Talento, destreza y emoción
FRANCISCUS, UNA RAZÓN PARA VIVIR / Dirección y producción general: Flavio Mendoza / Dirección artística: Norma Aleandro / Codirección general y video: Maxi Vecco / Concepción y guión original: Alejandro Roemmers / Intérpretes: Leticia Brédice, Federico Salles, Florencia Otero, Fabio Aste, Ana María Picchio, Eliseo Barrionuevo, Patricio Arellano, Pedro Velázquez, Diego Hodara, Mané Stancato, Manuel Quesada Bolomo y muchos más / Dirección musical: Federico Vilas / Dirección vocal: Katie Viquiera / Iluminación: Ariel Del Mastro / Sonido: Eugenio Mellano Lanfranco / Escenografía: Lili Diez / Vestuario: Manuel González / Coreografía: Facundo Mazzei / Teatro: Broadway / Duración: 120 minutos / Nuestra opinión: Muy buena.
Un relato siempre pone de manifiesto una serie de dificultades. En particular cuando lo relatado es del orden de lo histórico, más aún cuando se trata de una hagiografía. Aunque la búsqueda no sea una reconstrucción referencial, el anclaje del nombre propio alcanza y sobra: San Francisco de Asís, ineludible. Si la propuesta está pensada, además, para un público masivo, definitivamente heterogéneo, se puede comprender la cantidad de desafíos que se sortearon para llevar Franciscus adelante. La historia de Francisco está enmarcada. Una madre (materialista y egoísta en extremo para construir la contrafigura del diácono) se enfrenta a una situación límite: su hijo corre peligro de muerte. Esta zona peca de cierto didactismo que se inscribe tanto en lo que se cuenta como en el modo de contarlo. A la mujer, el consuelo le llegará a través de un libro que narra la vida de San Francisco de Asís. Esa lectura es la que devendrá puesta en escena y lo enmarcado adquirirá un valor propio.
Todos los rubros funcionan como un mecanismo de relojería. Hay actuaciones notables. Federico Salles construye un Francisco que se transforma delante de los ojos de los espectadores, con fluidez y solvencia, para conmover; Florencia Otero articula una deliciosa Clara que muta su amor mundano en amor divino, al seguir los pasos de Francisco. Igual de eficaces son quienes los secundan: Eliseo Barrionuevo, Patricio Arellano, Pedro Velázquez, Diego Hodara, que suman actuaciones lúdicas y aportan una invalorable cuota de humor. Asimismo cabe destacar el ensamble (los armados corales, las coreografías colectivas son profundamente potentes), la dirección vocal, la dirección musical y la orquesta, que son primeras figuras de Franciscus (incluida la decisión en relación con el vestuario de los músicos, signo de su integración). La iluminación oscila entre visibilizar, construir climas, proponerse en tanto instancia estético-plástica; mientras que las proyecciones exceden largamente la pantalla, toman una posición de máxima visibilidad y juegan con lo inesperado de manera constante, con pasajes de las imágenes a los cuerpos, en múltiples escenas de antología, como la de la batalla. El vestuario construye época y belleza, y la escenografía postula fantásticas locaciones reales e imaginarias. Por su parte, por encima del público, los cirqueros en segundo plano visual desarrollan sus destrezas con maestría.
Franciscus, una razón para vivir alterna entre la posibilidad de construir una referencia y de quebrarla. Esto permite entrar y salir de lo real a lo onírico, del presente al pasado, de lo sagrado a lo profano, es parte del pacto de lectura entre el espectáculo y los espectadores. Para ejemplificar lo que se dice: en la pantalla aparece un ser real que difícilmente podría deambular por la escena, un ciervo que huye: el puente entre la proyección y el vivo se establece de manera sorpresiva. Y de ese modo, todo el tiempo se jugarán transiciones asombrosas.
Recursos tecnológicos, actorales, musicales y mucho talento para construir esa totalidad de la vida de San Francisco de Asís, con la mirada profunda y creativa de Flavio Mendoza y Maxi Vecco, y la experimentada dirección actoral de Norma Aleandro.
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