Valeria Lynch, en el gran estreno de Sunset Boulevard en el Maipo
Sunset boulevard: Excelente / Música: Andrew Lloyd Webber / Libro y letras: Don Black y Christopher Hampton / Adaptación de canciones: Elio Marchi / Intérpretes: Valeria Lynch, Mariano Chiesa, Rodolfo Valss, Carla Del Huerto, Karina Barda, Belén Cabrera, Menelik Cambiaso, Walter Canella, Cristian Centurión, Mariano Condolucci, Marcelo de Paula, Ana Durañona, Pablo García, Jimena González, María Hernández, Laura Montini, Silvina Nieto, Jorge Priano, Emmanuel Robredo Ortiz, Rodrigo Segura, Patricio Witts, Mariana Zito / Escenografía: Jorge Ferrari / Iluminación y videos: Mariano Demaría / Vestuario: Renata Schussheim / Sonido: Gastón Briski / Dirección musical: Gerardo Gardelín / Coreografía: Elizabeth de Chapeaurouge / Dirección orquestal: Gaspar Scabuzzo / Dirección general: Claudio Tolcachir / Producción: Lino Patalano y Gustavo Yankelevich / Duración: 130 minutos
Suele afirmarse que Sunset Boulevard es una de las obras más complejas de Andrew Lloyd Weber, uno de los emblemas del teatro musical contemporáneo. Y no cabe duda de que quien se acerque al Teatro Maipo para ver este musical podrá corroborar todas y cada una de las razones por las que se afirma algo semejante. Desde el punto de vista vocal y musical la obra tiene enormes complejidades -tanto para la orquesta como para los cantantes-, pero fuera de esta esfera la complejidad se hace aún más extrema en lo que hace a su rol protagónico: el personaje de Norma Desmond.
Tal como en la película homónima de Billy Wilder, Sunset Blvd cuenta una historia tan cruel como universal: la de una persona que vive la tragedia de envejecer y no encuentra el modo de adecuarse a esos nuevos tiempos. Poco importa, en un sentido más existencial, si se trata de una diva de Hollywood o de un cochero de Buenos Aires. Lo que el texto señala es lo dificultoso de mantenerse vigente cuando el tiempo, de manera irremediable, nos amenaza con dejarnos a un costado del camino. Eso es lo que vive Desmond: el cine sonoro llegó y, como les ocurrió a muchos actores en la incipiente industria hollywoodense, la nueva técnica los expulsa y busca construir nuevos referentes. Adaptarse o no adaptarse, esa es la cuestión. Y Norma, lejos de hacer eso, resiste. Conoce su gestualidad, conoce la capacidad de su mirada, sabe de su talento. Pero no acepta que ya nada de eso le es productivo al nuevo medio. Y, amparada en una situación económica más que holgada, Desmond vive en el mundo de ficción que su leal mayordomo le monta para que no se sienta despreciada. Y ella elige vivir creyendo esa ficción en la que las cartas de los admiradores no cesan de llegar, aunque todas tengan, oculto, un único autor.
La versión porteña, estrenada el pasado viernes, goza del talento de Jorge Ferrari, quien encontró el modo de representar, siguiendo un modelo escenográfico de base, los distintos ambientes que requiere la pieza en un escenario de las escasas dimensiones del Maipo. Funcional, bella y práctica, así podría ser definida una escenografía que incluso permite el ingreso de un automóvil. En la misma línea hay que pensar la coreografía de Chapeaurouge, precisa, delicada y expresiva, para un elenco muy numeroso que tiene que ubicarse a poca distancia y con movimientos muy marcados que no entorpezcan ni ensucien una escena que busca su lucimiento. El vestuario no se queda atrás. Alejada del tiempo la vieja diva debe representar un glamour que solo puede dejarla en soledad. Y el vestuario que Schussheim diseña goza de los materiales, las texturas y los colores que la escena requiere, al tiempo que se puede imaginar que el diseño y la realización de los mismos no obviaron la necesidad de la protagonista de cambiarse en escasos segundos una docena de veces.
El elenco es notoriamente parejo y seguramente se le debe este fenómeno a la impecable dirección de Claudio Tolcachir, un novato en el género del musical, pero ante el que, a juzgar por los resultados, se lo siente más que cómodo. Cada personaje, tanto los protagónicos como los integrantes del ensamble, evidencian carnadura, humanidad y mucha frescura en las escenas corales.
Valeria Lynch ratifica una vez más su merecido protagonismo. El personaje que compone es de una humanidad superlativa al tiempo que replica, con autenticidad, la gestualidad del código actoral del cine mudo. Y el nivel de entrega es conmovedor desde todo punto de vista y a lo largo de todo el espectáculo, aunque al final logre algo francamente único. Vocal y musicalmente suena de manera notoria gracias al talento de Gardelín. Tanto Mariano Chiesa como Rodolfo Valss y Carla del Huerto acompañan de manera magistral y hacen todos juntos -los protagonistas y el ensamble- que Sunset Boulevard tenga garantizado un largo aliento en la temporada teatral porteña.
Actuación: la clave
Ya sabemos que no alcanza con cantar y bailar muy bien para estar en un musical. Por eso se agradece tanto presenciar trabajos sublimes, en los que el intérprete no pierde el sentido de conducción del suceso escénico. Es lo que ocurre en esta versión de Sunset, en la que Mariano Chiesa se vuelve timonel a través de un minucioso, profundo trabajo interpretativo. Su escena de amor con la brillante Carla del Huerto, su solo y el vals con Valeria Lynch, de los mejores momentos de este suceso timoneado por Tolcachir (Pablo Gorlero).
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