Severa vigilancia: una crónica de la marginalidad y el encierro, con deslices de exhibicionismo narcisista
Con personajes que abordan las emociones con cierto distanciamiento, la puesta de Diego Ávalos revive el texto de Jean Genet que construye la vida carcelaria de tres reclusos y un guardia, con una atracción-rechazo en constante conflicto
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Severa vigilancia. Autor: Jean Genet. Traducción, adaptación y dirección: Diego Ezequiel Ávalos. Intérpretes: Inti Zúñiga, Juan Salmeri, Pato Censi, Grei Rivero, con las voces en off de Vero Larrea y Hernán Statuto. Escenografía: Paula Arias. Diseño gráfico y audiovisual: Inti Zúñiga. Vestuario: María Rosa López y Luciano Parente Ormaechea. Iluminación: Rodolfo Eversdijk. Coreografía: Mariano López Pujato. Música: Mariana Aulicino. Teatro: Area 623, Pasco 623. Funciones: sábados, a las 21. Duración: 70 minutos. Nuestra opinión: buena
Hijo de una madre prostituta que lo abandonó siendo niño y de padre anónimo, Jean Genet (París, 1910-1986), tuvo una vida más que tormentosa. Acusado de robo, de asesinato, sin hogar, y sin otra alternativa que alternar su vida en orfanatos o el tener que vivir en la calle, ese contexto lo terminó formando e hizo que viviera siempre al borde de la ley. A pesar de ese estado de emergencia, Genet logró despertar su entusiasmo por la lectura y la escritura. Publicó varios libros, de los que decía que eran poemas en prosa y luego piezas teatrales, en las que ese realismo sucio de sus relatos quizás podrían haber sido la envidia de un Charles Bukowski o de nuestro Enrique Medina, autor de Las tumbas.
Luego de varias entradas y salidas de la cárcel y a punto de ser condenado a cadena perpetua, en 1949, Jean Cocteau y Jean Paul Sartre (que le dedicó su libro San Genet, comediante y mártir), lograron que el presidente francés Vincent Auriol, en 1949, lo indultara y Genet obtuvo su libertad. Fue autor, entre otras novelas y obras de teatro, de Las criadas (1947), Querelle (1947) -llevada al cine por Rainer Werner Fassbinder-, El balcón (1956) y de la pieza que nos ocupa Severa vigilancia (1949). Esta es un afiebrado texto realista ambientado en una celda, en el que se detalla la vida carcelaria de tres presos y un cuarto, que es un guardia. Genet le aportó a este relato una dosis de suspenso y un vigor dramático perverso, con el que construye una absurda crónica sobre la marginalidad, el crimen y hasta la locura, provocada por el mismo encierro. La historia en la que se comete un asesinato por venganza, atrapa al público por sus climas, detalles de situaciones y contexto dramático y emocional.
Poco tiempo antes de morir, Jean Genet revisó su pieza, que fue publicada en un nuevo tomo, juntos con otros textos por la editorial Gallimard, en 1988. El director Diego Ezequiel Ávalos, traductor y adaptador de Severa vigilancia, exploró esta última versión, que adquiere el valor de una metáfora sobre el encierro y lo que éste provoca en los individuos, a partir de la convivencia obligada en un alienante microclima y de extremo control del individuo. Uno de los aspectos novedosos que aporta esta adaptación de Ezequiel Ávalos, fue ambientar la pieza con marcada ironía, en el contexto de una tienda de varios pisos, el shopping General Urquiza, cuyo slogan es “la felicidad es poder comprar”. Allí, en distintos escaparates conviven Mauricio (Pato Cenci), Lefranc (Juan Salmeri) y Ojos verdes (Inti Zúñiga), junto con un guardia (Grei Rivero) que los controla.
Los personajes convertidos en maniquíes, despojados de toda emocionalidad y con un marcado -por el director- estado de narcisismo exhibicionista, se disputan no sólo los afectos de unos por otros, también se acusan de querer seducir a la mujer de uno de ellos, lo que despierta una constante de celos y enfrentamientos, que se canalizan a partir de una atracción-rechazo en constante conflicto entre los tres. Así surgen reproches como el de Ojos verdes a Mauricio, cuando le dice: “Todo el amor que me diste era para mi mujer…”.
En esta especie de danza de egos, en cuya puesta en escena el director incluyó desde una coreografía de tango, resuelta con escaso entusiasmo, una canción interpretada por el personaje de Ojos verdes, y algunas proyecciones que van marcando los distintos instantes de la trama, se llega a un desenlace trágico. El constante juego escénico, propuesto desde la dirección, de actor-manequí-modelo, hace que los intérpretes se desplacen por el espacio como si estuvieran en la pasarela de un desfile, o en una constante sesión fotográfica. El vestuario onda leather y de características andróginas resulta lo más atractivo de observar en estos cuatro intérpretes, que le aportan un tono histriónico y de cierto distanciamiento a estos polémicos personajes, que demuestran una fría concentración, a pesar de los álgidos climas por los que atraviesa la historia. Imprimirles el carácter de maniquíes-modelos que se desplazan por el espacio despojados de emocionalidad no pareció ser lo más acertado para reencontrarse con este texto de Jean Genet. Pero todo es una cuestión de gustos y de la generación a la quiera dirigirse el espectáculo.
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