron una faja de clausura. Claro que cuando fueron a la sede del organismo de fiscalización no pudieron levantar la prohibición porque el lugar tenía la misma faja porque había explotado un caño en su edificio.
En la casa devenida en teatro ni existía un cartel que pudiera señalar que ahí, al fondo, había una sala teatral. En cierto sentido, seguía la marca de El Excéntrico de la 18, la excasa de Cristina Banegas que, en 1986, había convertido a su living en espacio de ficción. Un sábado de agosto de 2005, en el PH de Boedo, se estrenó La omisión de la familia Coleman. Esa tarde, Lautaro Perotti se estaba bañando en su casa para prepararse para la función y se dijo: “Ojalá que con esta obra duremos por lo menos un mes porque es un gusto hacerla”. Ese espectáculo que ensayó el grupo durante nueve meses fue marca, hito, una leyenda que pasó por infinidad de festivales internacionales, que se mudó a la calle Corrientes y que volvió y siempre vuelve a Boedo (de hecho, está en cartel hoy en día). Aquel verdadero objeto de culto hizo que se acercaran al viejo PH damas con olor spray y caballeros de traje que convivían con el público más contracultural del circuito alternativo. Una de las noches, el que hizo la cola en el pasillo fue el cineasta Francis Ford Coppola, en un alto de la filmación de Tetro. Ante el asombro de todos, terminó pidiéndole un autógrafo a los actores. Uno de ellos se encontró escribiendo en un papelito “Querido Francis...”. No lo podía creer.
Las reservas se hacían al teléfono de la tía Celina. Ella, en un cuaderno, iba a anotando. Media hora antes de la función alguien del elenco llamaba a la tía de Tolcachir y tomaba nota. A veces, no se entendía la letra. “¿Son 6 o 16 las que tengo anotadas acá?”, le preguntaba la tía a su esposo. La información nunca era muy precisa, pero poco importaba. Celina nunca vio la obra, pero no tenía ningún problema en contar anécdotas de su sobrino actor. A la banda de pibes que rondaba los 20 le gustaba que una señora mayor fuera la voz en el teléfono, servía para despejar fantasmas. Una de las noches llegó como parte del público la hermosa Silvia Bosco, actriz fallecida en 2019, con una panza enorme a punto de explotar. La expresión no es metáfora: rompió bolsa en medio de la función. “Todo el mundo miraba para atrás por la catarata que caía y entonces yo miré para atrás también. Y no me hice cargo. Estaba casi al comienzo de la obra y, como para salir de la sala tenías que pasar por la escena, me quedé”, recordó en un reportaje publicado en Noticias. Salió de ahí directamente a un hospital. El trabajo sobre esa familia tan personal se convirtió también un una cita obligada de los psicólogos. Hubo uno que en su consultorio tenía colgado un póster de la obra con todos los personajes. Cada vez que estaba atendiendo a un paciente se preguntaba cuál de los personajes le estaba hablando. La omisión de la familia Coleman se presentó en China, Francia, España, Italia, Irlanda, Bosnia, los Estados Unidos, Bolivia, El Salvador, Costa Rica, Panamá, Portugal, Alemania, Brasil, Perú, Ecuador, Colombia, Uruguay, Chile, Canadá, Serbia y México. Fue subtitulada en ocho idiomas y publicada en italiano, francés, inglés, español y griego. Luego vino Lisístrata, cruzada de las piernas cruzadas, otro hermoso delirio basado en un texto de Aristófanes.
Pero los premios, los elogios y las giras internacionales no modificaban la opinión del tal Sabino, el que vivía en la casa que daba a la avenida. Él seguía con sus denuncias. Del otro lado le contestaban con más ficción, con nuevos desafíos escénicos. En ese tránsito hubo un alguien que les avisó que a la vuelta de Timbre 4, por la calle México, existía una fábrica de sillas de un tal Coco que parecía dar con la pared del fondo de los Coleman. Estaba en venta. El lugar estaba un tanto abandonado, pero no era el punto. Claro, y he aquí la cuestión, había que verificar si la medianera de la salita daba al fondo del galpón. Fue fácil: en plena recorrida por el depósito una de las actrices se fue a la sala y empezó a golpear la pared de la medianera: ambas paredes eran vecinas. Desde aquel momento, la idea de agrandar y expandir a Timbre 4 empezó a desplegar otras nuevas formas.
“Timbre es mi casa, es una forma de vida. Es la mezcla de amigos, profesión, y lugar de búsqueda colectiva. Es un lugar de contención, de responsabilidad. Es donde me formé, me crié”, asegura Lautaro Perotti en el bar del lugar. “Y se sostiene en los años porque sigue siendo un lugar de encuentro y un lugar para encontrarse desde lo humano y artístico. Timbre es un refugio, por eso perdura”, suma Diego Faturos.
En 2007, el hermano de Tolcachir compró el galpón de sillas de Coco. Casi en simultáneo, el tal Sabino, el del PH que daba a la calle, el del timbre 1 de Timbre 4, pasó a otro plano. Muerto Sabino se produjo una sucesión de accidentes menores que les llamaron la atención a los integrantes de la cooperativa. Decidieron llamar a un cura que había dejado los hábitos para que “limpie” la casa. Una noche, mientras salía el público de ver Coleman, cayó el cura con su valijita. “Sí, Sabino está acá, aferrado al rencor; pero no le tengan miedo”, les dijo. Créase a no, no volvió a haber accidentes. Cuando Timbre 4 se extendió a la casa del señor se encontraron que en una de las paredes había colgado infinidad de fotos de ellos, de sus alumnos, de la misma Norma Aleandro esperando en el pasillo. Con los vecinos del 2 estaba todo bien: tanto que una noche se toparon con la vecina vestida con sus mejores pilchas para ver Coleman.
Así fue como un PH fue transformado en escuela de teatro. Timbre 4 pegó su estirón, se expandió por el barrio de Boedo. La apertura formal del nuevo espacio en la calle México 3554, con su sala de 150 butacas, bar y espacios para la escuela se dio en junio de 2010. Allí estuvieron todos los integrantes de esta familia líquida en una noche de vinos, festejos y emociones diversas. También estuvo Coco. Y claro, no podía ser de otro modo, hubo función de los Coleman porque es imposible omitir su presencia en toda esta larga historia. A lo largo de estas dos décadas, han trabajo en las salas de Timbre creadores como Daniel Veronese, Gustavo Tarrío, Alejandra Flechner, Sergi López. Valeria Lois, Jorgelina Aruzzi, Osqui Guzmán, María Onetto, Corina Fiorillo, Francisco Lumerman, Vivi Tellas, Luis Machín y siguen los nombres.
En esta larga historia, Timbre 4 se hizo eco de las permanentes tensiones que atraviesan al sector independiente. En mayo de 2019, fue sede de una asamblea en la que representantes de ese entramado escénico denunciaron “la situación límite que está atravesando el sector teatral independiente”. Como todo lugar con luz propia, también tiene sus momentos de oscuridad. En febrero de 2020, en medio de una ola de calor, esa parte de Boedo se quedó sin luz. En la sala, el apagón llegó mientras se estaba presentando Finir en beauté-Bello final. del francés Mohamed El Khatib. Maxime, el francés de la cooperativa, se vio obligado a oficiar de traductor mientras el actor era iluminado por los celulares del público. Claro que, con el paso de los meses, se vino el verdadero apagón a escala mundial: la pandemia. Con enorme esfuerzo, como sucedió con todas los espacios teatrales, Timbre 4 tuvo que adecuar su sala al nuevo protocolo sanitario cuando fue volviendo el público a las salas. Por necesidad y urgencia, se sumaron a la ola del streaming y hasta lanzaron su canal de TV. En agosto de ese mismo año (ese mes se repite varias veces en esta historia) la sala de Boedo abrió su sucursal en La Latina, típico barrio madrileño. El plan expansivo continuó su marcha: ya hay otra sucursal de Timbre 4 en Florida, zona norte.
El cartelito indicador de que en Boedo 640 hay un teatro recién lo pusieron cuando se cumplían sus diez años de funcionamiento. En la actualidad ya ni hace falta cartelería. Este espacio cultural se transformó en un marca del barrio. Durante el encuentro con LA NACION, Claudio Tolcachir, Lautaro Perotti, Diego Faturos, Maxime Seugé y Jonathan Zak van recordando viejas anécdotas que parecían archivadas mientras recorren los distintos espacios. Cada vez que se abre una puerta, adentro se encuentran alumnos tomando clases, sea en el “viejo” Timbre que da a Boedo (en donde se estrenó La omisión de la familia Coleman) como en el amplio sector que da a la calle México (la puerta que debería comunicarlos nunca se instaló porque hubiera implicado infinidad de trámites). Entre las tres salas suman 230 butacas. En estos días, tienen nueve obras en cartel. Conviven títulos como La vida extraordinaria, de Mariano Tenconi Blanco; Una, con Miriam Odorico; El intermediario, dirigida por Walter Jakob; o Mi hijo solo camina un poco más lento, de Guillermo Cacace. Por semana, 1400 personas asisten a ver lo que se programa en esta verdadera fábrica de producción escénica.
En plan festejo por los 20 años, hoy los integrantes de los Coleman volverán a contar sus historias. Mañana sábado, coparán la calle. El domingo, los alumnos se apoderarán de los escenario. La leyenda de Timbre 4 continúa.
Festejos para agendar
- Viernes 5, a las 21, la función de La omisión de la familia Coleman contará un debate posterior con Claudio Tolcachir y todo el elenco.
- Sábado 6, Timbre 4 sale a la calle (México entre Boedo y Maza). A las 18, se presentará la banda La joven Guarrior, compañía de música y teatro dirigida por Juan Parodi. A las 19.15, se proyectará un clip por los 20 años de la sala dirigido por Melisa Hermida. A las 19.30, será el turno del DJ Cami Boero y, a las 21, los integrantes de la sala tienen pensando soplar las velas de una gran torta.
- Domingo 7, desde las 18, se presentarán trabajos de los alumnos de Timbre 4
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