La escribió por encargo de un teatro austríaco y ahora presenta su propia versión, en la que dirige y es protagonista, con Andrea Garrote, Guido Losantos y Violeta Urtizberea como compañeros de elenco.
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“Como casi siempre, el disparador de esta obra fue un equívoco”, asegura Rafael Spregelburd, que primero rechazó la oferta del Vorarlberger Landestheater Bregenz de Austria para escribir una obra destinada a celebrar los quinientos años de El Bosco y, finalmente, terminó aceptándola y entregando una pieza que primero se estrenó, con buenas críticas, en Europa y, ahora, llega al renovado teatro Astros de la calle Corrientes. “El tema de esa obra tenía que ser el infierno, y ellos estaban convencidos de que yo era la persona más indicada para escribir ese texto –revela el prestigioso dramaturgo argentino–. Les encargaron a otros autores el Paraíso y la Tierra para completar el tríptico de una de las obras más conocidas de este pintor, El jardín de las delicias. Yo había escrito la heptalogía de los pecados capitales y creía que les podía servir alguna de las partes de esa obra, pero para conseguir financiación ellos necesitaban un texto nuevo. Entonces caí en la cuenta de que hacía rato que estaba tentado con la idea de escribir sobre las siete virtudes. Pero también recordé que la heptalogía me llevó doce años y no quise atarme otra vez a un compromiso de esa magnitud. Así que decidí escribir una obra en la que cada virtud fuera una escena diferente”. De ese modo imprevisto, después de las dudas iniciales, se gestó Inferno, el espectáculo de casi dos horas que se estrena hoy, a las 20.30, con una escenografía monumental de Santiago Vadillo y el propio Spregelburd, Andrea Garrote, Violeta Urtizberea y Guido Losantos como protagonistas.
Inspirado en el asombro que siempre provoca la obra de este célebre pintor flamenco que desarrolló la mayor parte de su obra en el Siglo XV, Spregelburd diseñó una compleja trama sobre el pecado, la culpa, la virtud y la tortura del alma enfocada con el prisma de la comedia. Nicolás Varchausky aportará música en vivo en cada función. “La idea central es que el infierno ya no existe más como un sitio específico al que van las almas condenadas. Ahora está en todos lados, y para poder escapar se necesitan siete llaves, que son las siete virtudes: fe, esperanza, caridad, templanza, justicia, prudencia y fortaleza”, explica Spregelburd. ¿Cómo funcionará una obra así de ambiciosa en la calle Corrientes? Su creador tiene buenas expectativas. “Con La terquedad también nos preguntábamos antes del estreno sobre la convocatoria y terminamos vendiendo ochocientas entradas por función durante mucho tiempo –recuerda–. Inferno no es para el público al que le gusta el teatro comercial, está claro que yo no haría ese movimiento. Pero para mí no hay con la calle Corrientes un problema de impronta estética: el Metropolitan Sura estrenó obras como Pundonor, de Andrea Garrote; y Petróleo, de las Piel de Lava, con mucho suceso. Tengo mi público, creo que va a funcionar”.
–Fuiste construyendo ese público que hoy te sigue a lo largo de veinticinco años de carrera. ¿Sentís entonces que estás en una posición mejor para producir que cuando empezaste?
–Mis obras tienen desde hace unos años mayor proyección que al principio. Duran más tiempo en cartel. Eso seguro. También aumentó la escala, la magnitud de mis producciones, y eso en la Argentina es complicado. Podría haber montado esta obra en el circuito alternativo, sin escenografía, sin mucha producción. Pero apareció este ofrecimiento del Astros y me pareció apropiado hacer algo de una envergadura parecida a la de La terquedad, en el Teatro Nacional Cervantes. Pero producir en esta escala siempre es más difícil. Lo que pasó en el Cervantes no solo fue excepcional, sino que también me puso de frente con un límite: para volver a estrenar en ese teatro ahora tengo que esperar ocho años. Este es mi momento más productivo, no voy a envejecer esperando que un teatro público decida que haya espacio para una de mis obras. Entiendo que hay muchos que quieren estrenar ahí, pero solo estoy marcando cuáles son los límites para hacer teatro en la Argentina. A La traducción, obra de Matías Feldman que también se estrenó en el Cervantes, le fue genial, agotó casi todas las funciones, pero igual tuvo que salir de la programación porque hay otros espectáculos esperando. Y también se ha vuelto más difícil conseguir actores que me gusten y que quieran trabajar conmigo porque muchos están tomados por la industria audiovisual. Yo mismo, para estrenar esta obra, tuve que ensayar a medianoche porque estoy filmando como actor para una plataforma de streaming. El teatro no puede pagar los sueldos que pagan las plataformas, y eso se está afirmando como una constante. Es muy complicado que las obras que produzco hoy sean redituables, que sean un negocio. Así que tenemos que volver a hacer teatro por amor y no como un proyecto profesional. De todos modos, vale aclarar que mis proyectos siempre fueron redituables cuando pude estrenarlos en el exterior, o bien comisionar los textos para teatros del exterior.
–Esta obra se estrenó en Austria y funcionó bien.
–Me enteré, pero no sé mucho porque nadie se contactó conmigo después de que compraran los derechos. Me sorprendió que siendo una obra tan complicada no me hayan hecho una sola pregunta. No sé quién la tradujo ni siquiera. Solo me llegaron las críticas, que fueron buenas, pero no me invitaron al estreno ni me comentaron nada más.
–¿Cuáles son los temas principales de Inferno?
–El mundo como creación del lenguaje, el caos, la catástrofe, la culpa, la estafa… Ante la propuesta de reinterpretar el infierno simbólico de la pintura de El Bosco, decidí traer el infierno lo más cerca posible de nuestra experiencia real. Somos un país atravesado por un trauma infernal, el de la dictadura, y aún estamos imaginando cómo balbucear por fuera de ese tabú. El público se va a encontrar con un juego de círculos infernales, un círculo dentro de otro que, a la vez, está dentro de otro y así… Cuanto más profundo vamos, más se pierde el control de lo que es real y de lo que no lo es. Todos hacemos varios personajes distintos. Es una comedia basada en un descenso hacia el infierno.
–No es del todo habitual relacionar al infierno con la comedia.
–El tema del infierno imaginado como tortura eterna siempre me pareció una provocación, una afrenta, igual que le parecía a León Ferrari. Como no quería caer en la trampa de imaginar un infierno hipotético, pensé en la situación concreta de las personas que han pasado por un infierno real: los desaparecidos de este país, los torturados. Y es verdad que no se tocan esos temas con el tono de la comedia. Creo que justamente esa es una de las singularidades de esta obra.
–En los últimos años has tenido mucho trabajo como actor. ¿Seguís definiéndote como dramaturgo cuando te preguntan a qué te dedicás?
–Me sigo presentando como dramaturgo, sí, aunque es cierto que mi relación con el teatro pasa sobre todo por la actuación. Si yo escribiera obras y no actuara en ellas, no creo que me hubiese dedicado solo a eso. La escritura es una actividad solitaria, y eso no es para mí. Por eso me identifico tanto con la figura del actor, me gusta trabajar en grupo y hace años que fundé, con Andrea Garrote, la compañía El Patrón Vázquez con ese objetivo.
–¿Qué criterios usás para elegir los papeles que te ofrecen?
–Soy absolutamente selectivo en el campo teatral: solo actúo en obras que escribo, o en una de Andrea Garrote porque para mí ella es familia. También estuve en el elenco de Cuando llueve, de Anthony Black, una obra que traduje y que me atrapó. Pero no mucho más que eso. En el caso de la industria audiovisual, las cosas son diferentes: nunca sabés cuál va a ser el resultado final de ese proyecto al que te sumaste, que además no depende totalmente del trabajo del actor. Aún cuando haya cosas de tu papel que no te cierren del todo, el resultado final puede ser estupendo. Un actor es un elemento más en una fotografía que contiene también otra información. Como soy tan selectivo en el caso del teatro, no tengo quién me dirija, entonces los trabajos en el terreno audiovisual me permiten aprender lo que aprenden los actores con la práctica: ese grado de flexibilidad, esa liberación de las propia neurosis, esa actitud de dejarse dirigir, de poder encajar en un sistema que uno no ha diseñado. He tenido decepciones con los resultados de una película o con mi propio trabajo, claro. Aunque suene egocéntrico, la verdad es que a mí me interesa antes que nada estar bien yo. Luego me fijo si la película está bien o no. De esa manera, algunas veces compruebo que no servía lo que propuse, o que nadie me dirigió, o que estaba un poco peleado con lo que se me proponía.
–Y siempre puede haber sorpresas, ¿no?
–Claro que sí. Uno de los ejemplos más radicales es 9, una película que filmé el año pasado en Uruguay y en la que hago de un ex futbolista, un tipo muy oscuro y muy violento. Es un personaje completamente diferente al que hice en El hombre de al lado, por ejemplo. Yo pensé que 9 no era una película para mí, pero los directores (Martín Barrenechea y Nicolás Branca) insistieron y me convencieron. También la pude hacer porque implicó una semana de rodaje, no un año como te exige de mínima una obra de teatro.
–Al margen de escribir, dirigir y actuar, ¿tenés alguna cuenta pendiente en el campo artístico, algo que desees hacer y todavía no hiciste?
–Yo necesito estar siempre del otro lado del mostrador de la docencia. Es muy importante para mí estar siempre aprendiendo cosas nuevas porque eso te garantiza vitalidad. Y como tengo un espíritu medio renacentista, no había manera de que me limitara al teatro. Por eso produzco tendiendo puentes con la plástica, la arquitectura o la música. Hace poco me convocó para una película Germán Kral, un director argentino que vive en Munich, y mi papel era el de un contrabajista. Entonces aproveché la pandemia y me quedé encerrado aprendiendo a tocar el instrumento con dos profesores de lujo, Ignacio Varchausky (de la orquesta El Arranque) y Patricio Cotella. Aprendí a leer partituras y a tocar un poco. En la película había que hacer playback pero yo toqué los seis tangos que hicimos en vivo. Desafiné como un perro, pero estoy muy orgulloso. Ya me había pasado con las artes marciales, tuve que hacer PaKua para otra película y a partir de ahí no lo dejé más. Me gusta ser alumno, escuchar a alguien que sabe de algo de lo que yo no sé tanto me sirve para mi propia experiencia como docente.
Para agendar
Inferno, de Rafael Spregelburd.
Con Rafael Spregelburd, Andrea Garrote, Violeta Urtizberea y Guido Losantos.
Miércoles 7, 14, 21 y 28 de septiembre, a las 20,30, en el Teatro Astros, avenida Corrientes 746. Precios: de 2.000 a 3.500 pesos.
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