En plena dictadura, un grupo de 250 artistas, dramaturgos y directores clamaron por la libertad y la demoracia en un ciclo de 21 obras; no fue fácil y hasta se produjo un incendio en el Teatro del Picadero
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Han pasado cuarenta años de la inauguración de un evento memorable, el primer ciclo de Teatro Abierto, aquel encuentro de distintos referentes de las artes escénicas porteñas que dieron forma a un fenómeno cultural y político inesperado en tiempos de la última dictadura cívico militar
“Porque amamos dolorosamente a nuestro país y éste es el único homenaje que sabemos hacerle; y porque, por encima de todas las razones, nos sentimos felices de estar juntos”. Estas palabras cerraron un breve discurso inaugural escrito por el dramaturgo Carlos Somigliana. Estas líneas fueron leídas por el entonces presidente de la Asociación Argentina de Actores, Jorge Rivera López, en el escenario del Teatro del Picadero, el 28 de julio de 1981.
Aquellos eran tiempos difíciles. Muchos creadores formaban parte de listas negras elaboradas por el Gobierno militar y no se les permitía trabajar en teatro, cine, radio o televisión. Otros se vieron obligados a exiliarse en países como Venezuela, México, Ecuador, los Estados Unidos o España. La mayoría se refugió en pequeñas salas independientes, en aquellos años eran los únicos ámbitos posibles donde desarrollar su trabajo.
En el Conservatorio Nacional de Arte Dramático se había eliminado la cátedra de Teatro Argentino Contemporáneo y en las salas oficiales de la ciudad no se representaban autores nacionales porque, según afirmaban sus directores, no los había.
Frente a tal estado de situación un grupo pequeño de dramaturgos, entre los que se contaban Osvaldo Dragún, Roberto Cossa, Patricio Esteve, Carlos Somigliana y Carlos Gorostiza coincidieron en que debían operar de manera cuidadosa y rápida para defender su trabajo creativo.
A Dragún lo habían invitado a participar en un proyecto que compartiría con un pequeño grupo de compañeros autores. Por diversas razones no pudo llevarse a cabo. Decidió abrir el juego y convocó a otros amigos a su casa. Reunión tras reunión fueron dando forma al ciclo Teatro Abierto que se estrenó el 28 de julio de 1981 en el Teatro del Picadero. La programación incluía 21 obras breves que se representaban en tres funciones diarias. El ciclo se prolongaría durante tres meses.
Durante la conferencia de prensa de lanzamiento de la experiencia, el 12 de mayo de 1981, Osvaldo Dragún explicó: “Hace aproximadamente un año un grupo de actores, autores y directores nos empezamos a reunir para conversar y sacamos como conclusión que éramos los únicos capacitados para producir una movilización cultural necesaria. No porque fuésemos los más capaces, sino porque nadie lo hacía. Por lo tanto lo teníamos que encarar nosotros, aunque en principio nos pareciera una utopía”.
Rápidamente esa utopía se convirtió en una enorme realidad. Aproximadamente 250 teatristas del medio local se autoconvocaron para dar forma a un proyecto. El teatro porteño decidió enfrentar a la dictadura militar con las armas que tenía, su capacidad para representar la dolorosa realidad en la que la sociedad de la que formaban parte estaba inmersa.
Los teatristas comenzaron a reunirse en la sede de Argentores. Allí los autores iban llevando los textos que producían y los leían frente a una platea numerosa que, a la vez, aportaba sus opiniones.
Así se fue armando un ciclo impensado al principio pero que fue adquiriendo una dimensión inusitada para sus participantes.
Algunos memoriosos recuerdan que a ciertos actores que trabajaban en televisión y deseaban ser parte de Teatro Abierto los directivos de los canales los convocaron para anunciarles que si formaban parte del proyecto se quedaban sin trabajo. A otros los amenazaron por teléfono diciéndoles que eran parte de “una cueva de comunistas”.
“Teatro Abierto fue un fenómeno milagroso, sobre todo en sus comienzos. En el aire se respiraba una necesidad de llevar el hecho teatral a una manifestación pública, social, quizá política, frente a un país que estaba en una situación tan delicada como era la de los años 80”, explicaba entonces el arquitecto y escenógrafo Gastón Breyer, según registra la investigadora Irene Villagra en su libro, Teatro Abierto 1981: Dictadura y resistencia cultural.
El equipo de trabajo no contó con ningún tipo de apoyo económico, sólo la colaboración de Argentores y la Asociación Argentina de Actores. De esta manera lo explicó Dragún en la conferencia antes citada: “Quiero aclarar que todo está hecho sin fines de lucro. Nadie cobra. En realidad no quiere decir que nadie cobra, sino que todos devolvemos lo que cobramos. Sólo así se pudo realizar. El teatro del Picadero recibe un pequeño porcentaje para cubrir los gastos”.
Se pusieron en venta mil abonos para las funciones y se vendieron casi de inmediato. El 28 de julio comenzaron las funciones con la capacidad completa de la sala. El éxito estaba asegurado. Pero una semana después, en la madrugada del 6 de agosto de 1981 un comando militar provocó el incendio de las instalaciones del Teatro del Picadero.
Aquella noche, a medida que los artistas se iban enterando de la noticia fueron llegando al emblemático bar La Academia, de la avenida Callao. Los unió una determinación: tenemos que continuar. Al día siguiente, en una multitudinaria asamblea en el teatro Lasalle los teatristas apoyaron tal decisión. En aquel momento 17 salas teatrales porteñas ofrecieron sus espacios para continuar con Teatro Abierto. Se eligió el teatro Tabarís –hoy Multitabarís Comafi– (un emblemático ámbito destinado al género revisteril) cuya capacidad era mayor a la del teatro incendiado y, además, estaba ubicado en Corrientes y Maipú.
“La terquedad de ese grupo decidió que Teatro Abierto debía continuar –explica Rubens Correa, en una entrevista publicada en la revista Picadero–. Y a la semana exacta del atentado, se reestrenó. Como dice un documento de la época: ‘La movilización que se produjo alrededor de Teatro Abierto demostró, además, la vigencia y la vitalidad de un público, de una juventud y de toda una cultura. Y, por encima de eso, la presencia de una generosidad y un desinterés puesto al servicio de un país entero, en un medio contaminado por el escepticismo y la especulación’. El hecho estético que nos propusimos al principio, se transformó en una afirmación ética de la que nos sentimos orgullosos. Podríamos decir que fue la primera respuesta organizada y grupal, del sector de la cultura, a los atropellos de la dictadura militar instaurada en 1976.”
“Cuando la propuesta fue seguir –recuerda Villanueva Cosse en el citado libro de Villagra– se vino abajo el teatro. Y ahí pasó una cosa que después iba a ser muy clara: el Teatro Abierto dejó de ser nuestro. Pasó a ser del conjunto grupal y del público. Nos acunaron, nos protegieron. ¡Nos dieron un coraje! Habíamos tenido coraje teñido de inconsciencia y ahora era un coraje consciente.”
La convocatoria de público en el nuevo espacio superó las expectativas de los creadores. La prensa, que hasta ese momento se había mantenido casi al margen del acontecimiento, comenzó a tenerlo en cuenta y muchos críticos publicaron cotidianamente comentarios sobre los espectáculos que iban a ver. Teatro Abierto se había convertido en un verdadero referente del mundo artístico argentino. Y hasta las agencias de noticias internacionales comenzaron a divulgar la información en el exterior.
“El fenómeno se duplicaba. Y se duplica la gente, que empieza a sentir que hay que ayudar a Teatro Abierto –explicaba Roberto Cossa en un documento publicado por el Teatro del Pueblo–. El proyecto se politiza más. Seguimos con funciones todos los días como estaba proyectado. La gente hacía cola hasta de dos cuadras y desde el mediodía para conseguir entradas, lo cual le daba una presencia permanente de lunes a domingo. Terminamos el ciclo con custodia policial. Y con una gran fiesta que tuvo una adhesión impresionante.”
En la revista cultural Pájaro de Fuego el investigador José Marial señalaba: “Se cuenta con esta sala de doscientas localidades más que en el glorioso teatro del Picadero. Pero (…) las localidades escasean. Los comercios de la zona han contribuido con setenta sillas. Pero resultan pocas, y centenares de espectadores deben, todas las tardes, postergar sus deseos (…) me ha parecido oportuno recordar que en los momentos adversos para el país sus artistas han sabido superar esta adversidad con su talento, con su interés y su coraje, enfrentando a las circunstancias”.
En su ensayo Teatro Abierto 1981: teatro argentino bajo vigilancia, el investigador local, residente en España, Miguel Ángel Giella, explica que se trató de un teatro bajo vigilancia en todo el abanico semántico de esta expresión, “que abarca –dice– la creación, producción y representación, la censura y una toma de posición para burlarla. El movimiento estuvo muy marcado no sólo por hechos coetáneos sino también enraizados en la trayectoria político-social de mi país siempre en busca de su propia identidad”.
Muchas de la piezas que integraron el primer ciclo de Teatro Abierto aún siguen representándose en los distintos escenarios del país como El acompañamiento, de Carlos Gorostiza (actualmente en cartel en el Multiteatro); Decir sí, de Griselda Gambaro; El nuevo mundo, de Carlos Somigliana; o Gris de ausencia, de Roberto Cossa; Papá querido, de Aída Bortnik; o ¿Lobo, estás?, de Pacho O’Donnell, entre muchas otras.
Las duplas autores y directores que se conformaron para el primer ciclo fueron: Roberto Perinelli/Julio Ordano, Ricardo Halac/Omar Grasso, Ricardo Monti/Juan Cosín, Griselda Gambaro/Jorge Petraglia, Alberto Drago/José Bove, Carlos Somigliana//Raúl Serrano, Eugenio Griffero/Jorge Hacker, Eduardo Pavolvsky/Julio Tahier, Roberto Cossa/Carlos Gandolfo, Elio Gallipoli/Alberto Ure, Diana Raznovich/Hugo Urquijo, Víctor Pronzato/Francisco Javier, Carlos Gorostiza/Alfredo Zemma, Carlos Pais/Osvaldo Bonet, Pacho O’Donnell/Rubens Correa, Aída Bornik/Luis Agustoni, Patricio Esteve/Carlos Catalano, Osvaldo Dragún/Enrique Laportilla, Jorge García Alonso/Villanueva Cosse, Máximo Soto/Antonio Mónaco.
Entre los muchos actores que participaron se destacan: Pepe Soriano, Víctor Laplace, Leonor Manso, Luis Brandoni, Tina Serrano, Carlos Carella, Patricio Contreras, Ulises Dumont, Beatriz Matar, Arturo Bonín, Mirtha Busnelli, Villanueva Cosse, Cipe Lincovsky, Lucrecia Capello, José María Gutiérrez, Marta Bianchi, Felisa Yeni, Rita Cortese, Juan Manuel Tenuta, Nora Cullen, Floria Bloise, Ricardo Díaz Mourelle, Luz Kerz, Nelly Prono, Elsa Berenguer, el grupo Los volatineros, Pepe Novoa, Juan Carlos Puppo, Márgara Alonso, Ana María Casó, Onofre Lovero, Javier Margulis, Ingrid Pelicori, Raúl Rizzo, Leonor Soria, Manuel Vicente, Manuel Callau, Salo Pasik, Hilda Bernard, Zelmar Gueñol, Emilio Bardi, Roberto Castro, Alberto Segado, Miguel Guerberof y muchos más.
“Todas las obras se caracterizan por la economía expresiva –analiza Giella– y se observa una especial utilización del lenguaje elusivo de la realidad concreta argentina y la alusión más o menos críptica a la misma, lo que patentiza un teatro que por razones condicionantes se escribe y produce bajo vigilancia. Ahora bien, en su conjunto constituyen un abanico de dramatizaciones de vivencias históricas o actuales o de resultados que expresan estados alienados por falta de una conciencia en la que el individuo pueda reconocerse o realizarse”.
La experiencia de Teatro Abierto se replicó en otras disciplinas artísticas. Sobre finales de 1981 un grupo de bailarines y coreógrafos concretó Danza Abierta que también resultó un suceso de público. Durante 1982 y 83 se repitieron ambos ciclos bajo otras modalidades de producción.
“Termina el tercer año con la iniciación de la democracia –explica Roberto Cossa–. En ese momento nos planteamos: ¿Cómo seguimos? ¿Qué hacemos? Nacimos y nos constituimos como un fenómeno de resistencia al régimen fascista y ese régimen ya no estaba. ¿Qué decir ahora? No es que faltaran temas. Y más, habiendo pasado lo que habíamos pasado. Pero todo estaba muy fresco, era muy inmediato, y tampoco sabíamos las barbaridades que sabemos hoy. Por eso, si bien hubo ciclos posteriores: se acabó el fascismo, se acabó Teatro Abierto.”
En su último año, 1983, el proyecto modificó su mecanismo de organización. La intención fue que se investiguen distintas formas colectivas de escritura y dirección. Comenzó con una gran fiesta bajo el lema “Por un teatro popular sin censura” que empezó con un grupo encendiendo una antorcha en los restos del Picadero y marchó por la calle Corrientes hasta Chacabuco, para luego terminar en el Parque Lezama. “Allí se produjo un acto impresionante –cuenta Rubens Correa– que terminó quemando aquella gran muñeca llamada La Censurona, con cohetes, petardos y fuegos artificiales. Creo que Teatro Abierto ‘83 volvió a tener el brillo y la contundencia de 1981. Terminó el 9 de diciembre, la noche anterior a la asunción de Raúl Alfonsín. Allí comenzó la gran fiesta, junto al público que bailó en la calle y que fue movilizándose hacia los festejos de la Plaza de Mayo, donde asumiría el primer presidente de la nueva democracia, la del Nunca más.”
A cuarenta años de haberse producido el incendio del Teatro del Picadero el Instituto Nacional del Teatro y el Canal Encuentro produjeron un documental denominado Teatro Abierto. Escenario de resistencia que comenzará a emitirse por esa señal hoy, a las 21.30. Tendrá cuatro capítulos, los viernes a esa hora. Entre quienes aportarán sus testimonios están Roberto Cossa, Rubens Correa, Villanueva Cosse, Manuel Callau, Pacho O’Donell, Jorge Merzari, Roberto Perinelli y Jorge Rivera López, entre otros.
“Teatro Abierto fue como un grito, que no dimos solamente los actores, sino todo el público –testimonia la actriz Cipe Lincovsky en el ensayo de Irene Villagra–. Junto a las 25.000 personas que asistieron a las primeras jornadas dijimos: Estamos aquí, no nos mataron del todo. Fue una gran luz en una gran sombra. Una respuesta política a lo que estábamos pasando. Teatro Abierto demostró que la cultura cercenada, maltratada, ultrajada, sigue existiendo. Porque habían arrasado la tierra, pero no las semillas, que al primer golpe de sol y de agua nacieron”.
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