Lo que quieren las guachas: historia de amor y contrastes al son de la cumbia
Lo que quieren las guachas
Nuestra opinión: muy buena
Libro, vestuario y dirección: Mariana Cumbi Bustinza. Elenco: Ornella Fazio, Luciano Crispi, Iti el Hermoso, Sofía Black Kali, Ezequiel Baquero y Martina Bajour. Música: Facundo Salas y Diego Domizi. Sala: El Extranjero, Valentín Gómez 3378. Funciones: jueves, a las 21. Duración: 75 minutos.
Algo potente está pasando en el off porteño. Esta vez es la directora Mariana Cumbi Bustinza quien nos pone nerviosos con Menea para mí y Lo que quieren las guachas, dos musicales que desde el título anuncian cumbia villera. Ambas hablan del amor joven. Pero en el caso de Lo que quieren las guachas, el encuentro se da entre adolescentes de clase baja y de media alta, villeros y chetos.
Desde la escenografía, Bustinza marca la diferencia de sendos territorios con una pared blanca mitad impoluta y mitad manchada. Nada más. Por delante de esa superficie, los cuerpos, tres con uniforme de colegio privado y tres con ropa sin apellido. La música aporta información y reasigna diferencias culturales: ritmos electrónicos y cumbieros que delimitan zonas de influencia. Fuera de escena, como bálsamo, la guitarra de Milagros Zabaleta acompaña las bellas baladas cantadas por los personajes. El lenguaje, los modismos y las expresiones de la jerga villera y de los jóvenes de barrio cerrado son puerta de entrada a un universo de personajes a explorar sin prejuicios.
En la villa viven Mariela (gran trabajo de Luciano Crispi como una dedicada mamá trans, trabajadora sexual y sostén del hogar) y sus dos hijos, Owen (Ezequiel Baquero) y Yani (Ornella Fazio). Como en un cuento de hadas, a la salida del colegio, Mica (Sofía Black Kali) y Owen se cruzan con un flechazo ante el rechazo de sus compañeros Sol (Martina Bajour) y Valentino (Iti el Hermoso) que, despechado, busca venganza seduciendo a Yani. Hasta aquí tenemos un melodrama de telenovela: un amor desigual en medio de la batalla entre ricos malos y pobres buenos. El estereotipo es flagrante, sobre todo en el caso de Valentino, un villano antológico, sin una gota de empatía humana, a diferencia de Owen, galán valiente ante la adversidad.
¿Por qué tanto contraste? Extremos subrayados a punto culebrón para lograr la máxima intensidad y un inevitable choque de fuerzas opuestas a las que ni siquiera el amor puede salvar. Porque el amor no salva cuando dos adolescentes embarazadas de condiciones sociales distintas llegan a un aborto. El resultado no es difícil de imaginar en un país donde el aborto clandestino es una tragedia cotidiana. La directora, y este elenco que la sigue con pasión, conduce hacia el final esa explosión que nos revienta a todos en la cara.
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