Teatro y boxeo: del homenaje a Leonardo Favio al Rocky de Nico Vázquez, seis obras que se calzan los guantes -y dónde verlas-
Tres obras en cartel, una premiada que acaba de bajar, otra para el verano marplatense con Luciano Castro más el Rocky de Nico Vázquez para junio de 2025: el ring y los guantes, calzados siempre por varones, ganaron la escena.
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“Cada combate de boxeo es una historia: un drama sin palabras, único y sumamente condensado”: la observación de la escritora estadounidense Joyce Carol Oates, en su ensayo Del boxeo (1987), da en el blanco acerca de la fascinación que ejerce esta “celebración de la religión perdida de la masculinidad” en las ficciones, en la literatura, en el cine y, por supuesto, en el puro presente del teatro, tal vez porque “entrar al ring medio desnudo y para arriesgar la propia vida es hacer de su público una especie de voyeur… el boxeo es tan íntimo”.
Esta íntima relación resuena con fuerza en los escenarios porteños. Son varias las obras que rodean el tema en la cartelera además de otras que están por venir. No es la primera vez que pasa. No solo son muchas las obras argentinas inspiradas en este deporte (Cámara lenta, de Tato Pavlovsky; El box, de Ricardo Bartís; Kid, de Alejandro Caravario; Último round, fragmentos de una herida de amor, de Patricio Ruiz; Púgil, quién dice hasta dónde; de Bernardo Morico; o Quinto round, de Pacho O’Donnell), sino que, en este momento, hay varias que confluyen, especialmente en el circuito off.
Basada en el cuento Negro Ortega, de Abelardo Castillo, en Espacio Callejón se presenta Fájense, de Maxi Rofrano, autor y director que viene del periodismo deportivo y que, como tantos otros, inscribe su relación con el pugilismo en la infancia y por herencia paterna, cuando en trasnoche se quedaban padre e hijo frente al televisor para ver las breves peleas del peso pesado Mike Tyson.
“Apenas leí el cuento quise llevarlo al teatro, para trasladarnos a ese Luna Park de mediados de los años 60″, dice Rofrano, que no es actor ni boxeador pero sí un apasionado de ambas disciplinas. “El punto de contacto está en subirse al escenario como si fuese un ring, el peligro, lo impredecible, el fallo acechando, la concentración al extremo, la gloria”, dice el director que decidió, sin perder la pluma del cuentista, estructurar el relato en diez escenas como si fuese el conteo del juez.
En el final de su carrera, Jacinto “El Negro” Ortega (Leandro Orellano) recibe la propuesta de pelear en el Luna Park contra la joven promesa del boxeo argentino, Carlitos Peralta (Juan Mendé). Pero la oferta tiene letra chica: dejarse vencer. Las dudas de Ortega oscilan entre el honor, encarnado en “El Viejo” Ruiz (Fabián Petroni) o la conveniencia del dinero ofrecido por el empresario Morescu (Federico Milman). A estos personajes que están en el cuento, el director sumó dos más, un relator (Santiago Maurig) y un comentarista (Lorenzo Martelli).
En el centro, el ring. En Fájense, se boxea. Los actores Orellano y Mendé entrenaron meses con Guido Alemañy para después pasar a la coreografía de la pelea con Emilio Cesar. “A la hora de adaptar y montar la obra, me escabullí por las rendijas que el cuento dejaba a libre interpretación. Fue escrito a mediados de los 60 y eso se mantiene, pero a la vez quise actualizarlo sin que fuera disonante. Castillo menciona que uno de los personajes canta tango y nada más. En la puesta, Petroni y Orellano cantan tangos compuestos por Bruno Leichman, que los ejecuta en escena con su bandoneón, con letras que homenajean a canciones de Rodrigo”, dice Rofrano que eligió al “Potro” no por casualidad sino por su presentación, récord de 13 noches, en el Luna Park, sobre el ring y vestido como boxeador.
Lealtades y códigos, tango y barrio, héroes y villanos, ascenso y caída son los tópicos que rodean el trágico aliento del mundo del boxeo. Para correrse de ese encuadre, el autor y director Darío Pianelli se inspiró en un personaje real, Arthur Cravan, un poeta y boxeador suizo de principios del siglo XX, sobrino de Oscar Wilde y precursor de la poesía dadaísta.
“Tomamos prestado su identidad para ubicarlo en Entre Ríos como Arturito Craván, que tiene un tío Oscar, fletero de Lanús. Son episodios sobre su vida desde que llega desde la provincia a la Capital para convertirse en poeta, hasta cuando se encuentra con el boxeo y llega a entender que el dolor físico es combustible literario para sus poesías. ‘Si duele, conviene’, le decía su tía Coca: es el camino del héroe hasta el desenlace final”, dice Pianelli sobre Cravan, poeta y boxeador. que se presenta los sábados en el Teatro del Pueblo, con música original y en escena de Juan Cruz Rodríguez, y las actuaciones de Nicolás Vivante como Cravan, Matías Russin (tío Oscar), Sanchu Albert (Tony, el manager) y Lorena Ascheri (la tía Coca, es una figura de grosor mitológico para Cravan).
Admirador de Leonardo Favio y de la emblemática Gatica, el mono, Pianelli reconoce que la existencia de Cravan les vino “como anillo al dedo” para salir del arquetipo del muchacho pobre, con el desafío de llevar a escena esta retroalimentación entre el padecimiento físico del boxeo y la inspiración literaria del poeta.
Para el autor y director, si bien la relación entre el deporte y el arte es muy cercana y está unida por muchas metáforas, hay algo todavía más profundo y universal común a ambos mundos y son “las ambiciones, los deseos de trascendencia y el miedo al fracaso”.
La tercera obra de esta lista no es un estreno. Se despide el campeón, del cordobés Fernando Zabala, ya se había hecho con dirección y actuación del mismo autor en distintos espacios en su provincia desde 2016. Pero este año y en Buenos Aires, en la sala Itaca, comenzó un nuevo camino de este unipersonal ahora interpretado por Cristian Thorsen y dirigido por Mariano Dossena, dos que ya habían compartido el trabajo en otro unipersonal, Jarra de porcelana, de Florencia Aroldi.
“Me atrajo fundamentalmente el texto y la imagen inicial, un entrenador de box del interior de Córdoba vela, a modo de ritual pagano, en la cocina de su casa, a su expupilo que acaba de fallecer, y luego se desencadena un thriller pasional inimaginable, con aire de tragedia griega que me sedujo mucho, como los clásicos”, dice Dossena, quien tomó la decisión durante los ensayos de que Lopecito, el personaje de Thorsen, hablara en “cordobés” y no en “porteño”, para hacerlo más creíble. “Pensamos un modo de actuación ligado al costumbrismo porque el aire de provincia le da a lo trágico del texto, una liviandad que potencia aún más lo sórdido de la narración”, dice sobre esta historia en la que un amor apasionado -y prohibido en ese contexto de “machos”- desencadena la tragedia en medio de una cocina con moscas y el cuerpo embalsamado, junto con flores y velas, de su protegido. Asesorado por el excampeón mundial de boxeo y hoy actor Sergio “Maravilla” Martínez, el director considera que “el boxeo es muy atractivo para la ficción porque propone un mundo al límite siempre, integrado por seres descargando violencia hacia el otro y con espectadores alentando; es un espectáculo que roza lo absurdo y cruel y, por ende, ‘muy teatral’”.
También con música
Ganadora de dos premios Hugo -Mejor espectáculo para un solo intérprete y Revelación masculina-, Gayola en París es un musical que cruza boxeo y tangos. Escrito por Pamela Jordan, dirigido por Pablo Gorlero e interpretado por el actor y cantante Patricio Coutoune, acaba de bajar de cartel pero volverá el año que viene.
La autora, que es pareja del actor, pensó esta obra para él durante la pandemia inspirándose en el tango Se llamaba Serafín, de Edmundo Rivero: “Me gustó jugar con el prototipo del macho, pura testosterona, un boxeador muy masculino, muy canchero y provocador, que es engañado. Viaja a París pero se da cuenta que le vendieron gato por liebre y termina mal. Me gustó buscarle la debilidad, detrás de la coraza, el sufrimiento por dentro. Hay mucho lunfardo, mucho tango, en el cruce del guapo con el olor a madre, con la pena, el barrio, el puchero, la palangana”.
Serafín, como se llama el protagonista, canta fragmentos de tangos que le brotan a su manera cuando ya no aguanta más el encierro. Son clásicos muy conocidos (Cambalache, Mi Buenos Aires querido, Los mareados, Anclado en París, Nada) pero con las letras intervenidas por su situación actual, siempre hablando del olvido, de su historia y el porqué termina engayolado en París.
Quedan más rounds por venir y con pesos pesados de la popularidad. Una de las propuestas tendrá la cara (y el cuerpo) del actor Luciano Castro quien el 28 de diciembre estrena Caer (y levantarse), en el Chauvin, de Mar del Plata, teatro dónde estuvieron el verano pasado Favio Posca y Luciano Cáceres, con capacidad para unos 80 espectadores. Es probable que después de la temporada en la costa, el espectáculo haga pie en Buenos Aires pero, en principio, sería en fechas salteadas porque en abril Castro ya está comprometido con el estreno de una obra de Gonzalo Demaría y dirección de Emiliano Dionisi en el Teatro San Martín.
Caer (y levantarse) recorre la historia dorada del boxeo argentino, contada a través de los ojos de Junior, un boxeador lleno de condiciones que debe, sin embargo, luchar contra sus demonios y debilidades para salir adelante. Es un viaje de ascenso y caída, más la esperanza de volver a levantarse por el amor a su pequeña hija.
“El presente de la acción está situado en el gimnasio de una penitenciaría de la costa argentina, la noche previa a que el juez dictamine su sentencia. En las vísperas del veredicto, frente al público a modo de testigos, Junior los va llevando de viaje a través de este monólogo mediante el cual comparte los claroscuros de su vida, en un procedimiento de vaivén entre el pasado y el presente, derribando la cuarta pared”, dice Mercedes Scápola, directora del proyecto y amiga del protagonista, con quien trabajó en la obra Desnudos y en la serie El buen retiro.
“Nos conocemos mucho y nos gusta laburar juntos. Buscábamos un texto para hacer y en esa búsqueda, Nacho Ciatti me da un monólogo sobre un boxeador, que había escrito hacía tiempo. Por otro lado, Luciano sabe como nadie sobre boxeo, tiene mucha data de boxeo argentino, del mundo del gimnasio, el abuelo tenía uno, se crió en ese mundo y lo practicó. Así que nos juntamos los tres a intercambiar ideas y pronto se sumó Pato Abadi que también es amigo. Fue cosa del destino y se fue armando: la idea original es de Luciano y mía, el texto es de Nacho y Pato, es algo muy argentino, a diferencia de otras cosas”, dice Scápola.
El último, por ahora, de estos estrenos teatrales maridados con el boxeo es el ya anunciado Rocky, versión escénica de la película de Sylvester Stallone, protagonizada por Nicolás Vázquez. Podrá verse en la sala Lola Membrives a partir del 12 de junio, el mismo día del cumpleaños del actor. “Causalidades, creer o reventar”, dice, muy feliz con lo que viene.
“Suelen pasar en el teatro estas causalidades en que justo empieza un proyecto que marca el camino y después, de causalidad, empiezan tres o cuatro que coinciden. Me pasó también con El otro lado de la cama, aparecieron otras obras”, dice sobre el éxito de 2016 a 2018, al que siguió Una semana nada más (2019-2021) y, desde el año pasado, Tootsie, basada en la película de Hollywood.
“Lo que vamos a hacer ahora es un clásico, fiel a la película pero en teatro. Es muy épico interpretar a Rocky Balboa, es como una religión lo que ha generado Stallone con este personaje. Hace siete meses que estoy preparándome, subiendo de peso después de lo que adelgacé para Tootsie. Feliz, expectante, en silencio, después será con ruido para el estreno. En abril, empezaremos a ensayar con todo”, dice Vázquez sobre esta gran producción de RGB Entertainment y Preludio, basada en la icónica película que todos conocen, e igual que Tootsie, dirigida por Vázquez y Mariano Demaría.
Con estos ejemplos de la actualidad y el futuro cercano, esta nota podría terminar acá pero hay algo que le falta. Sí, mujeres. Teatro y boxeadoras. Para recordar, hace tiempo ya, en 2017, vimos Los golpes de Clara, con Carolina Guevara (dramaturgia y dirección de Leandro Rosati) que se ponía los guantes para pelear contra las circunstancias, la violencia de género, la lucha de cada día. Otro caso, también lejano, en la provincia de Río Negro: La gran noche, donde las actrices María Robin, Soledad González y Laura Raiteri, dirigidas por Adrián Canale, investigaron el mundo de boxeo femenino. Aunque se trata de kickboxing (combina boxeo y artes marciales), más cercano en el tiempo es Rhonda -se estrenó en 2018 en Espacio 33 y siguió con funciones en otras salas hasta 2022-, unipersonal a cargo de Jimena López, texto de Jimena y Macarena Trigo y la dirección de Diego Recagno. Para este momento, podemos mencionar Contragolpe, no en Buenos Aires sino en el teatro Alianza, de Montevideo, sobre una boxeadora llamada Paz Guerra que pelea por el título mundial, escrita e interpretada por la actriz uruguaya Belle Pozzi.
Con sus matices, con figuras populares y no tanto, en el circuito comercial, en el independiente y en temporada de verano, y con un fuerte e histórico protagonismo masculino: en definitiva, ficciones de un tópico universal que siempre reaparece y que fascina a todos los géneros.
Para agendar
Cravan, poeta y boxeador, de Darío Pianelli. Sábados a las 20, en Teatro del Pueblo (Lavalle 3636).
Fájense, de Maxi Rofrano, basado en un cuento de Abelardo Castillo. Viernes a las 20, en Espacio Callejón (Humahuaca 3759).
Se despide el campeón, de Fernando Zabala y dirección de Mariano Dossena, los martes, a las 20.45, en Itaca (Humahuaca 4027).
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