Teatro Cervantes: el tesoro olvidado
En una nota sobre el Teatro Nacional Cervantes publicada en esta sección el 5 de este mes, titulada "El gigante que agoniza", se analizaba la situación actual de la sala que depende de la Secretaría de Cultura de la Nación. El artículo motivó una carta enviada a esta sección firmada por Víctor Roo, trabajador histórico del Cervantes que cumplió un vital papel para salvar a la sala del incendio que destruyó buena parte del teatro el 10 de agosto de 1961. Tan vital fue su intervención, que la misma página de Internet de la sala se encarga de presentar a Roo en los siguientes términos: "La pérdida no fue total gracias a la intervención del secretario técnico, Víctor Roo, quien rápidamente accionó el telón de seguridad".
Roo actualmente tiene 76 años, algunos achaques propios de la edad, pero una memoria y una lucidez elogiables. En la carta que lleva su firma repara en un dicho de Julio Baccaro, director de la sala, que, en referencia a la pintura original que estaba encolada al cielo raso de la sala mayor, dijo: "El dibujo original no va a ser porque era feo". La mención venía a cuento por el proyecto de la Asociación Amigos del Cervantes, que preside Norma Duek, que gestionó los medios para que el maestro Carlos Alonso pintara un nuevo lienzo para el techo de la sala, olvidando el existente.
"Me gustaría recordarle a este señor que, por empezar, el motivo original era un fresco al óleo sobre tela, realizado a principio de los años 20 en los talleres escenográficos del pintor Salvador Alarma (ver pág. 4), en Barcelona, a pedido de la actriz y fundadora del teatro, doña María Guerrero [...]. Además, los arquitectos Aranda y Repetto, quienes proyectaron la obra, no dejaron librado nada al azar, ya que la decoración del techo original, que contenía detalles hispánicos de renombre, tales como la catedral de Murcia; el palacio de Monterrey, de Zaragoza; el hemiciclo del palacio de Carlos V, en Granada, y otros aspectos típicos de las ciudades de Burgos, León y Toledo, conforman una perspectiva única e indivisa con la arquitectura y la iluminación de la sala, datos fundamentales que no se pueden soslayar”, escribió Roo, quien, por su trayectoria y conocimiento del tema, fue entrevistado por LA NACION.
Roo dice que, por amor al lugar donde pasó la mayor parte de su vida, hay cosas que no se puede callar. Hasta expresa cierta obligación moral después de haber recibido el premio trayectoria María Guerrero, que le entregó la Asociación de Amigos. Lo cierto es que luego del incendio en el cual se convirtió en una verdadera pieza salvadora, la tela original fue guardada en uno de los depósitos del Cervantes. La Comisión de Reconstrucción, que se creó luego del accidente (presidida por el arquitecto Mario Roberto Alvarez y de la cual Roo formaba parte), dejó todo previsto para que cuando se terminaran las obras fuera recuperada y vuelta a pegar. “Se guardó en un cajón con candado y estuvo cerrado como 30 años. ¿Qué es lo que tienen que hacer? Abrirlo, rehacer o retocar las partes que están dañadas”, apunta.
– ¿No hay temor de que desaparezca?
– Pero si durante años no supieron dónde estaba, ¿cómo se la iban a robar? Mire, en estos años al teatro le sacaron la marquesina porque también quedaba fea y le pusieron unos pendones. Ahora se caen los ornatos que dan a Córdoba porque nadie los mantuvo desde 1968.
Hace exactamente 10 años, el Teatro Nacional Cervantes fue declarado Monumento Histórico Nacional. A partir de ese momento, según expresa la ley 12.665, el cuidado del edificio pasó a depender de la Comisión Nacional de Museos, Monumentos y Lugares Históricos. Esa misma norma establece que las obras que disponga la comisión deberán ser realizadas por la Dirección Nacional de Arquitectura, pero, dato no menor, al Cervantes no se le derivó ninguna partida para su puesta a punto (situación ya expuesta en la nota anteriormente publicada).
En estos últimos años, hubo dos intentos por parte de la Asociación Amigos del Cervantes, vía documentos firmados por su actual director, Julio Baccaro, alrededor del tema del techo de la sala central. Esos documentos están guardados en los archivos de la Comisión de Museos, donde se obtuvieron las copias. El seguimiento de cada uno de los pasos que se han producido hasta el momento tiene algunos puntos llamativos.
En 1999, la Asociación Amigos le propone a la comisión que un pintor de fama realice la pintura de la sala central. El 3 de junio del mismo año, Magdalena Faillace, presidenta de la Comisión de Museos en aquel momento, respondió que el diseño propuesto “no resulta acorde con el carácter del ámbito [...] y que su factura puede comprometer la integridad del monumento”. Asimismo, reconociendo la existencia del lienzo original, agregó: “Interpretamos que puede ser evaluado por especialistas y, eventualmente, ser restaurado y recolocado en su antigua posición”.
Esa tarea fue encargada a la prestigiosa restauradora de arte Liliana Lancellotti. Ella, según un informe de la comisión fechado en julio del 99 y según confirmó en comunicación telefónica con este redactor, determinó que el cincuenta por ciento de la obra era recuperable y propuso su restauración. “La comisión apoya la referida propuesta de intervención y vería con agrado que la Asociación de Amigos asumiera este emprendimiento”, le escribió Faillace a Norma Duek, persona de fuerte contacto con el mundo de las artes plásticas.
Sin embargo, cuatro años después, se produce un cambio de actitud. En junio de esa temporada, Julio Baccaro envía una nueva carta a la Comisión de Museos, en la que expresa, por ejemplo, que el “plafón original ya es irrecuperable”, contradiciendo al estudio de Lancellotti. Por lo cual, propone que sea el maestro Carlos Alonso el que se encargue de la pintura, aclarando que la obtención del financiamiento correría por cuenta de la Asociación de Amigos.
Llamativa es la respuesta de la comisión, firmada por su actual presidente, el arquitecto Alberto de Paula, en agosto del 2003. En esa carta, De Paula afirmó que el lienzo original “es cuantitativa y cualitativamente irrecuperable”. En otro párrafo, recuerda la investigación de Lancellotti, pero como considera que el tiempo ha transcurrido sin que mediara restauración alguna, le otorga vía libre a la propuesta de Norma Duek/Carlos Alonso. Eso sí, solicita un boceto del diseño de la obra que, según afirmaron Duek y Baccaro a principios de este mes, a dos años de aquel pedido todavía no se había presentado.
Pero más allá de este último punto, resulta ser que si durante tres décadas la pintura se mantuvo en un cincuenta por ciento, según el informe de Lancellotti, cinco años después y en igualdad de condiciones (sigue en el mismo baúl de siempre), ¿por qué ahora es irrecuperable? De Paula se encarga de aclarar que él es simplemente el presidente de la comisión y que aquella decisión fue tomada por los integrantes del organismo. “No hay suspicacias en todo esto. Fue defendido el aporte de Carlos Alonso y por eso se aprobó su trabajo. Además, la otra pintura se puede exponer en otro lugar.”
–Se podría decir lo mismo de la pintura de Alonso.
–Bueno... si se quiere reabrir el debate...
Sólo cabría apuntar que un debate público sobre este punto no se ha dado porque, sencillamente, el baúl con la vieja pintura de 297 metros cuadrados estuvo casi escondido u olvidado.
“Cada director hace lo que más le parece. Además, al director no lo contratan para custodiar el bien histórico; lo contratan para que funcione la Comedia Nacional, que tampoco funciona”, se enoja Víctor Roo, quien ingresó en la planta del teatro en 1951 en calidad de maestro mayor de obras, carpintero y traspunte. Mientras tanto, el baúl con la pintura original de Salvador Alarma sigue en un depósito del Cervantes, como lo consigna una foto reciente entregada a este diario.
“Así llegamos al presente sin poder concretar la puesta en valor del fresco al óleo que aguarda ser restaurado y colocado [...]. Como corolario de esta historia, se pretende dejar caer en saco roto el esfuerzo de quienes nos precedieron, modificando a gusto de las autoridades de turno el carácter artístico de este monumento histórico que es parte del patrimonio cultural de todos”, concluye la carta enviada por Víctor Roo.
El pintor que no se evoca
Salvador Alarma, el pintor del techo original del Teatro Cervantes, nació en Barcelona en 1870 y murió en 1941. Fue autor de decorados y de escenificaciones al aire libre. Fue director artístico del Gran Teatro del Liceo, de Barcelona. En 1905 trabajó junto a Gaudí en la construcción y decoración de la Sala Mercé, en Barcelona. Incursionó en cine, tanto es así que en 1916 hizo la dirección artística de “La vida de Cristóbal Colón y su descubrimiento de América”, megaproducción que implicó la construcción de decorados, incluidas las tres carabelas.
Entre sus tantos trabajos, pintó el techo del salón de baile La Paloma, sitio emblemático de Barcelona, que supo frecuentar gente tan moderna en sus respectivas épocas como Pablo Picasso, Salvador Dalí, Pedro Almodóvar y Andrés Calamaro.