Afianzando sus nuevas búsquedas artísticas, la actriz estrena La última Bonaparte, una arriesgada propuesta teatral en la que cruza su historia con la de la singular princesa y escritora francesa
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Allá en los ochenta, fue una sex symbol nacional y popular. Hasta qué dejó de serlo y empezó a explorar otras posibilidades expresivas. En el medio, la tragedia de la muerte rondando cerca y la búsqueda de su más profundo ser interior la llevaron a bucear en los caminos de la espiritualidad sentida y ejercida. Silvia Pérez rompió varios esquemas. Será por eso que no les teme a los desafíos que se le cruzan. Atreverse, desde siempre, es su norma.
Fiel a esa propia idiosincrasia, desde hoy, en la sala de El Camarín de las Musas, se sumergirá en La última Bonaparte, obra en la que entrelazará su propia vida con la de Marie Bonaparte, descendiente de Napoleón, princesa de Grecia y Dinamarca, discípula de Freud, escritora y obsesiva investigadora de su propia anorgasmia. Sí, la mujer que derretía glaciares se meterá con la falta de placer. Créase o no.
Fascinada por Marie Bonaparte
-¿Por qué Marie Bonaparte utilizaba seudónimo?
-En ese tiempo, una mujer no podía estudiar lo que ella estudiaba, mucho menos una princesa cuyo destino era bordar, pero ella era tan audaz que se cambió el nombre y se hizo pasar por médica, porque tampoco una mujer de la realeza podía trabajar. De esa forma, pudo llevar adelante su trabajo de investigación acerca de la anorgasmia. Fue una luchadora y guerrera que terminó atendiendo a mucha gente.
“Hablo desde mi vida personal, toco mi infancia y reflexiono sobre el hecho de haber sido una sex symbol”, explica Silvia Pérez, relajada en el amplio living de su semipiso, desbordantemente blanco, a metros de la Avenida del Libertador, en el barrio de Belgrano. “¿Por qué quiero hacer la vida de Marie Bonaparte? ¿Por qué una sex symbol quiere interpretar a una frígida?, son interrogantes que aparecen rápidamente”, completa.
-¿Y por qué?
-No te lo voy a decir, porque esa es la conclusión a la que llega la obra, tenés que venir a verla.
La última Bonaparte es dirigida por Dennis Smith, un rupturista desde la palabra y el manejo del espacio, quien realizó esta versión teatral del texto original que pertenece al psicoanalista y dramaturgo Walter Ghedin. Mauro Álvarez y el músico Agustín Buquete acompañan a la actriz, en esta experiencia que apela al lenguaje escénico, pero también a la poética de la imagen cinematográfica.
-¿Cuál era su vínculo con Freud?
-Durante mucho tiempo hizo terapia con él, fueron grandes amigos y hasta lo ayudó a escapar de los nazis. Con los años, ella se convirtió en psicoanalista y fue la primera mujer en pertenecer a la Asociación Psicoanalítica de París.
Marie Bonaparte, que lidió toda su vida con el padecimiento de la frigidez, siendo muy jovencita se casó con el príncipe Jorge de Grecia y Dinamarca, descubriendo en su noche de bodas que él era gay. Acaso los límites de su propio cuerpo y la frustración marital la impulsaron a una tarea titánica. “Se operó el clítoris para poder superar su dolencia”, comenta Silvia Pérez, quien investigó durante meses sobre esta particular mujer que nació en 1882 y murió ochenta años después, los suficientes para dejar una huella en la búsqueda de la explicación científica sobre la carencia del goce femenino.
En la pieza, el relato se sumerge, bajo la figura del docudrama, en el cruzamiento de las vidas de Silvia Pérez y Marie Bonaparte. Silvia es Silvia y también es Marie. ¿Qué puede unir a una de las mujeres más bellas del país, que no dudaba en exhibir su cuerpo con audacia despertando todo tipo de fantasías, con aquella padeciente joven cuyo cuerpo estaba limitado para el goce? De eso se trata. En La última Bonaparte, la filmación de una película documental es la excusa para volver sobre Marie, pero también para meterse con Silvia, una experiencia biodramática donde la ficción y la realidad se mezclan y confunden. “Contamos su infancia y la mía, ya que es un momento de la existencia de mucha importancia para todos, pero, además, hablo sobre cómo fue mi proceso de vida”, sostiene la actriz, rodeada de muchos objetos traídos de India, aquel confín que le permite profundizar en sus creencias espirituales al que ya viajó 13 veces.
Pandemia mediante, para concretar La última Bonaparte hubo un largo período de gestación. Con Dennis Smith viviendo en España, el proceso se llevó a cabo gracias a la milagrosa videoconferencia que hoy rige buena parte de nuestras vidas. En ese tránsito, Silvia Pérez se confesó ante el director en innumerables charlas. De esas historias y de la obra de Ghedin, nació este material. “Fue un proceso intenso, revelador y transformador”.
Cosificación y abusos en los años 80
“¿Qué tiene Marie que no tengo yo? ¿Qué tengo yo que le falta a ella?”, se plantea la actriz, quien, en los inicios de su carrera, sostuvo su trabajo en el erotismo soft que proponían los programas y las obras de teatro de Alberto Olmedo y los guiones de Hugo Sofovich.
-¿Cómo vivías ser una sex symbol tiempos en los que el empoderamiento femenino no era una zona validada y la cosificación era la norma?
-En la época del programa del Negro (Olmedo), haber sido una de las pioneras en trabajar con ropa interior, era mi trabajo como actriz, hacía lo que tenía que hacer, y ahí terminaba todo.
-Ese rol de sex symbol, ¿fue un ancla para tu carrera? ¿Te pesó?
-No me pesó, porque no me daba cuenta de todo esto que ahora podemos conceptualizar. Era la sex symbol y punto. Si tenía que hacer la tapa de Playboy, iba y la hacía. Mucha gente me ha preguntado cómo podía hacerlo y mi respuesta siempre fue la misma: “Fui, me saqué la ropa y me sacaron fotos”. Realmente lo vivía así, pero adentro no me pasaba nada de eso.
-¿Qué te pasaba por dentro?
-Creo que lo estuve escondido durante mucho tiempo, porque yo defendía lo que pasaba en el afuera con ese sex symbol. Para mí, no tenía nada de malo porque respondía a un rol que ejercía para el afuera, era parte de mi trabajo y estaba naturalizado que la mujer debía hacer eso y que el humor pasaba por ese lugar.
-Había un autoconvencimiento.
-Tenía mi speech armado, argumentando que era una profesional que cumplía con su trabajo y que eso no definía mi vida, no era esa persona cuando llegaba a mi casa. Pero eso es algo un poco engañoso, porque, para el resto de la gente, sí era solo esa mujer qué se desnudaba. Hoy, además, me pregunto quién era para mi familia, porque trabajaba tanto que no tenía demasiado vínculo, entonces ellos tampoco sabían cómo vivía realmente con todo eso que me sucedía. No podían saber bien qué me pasaba, porque ni siquiera yo me atrevía a decírmelo a mí. Por otra parte, tenía que trabajar mucho para poder mantener a mi hija.
-Hubo un tiempo donde el acoso no era repudiado. En los ochenta se naturalizaban algunas conductas patriarcales que hoy se sancionan. Imagino que para una actriz que exponía su cuerpo, no habrá sido fácil esa época...
-El acoso siempre existió en nuestro medio. Me ha tocado vivir un montón de situaciones incómodas, que naturalicé tanto como sacarme la ropa. Me han sacado de programas por no querer estar con alguien. A veces la he pasado muy mal, pero no podía ser de otra manera siendo una sex symbol de ese tiempo. Me he llegado a enterar que le mostraban fotos mías a los tipos...
-¿En books?
-Sí, no lo podía creer. Me afectaba mucho, pero, como soy una laburante, me enjuagaba la lágrima y seguía para adelante.
-¿Te ha llamado algún hombre por integrar esos books?
-No, porque había intermediarias, mujeres que eran las que organizaban eso.
-Algunas eran muy conocidas en ese tiempo…
-Así es... En ese tiempo sentía que no había llegado a más, porque no había transado con nadie.
-Hoy esas situaciones se denuncian...
-Sí, pero son marcas que la mujer lleva muy adentro durante toda su vida. Está muy bien levantar las voces para reclamar, pero creo que una marcha del silencio ayudaría más que el bullicio. Tampoco hay que juzgar a la persona que no denuncia, porque no sabemos qué batalla está librando.
-El camino espiritual fue un quiebre a todo aquello.
-El camino espiritual me rescató, pero no reniego de mi pasado, soy feliz con la vida que me tocó.
Barajar y dar de nuevo
El 5 de marzo de 1988, Alberto Olmedo falleció en la ciudad de Mar del Plata al caer del balcón del departamento del edificio Maral que habitaba durante aquella temporada de Éramos tan pobres, obra producida por Carlos Rottemberg y Guillermo Bredeston que había arrasado en la taquilla durante todo ese verano.
En aquel entonces, Silvia Pérez era una de las figuras que integraba el elenco. El fallecimiento del capocómico, modificó su destino artístico y personal. “Luego de la muerte del Negro, estuve mucho tiempo sin trabajar, pero pude recuperarme, me dije ´voy por mí´”.
-¿Fueron muchos años de inactividad?
-Así es, recién volví en el 2000 con El último pasaje, una obra de Marisé Monteiro que yo produje. En el ínterin trabajé con los cómicos uruguayos e hice algunas participaciones esporádicas en diversos programas.
-¿Por qué esa merma de la actividad?
-Me costaba insertarme, nadie me daba trabajo ni me hacían un casting porque era Silvia Pérez, la chica que había trabajado con Olmedo.
-Una situación bien incómoda.
-En cierto momento estuve muy angustiada, enojada, hasta que decidí estudiar y demostrarles a los otros que yo también estudiaba teatro. Me ayudó mucha gente, como Roxana Randón o Carlos Gandolfo, con quien cursé hasta su último día, él me dio la mano para saber por dónde debía ir. A partir de eso, me comencé a encaminar. También me ayudó mucho la nueva generación de directores y productores que no tenían una mirada prejuiciosa hacia mí, quizás eso también determinó que haya pasado del teatro comercial al independiente, haciendo un camino inverso y menos previsible.
-Las joyas teatrales del país se gestan en el ámbito independiente.
-Es un espacio que a mí me permitió hacer obras como La restauración o la nueva pieza que voy a estrenar, propuestas con grandes personajes y donde no tengo que mostrarme de linda, más allá que pasó mucho tiempo y tampoco lo haría. Ahora me permito disfrutar el trabajo de actriz.
-Te enoja el encasillamiento al que te puede confinar el medio.
-No tengo ningún enojo con el afuera, todo depende de uno. Cuando noté que me podían encasillar, pensé que estaba en mí poder revertir eso.
Se lo propuso y lo revirtió. Encarnación, film dirigido por Anahí Berneri, y Tetro, bajo las órdenes de Francis Ford Coppola, fueron algunas de las experiencias que le permitieron explorar nuevas posibilidades expresivas. Atrás quedaron algunos batacazos de taquilla, pero sin riesgo artístico como aquellas comedias ochentosas como El telo y la tele, El manosanta está cargado o Atracción peculiar, picarescas de masiva inserción popular. “Pude hacer otro tipo de cosas, porque alguna gente me ve”, sostiene, sin pelearse con su historial y sumamente enfocada.
-Hablás de no depositar las culpas en el afuera, algo muy sano, pero no tan ejercido.
-Si lo hiciéramos más seguido, el mundo tendría menos problemas. El afuera nunca tiene la responsabilidad de lo que nos sucede. En cambio, hay que ver cómo atravesamos lo que nos pasa. Eso me lo enseñó Gandolfo, quien tuvo cáncer, pero dio clases hasta el final ayudado por un aparatito en la garganta. No hay que pararse en el lamento, sino en ver qué hacemos con lo que nos plantea la vida.
-La victimización es el camino más fácil...
-Y un rol bastante estático y paralizante, darse cuenta de eso es muy importante.
“Así como naturalicé sacarme la ropa, también naturalicé la popularidad”
-¿Qué es eso llamado fama?
-A esta altura de mi vida, estoy muy habituada, aunque también es cierto que no me miran tanto como en otra época. Recorrí varias instancias sobre ese tema.
-Tu explosión de fama se dio cuando eras muy joven.
-Lo primero que debo decirte es que la fama es muy linda, ya que alimenta el ego que todos los seres humanos tenemos. ¿A quién no le gusta que lo halaguen? Más allá de eso, también aparecen aristas que no son tan agradables. En mi caso, así como naturalicé sacarme la ropa, también naturalicé la popularidad. Como mi gran momento de popularidad se dio cuando ya tenía a mi hija, mi mirada era más relativa. A nosotras nos sacaban con custodia del teatro y teníamos guardaespaldas, pero te alejabas tres cuadras y no te seguía nadie. Durante el día, hacía vida normal, atendía a mi hija, iba a comprar medicamentos a la farmacia como una más.
-¿No era medio alienante esa situación?
-A mí eso no me modificó mi esencia en nada. Como tampoco me modificó cuando esa fama tremenda cayó.
-¿Cómo te atravesó eso?
-Quedé dando vueltas como un trompo, hasta que comencé a preguntarme quién era verdaderamente, un disparador que me llevó a desarrollar mi vida espiritual. En definitiva, la fama es solo una parte más de la actividad del artista que se expone, pero no lo determina para nada. Hoy, mucha gente se aliena con las redes sociales, y termina confundiendo la cantidad de seguidores con su verdadera esencia. Si alguien está muy alienado por eso, no la debe estar pasando bien.
-En tus años de bomba sexy, el vínculo con el público sería muy diferente al de hoy. Te deben encarar diferente.
-Siempre he sido muy educada y amable con la gente. No puedo sentir más que agradecimiento por alguien que me saluda o me pide una foto. El cariño del público es una retribución a todo aquello que yo le debo haber dado, me siento querida por la gente.
El amor con Olmedo
A lo largo de la charla, Silvia Pérez se referirá a Alberto Olmedo como “el Negro”, dejando en claro el estrecho vínculo personal que la acercaba al comediante. Cuando el cómico falleció, hacía pocas horas que ambos habían interrumpido su relación de pareja, tal cual reveló la propia Silvia el año pasado.
-¿Cómo te enteraste de su muerte?
-Me llamó Beatriz [Salomón]. La señora que trabajaba en casa, me pasó el teléfono y me dijo: “Es Beatriz… se mató el Negro”. Beatriz no me confirmó la noticia, pero me pidió que encendiera la radio y me colgó. Cuando sintonizo una emisora de Mar del Plata, escucho el grito desgarrado de Fernando, uno de los hijos de Alberto, cuando llegaba al lugar de la tragedia.
-¿Se lo escuchó en vivo por radio?
-Sí. Me da escalofríos recordarlo.
-Moría una persona que había sido tu pareja hasta hacía pocas horas y el líder de tu grupo laboral. ¿Qué pasó por vos en ese momento?
-Eso lo cuento en la obra…
-Fue un shock.
-Fue un shock.
-¿Sos creyente?
-Soy muy creyente, mi Dios es Sai Baba y tengo la conexión de la meditación que es muy importante, porque nos acerca mucho a nosotros mismos. Soy profesora de yoga y, durante la pandemia, hice el posgrado, estudié mucho sobre el tema. Todo ese conocimiento me acerca mucho a mí, que es lo mismo que acercarse a Dios, porque todos somos pedacitos de la creación.
-Desde tu espiritualidad, ¿qué lectura hacés de la pandemia?
-La humanidad está compartiendo un karma universal.
-¿Se puede considerar un karma?
-Sí, porque karma es algo que te toca.
-Algo malo que te toca.
-No, el karma puede ser bueno. El otro día veía a Fede Bal, el hermano de mi hija Juli, que comenzó a hacer un programa de viajes y yo pensaba que ese era un karma fabuloso, después de haber sufrido con su cáncer. Ahora le tocó el karma bueno. En realidad, ningún karma es plenamente bueno o plenamente malo.
-El karma de la pandemia desató consecuencias múltiples.
-Vemos mucha pobreza, gente pidiendo en la calle, locales vacíos, uno no puede estar del todo bien ante ese contexto. Pero también está la posibilidad de ayudar o de brindar una palabra al que está solo, viviendo en la calle.
Su familia, hoy
En pareja desde hace 12 años con un empresario que no es del medio, construyó una familia ensamblada entre su hija, ya adulta, y los dos hijos de él. Desde el comienzo de la pandemia conviven formalmente: “Estamos bien porque nos elegimos y estamos juntos”.
-Nunca te involucraste en escándalos personales, incluso, jamás generaste polémicas con ex parejas con las que no habías terminado bien.
-Alguien me dijo que cuando más se habla, más material se genera, por eso prefiero mantenerme con bajo perfil. Por otra parte, jamás me van a escuchar meterme en la vida de los demás.
Julieta es la hija que Silvia Pérez tuvo con Santiago Bal, con quien no mantuvo un buen vínculo luego de separados, pero sí con el hijo y la nueva mujer de quien fuera su ex: “Lo adoro a Fede y la quiero mucho a Carmen. Cuando Carmen estuvo internada, estaba desesperada, había formado una cadena de oración y teníamos un grupo de WhatsApp donde Fede pasaba las novedades. Cuando Fede tuvo su problema de salud, lo asesoré con algunas vitaminas. Somos familia, nos queremos un montón”.
-¿Cómo te llevabas con Santiago Bal?
-Luego de la separación, no nos llevábamos, lo cual era bastante difícil para criar a una hija. Cuando Juli era muy chica, él no tenía presencia y había problemas con el dinero que le correspondía dar para la crianza de la nena. Pasó tanto tiempo, que hoy ya no hay animosidad y todos lo recordamos muy bien.
-¿Cuándo comenzaron a acercarse nuevamente?
-A partir del nacimiento de Fede hubo una mayor conexión porque Julieta comenzó a verlo. En los últimos años, la relación era excelente, y hasta hemos compartido cenas en Mar del Plata con él y con Carmen. Te diría que fui la última persona que lo vio, porque fui a reconocer su cuerpo, tenía un semblante sonriente y eso me gustó mucho.
Silvia Pérez antes desnudaba su físico. Ahora, en cada escena de La última Bonaparte, mostrará todo aquello que hace a su interioridad. “Es mucho más audaz y riesgoso desnudar el alma, no tengas dudas”, finaliza la actriz.
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