Tácito imperfecto: una radiografía de las frustraciones y el tiempo que toca vivir
La nueva obra creada por Enrique Federman y Mauricio Kartun expone a un ser atado a sus propias circunstancias y a una rutina impuesta, que se le hace imposible modificar
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Autor: Enrique Federman, Mauricio Kartun. Dirección e intérprete: Enrique Federman. Iluminación: Leandra Rodríguez. Sala: Beckett (Guardia Vieja 3556). Funciones: viernes, 22.30. Duración: 70 minutos. Nuestra opinión: buena.
Una mesa, una silla, tres focos que lo iluminan y un hombre de pie. Papeles, pequeños objetos, un celular que trae el protagonista a escena cuando ingresa y lo deposita en la mesa... Esos son los elementos que componen esta trama minimalista. Situaciones ínfimas, que van construyendo una historia, en la que un hombre detalla hechos de su vida, con los que intenta provocar la atención del público. A veces lo que dice y hace (emite sonidos, a través de pequeños objetos, un silbato, una corneta) va despertando el interés de los que observan, mientras nuestros pensamientos intentan descifrar que es lo que nos quiere transmitir, contar.
En su discurso, como un profesor que dicta una cátedra -de a ratos les pregunta a los espectadores si están tomando notas-, entre los idas y vueltas de su monólogo monocorde, hace referencia a algunos clásicos como Hamlet, personajes de la mitología griega, o apócrifos poetas de los que lee textos breves. Lo suyo es conquistar a la platea a partir de una sucesión de relatos y hechos inconexos, que en apariencia no tienen un porqué, o algo que hilvane a unos con otros. Sin embargo, a medida que avanza esta insólita, paradojal historia ficcional, nuestros sentidos se convierten en un péndulo que está atento a lo que sucede en ese pequeño espacio, con ese personaje al que no le quitamos los ojos de encima. Nos atrae la idea de intentar descifrar qué le sucede realmente y no lo puede expresar, aunque, por instantes, nos desentendemos de él. ¿Qué nos quiere decir este ser, tan aturdido y solitario? No lo sabemos. Sí sabemos de entrada que en apariencia su madre está enferma y esa es la excusa para dejar su celular encendido, a la espera de un posible mensaje de su progenitora, ya sea pidiendo auxilio para que él acuda a su lado, o para que le compre empanadas, como sucede en un momento.
Fuerte trayectoria
Enrique Federman tiene una vastísima trayectoria, es el creador del Narizazo, festival de clown y director del Museo de Arte Cómico. Es un showman, un exquisito intérprete que sabe muy bien como encuadrar sus movimientos, ritmos de voz, o incorporar objetos que emitan sonidos ‘raros’ para mostrarnos una imagen, perfecta en su síntesis, de un clown triste. Su papel de “payaso” serio, existencial, lo desarrolla con una profunda entrega interior. En su recorrido, por instantes le dejamos de prestar atención, porque su discurso se vuelve monótono, quizás no nos despierta interés, porque no entendemos muy bien de qué habla. Y eso, a veces, permite que se escuchen risas nerviosas en la platea, o que adhieran a alguna situación descabellada que nos relata, como la de explicarnos que en verdad él está en una peluquería y que le prestaron ese salón por unas horas para dictarnos eso que denomina clase.
Enrique Federman define su espectáculo como “una conferencia sobre el tiempo”, sobre el devenir existencial de un hombre solitario, que confiesa vivir solo, que escucha, espía a sus vecinos, sale al balcón a ver qué hacen los otros, con los que casi no se conecta.
Federman, director, actor, dramaturgo, nos ha hecho conocer a lo largo de las décadas algunos espectáculos señeros, entre ellos Dr. Peuser, con interpretación de un siempre original actor como Carlos Belloso. El actual unipersonal de Federman, en el que también colaboró, como en otros de sus espectáculos, Mauricio Kartun, nos hace acordar a Perras, en el que dos hombres en un parque salían a pasear sus perros y en el devenir de sus diálogos y gestos se filtraban, premeditada y exquisitamente, sus pensamientos sobre ellos mismos, la mujer, la sociedad, las frustraciones, las emociones contenidas y lo que no pudieron ser.
Tácito imperfecto tiene como intérprete a un creador que, sin hacerlo explícito, habla de la frustrada existencia de alguien que quiere, pero no puede ser lo que quisiera. Se le puede achacar esto a la sociedad de su tiempo, a sus miedos, a la imposición de una madre a la que debe estar atento. Lo concreto es que, en escena, lo que observamos es la presencia de un ser atado a sus propias circunstancias, a una rutina impuesta, que se le hace imposible modificarla. En definitiva, Enrique Federman muestra a un ser tácito y tan imperfecto, que podemos escucharlo o desecharlo, pero él está ahí, como una radiografía del tiempo que nos toca vivir.
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