Spregelburd: un autor que rompe los límites de lo teatral
Además hará nuevamente "La modestia"
En el último año, la producción del autor Rafael Spregelburd parece haber despertado un singular interés entre espectadores de diversas generaciones. Interesado en la experimentación, el creador se animó a dos proyectos bien diferentes. Estrenó "Bizarra", en el Rojas -una producción a la que el público debía asistir cada semana para ver un nuevo capítulo de la historia-, y luego "La estupidez", una pieza de duración poco frecuente en el circuito alternativo (tres horas y veinte minutos) en la que se presentan cinco historias cruzadas que suceden en un hotel, en las afueras de Las Vegas.
"La estupidez" ha cambiado de sala en tres oportunidades (se estrenó en Del Otro Lado, luego se ofreció en El Portón de Sánchez y ahora hace funciones, los sábados y domingos, en el Teatro del Pueblo) y es un verdadero suceso de público. La pieza obtuvo en España el premio Tirso de Molina 2003 y Rafael Spregelburd acaba de recibir el premio María Guerrero como mejor autor de la temporada, por el mismo texto. "La estupidez", además, va a estrenarse en México, Inglaterra y Alemania.
La obra surgió dentro de un proyecto europeo. El autor fue comisionado por el Deutsches Schauspielhaus de Hamburgo para escribir una pieza teatral con una sola condición: si al teatro le interesaba el material producido tenía prioridad para estrenarlo.
"Es una obra que escribí sabiendo que me gustaría estrenarla con mi grupo -comenta el autor-, pero también liberado de un montón de cuestiones concretas, como por ejemplo la duración. A la hora de llevarla a escena el mayor problema de «La estupidezª fue sacarle texto, era mucho más larga."
Pero no sólo ése fue un tema por resolver. Producida dentro de los marcos del teatro alternativo, aparecía otra cuestión: qué sala podía contenerla dentro de su programación, considerando que no podría presentar otro espectáculo en el mismo día.
"Es difícil pensar el teatro independiente con obras tan desmesuradas -reflexiona Spregelburd-. Creo que es saludable que ciertos moldes empiecen a romperse. Rubén Szuchmacher también está presentando un espectáculo integrado por dos obras y lo hace en su sala; sería complejo montar ese proyecto en otro espacio."
-¿Por qué pensás que al público le despierta tanto interés "La estupidez"?
-Si pienso en mí como público soy consciente de que siempre festejo la aparición de objetos extraños y alejados de aquello de lo que se habla en el teatro. Nos hemos acostumbrado a que el teatro recicle más o menos siempre los mismos temas y que, incluso por modas o lo que fuere, se pasen determinadas ondas o estilos de un espectáculo a otro, y aun cuando están bien hechos, uno los ve y no puede evitar compararlos. Me parece que "La estupidez" tiene algo muy divertido que es incomparable, salvo con cosas que están fuera del teatro y esto alimenta mucho el boca a boca. Es sorprendente lo que ocurre.
-También en su estructura se da un cruce de géneros muy atractivo.
-Esta es una época en la que el teatro, para sobrevivir, debe reforzar su condición de híbrido frente a otras artes que tienen la opción de ser fieles a sí mismas. Vengo realizando diversos experimentos en torno de la hibridización del teatro. Uno a veces piensa: "Bueno, vamos a mezclar los géneros", pero en realidad género es una palabra que pertenece al cine. En el teatro, la comedia, la tragedia, ya son categorías que no le sirven a nadie y luego aparecen subgéneros como el policial, el melodrama, pero son heredados por el ojo del espectador que está entrenado por el cine. "La estupidez" tiene una estructura de road movie y lo que es gracioso es que es un road movie que no se mueve hacia ningún lado. Hay una contradicción tan evidente que es el germen de los otros géneros que luego empiezan a aparecer.
-¿Sentís que ciertas estructuras de lo teatral están agotadas y por eso buscás cruces con el cine?
-Es posible, pero me parece que es más fácil romper esos moldes y generar sorpresa en el teatro que en el cine. El cine tiene la posibilidad de mostrar todo, de abarcar todo. Cierto agotamiento del teatro posibilita expandir sus límites. Me ofrecieron hacer una adaptación de la obra para cine y en principio me entusiasmé mucho, pero después descubrí que lo atractivo de "La estupidez" está en que es teatro. Si fuera cine ya aparecen problemas: se hace con cinco actores o con 24; en cine, ¿es gracioso que un mismo actor haga dos papeles? Aquí lo gracioso es que los límites -el teatro tan acotado en su cajita, incluso la escenografía parece un teatrito de títeres- están violentados todo el tiempo por la desmesura narrativa, y en cine quizás esa desmesura no signifique nada.
-¿Cómo fue el proceso de ensayos de este trabajo?
-Fue muy largo y conflictivo. Como yo había decidido actuar, todo el tiempo había dudas y los actores no tenían a alguien de afuera que les dijera con certeza si lo que hacían valía la pena. Yo estaba adentro y compartía las mismas dudas: ¿valdría la pena ahondar tanto en lo narrativo en detrimento de lo temático? El espectador, ¿soportaría esa mutación del foco que está puesto en el teatro? El teatro se ha acostumbrado a su idea de condensación que es un poco el concepto que esta obra ataca. Aquí nada está condensado, todo está expandido y en un grado importante de pérdida de información en todas direcciones. Lo más difícil del proceso fue decidir que lo íbamos a hacer igual.
-Hace un par de semanas una publicación titulaba que la obra generaba adictos, algo similar se dio con tu experiencia "Bizarra".
-"Bizarra" generó eso, incluso hasta inventó un público. Venía gente que nunca había visto una obra mía y de pronto era fanática. Con "La estupidez", el proceso es más complejo, genera un público muy radical. A veces uno tiene la sensación de que en la platea hay un público equivocado, que no vendría jamás a ver esta obra, pero está ahí porque se la recomendaron y aplauden como diciendo "es lo mejor que vi en mi vida". Recibimos mails, cartas, donde nos escriben cosas muy alentadoras. Y hay otro público que todo el tiempo está a punto de tirar la toalla porque siente que no puede acompañar más. Y en verdad se le exige mucho a la mirada del espectador, el grado de atención es enorme. Y si bien la obra es muy cómica, hay un momento en el que uno entiende que puede perderse cosas, y está bien. Hay mucho público acostumbrado a que en el teatro tiene que hacer un trabajo de decodificación y si hace eso con "La estupidez" puede terminar muy agotado.
-"La estupidez", en algunos aspectos, se asemeja a una obra anterior tuya, "La modestia". ¿Podría decirse que se trata de una experimentación que comenzaste entonces y que ampliás y perfeccionás ahora?
-En este momento estamos ensayando "La modestia" porque vamos a presentar ambas obras en México. En "La modestia" había investigado qué pasaba con expandir el límite narrativo explotando a los actores. Con cuatro intérpretes armé una historia que requería ocho y todo el tiempo estaba muy presente la pregunta ¿por qué serán dos historias y no una? En el caso de "La estupidez" es al revés, la historia es sólo una, pero con cinco mundos. También me parece que el hecho de que un actor pueda hacer infinitas cosas en escena proporciona a la mirada del espectador un enorme aire, porque el próximo movimiento de la obra siempre será inesperado y sin embargo está dentro de los límites de lo posible. Hasta aquí llega mi experimentación de lo que llamo "los límites en la cabeza del espectador".
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