Sergio “Maravilla” Martínez: "Si sabés actuar, sabés boxear"
MADRID.– La reja de la casa tiene un truco. Para abrirla, primero hay que empujarla hacia adentro y luego, hacia afuera. Este recorrido es la llave secreta. Desde la ventana de la cocina que da a la calle, su dueño grita la clave de seguridad, poco sofisticada, pero eficaz. Del mismo modo se accede a Sergio "Maravilla" Martínez, campeón mundial de boxeo. Primero, hay que viajar al hombre común, hacia el relato introspectivo; después, al personaje, a aquella máscara y coraza que construyó con disciplina, la que proyecta hacia el exterior.
Es la hora de la siesta en Valdemoro, un pueblo a 28 kilómetros de Madrid. Maravilla entrenó por la mañana y volverá a hacerlo por la tarde. Este es el horario que le dedica desde hace varios meses a su otra pasión: el teatro. En la mesa del living de su casa hay un servilletero, dos individuales, un paquete de vainillas, una caja de galletitas de chocolate, sacarina, biromes, un pendrive. La luz entra por la ventana y calienta la sala de un gélido invierno. La televisión está prendida y el salvapantallas se mueve hipnótico frente a un sillón de cuatro cuerpos donde, como indica la rigurosa rutina de ejercicios de este campeón mundial, se descansa entre cada entrenamiento diario.
En esta casa hay algunas fotos de sus victorias, pero esta construcción no es un templo de sus hazañas, aunque la narración épica es recurrente. Sobre una mesa ratona hay un pila de hojas. Allí se encuentra el libreto de Bengala, una vida en doce asaltos, la obra de Alfredo Megna que en breve estrenará en Madrid,el unipersonal donde se lucirá como actor, producido por el argentino Pablo Silva, dirigido por Adrián Navarro. Maravilla, ubicado en el 6° puesto de la Asociación Mundial de Boxeo (AMB), quien se había retirado del deporte en 2014 tras su pelea en el Madison Square Garden con el puertorriqueño Miguel Cotto, decidió regresar y en los últimos días de 2020 se impuso ante el finlandés Jussi Koivula. Antes había derrotado a José Miguel "el Traumatólogo" Fandiño. Ese recorrido del deportista que sueña con volver a pelear por el título mundial será el foco de una serie documental que está en etapa de rodaje a cargo de la productora cinematográfica argentina Darwin70.
En la gran factoría de series en la que se ha convertido España, hay una producción, Antidisturbios (Movistar+), que destaca ante las demás. De modo unánime la crítica alabó la historia de Rodrigo Sorogoyen. Hovik Keuchkerian, a quien también se lo vio en La casa de papel, es uno de estos intérpretes de esta serie, y, a su vez, el gran maestro escénico de Maravilla. Keuchkerian comenzó hace varios años a trabajar con el boxeador para delinear monólogos de humor, muy personales, autobiográficos, con pinceladas autorreferenciales. Un modo de sanar.
–Hay mucha terapia, un trabajo muy introspectivo, un recorrido interior muy extenso, en cada logro, en cada respuesta que brindás.
–Hace algunos años empecé a hacer terapia. Antes no pensé que fuera necesario, pero después me di cuenta de que era vital. Una terapia salva vidas.
–¿Qué te genera ansiedad? ¿Qué te genera stress?
–Una reunión, una fiesta con mucha gente.
–¿Te sentís evaluado?
–No. Me gusta bastante la soledad. Me gusta estar con mi novia, con dos o tres amigos. Esa es mi celebración. No me enloquecía antes, cuando era más joven, menos ahora.
–¿En qué se parece el escenario al ring?
–Se parecen mucho. El boxeo es una actuación. Si sabés actuar, sabés boxear.
–Por ejemplo, ¿fingís que no tenés miedo?
–Todo el tiempo. Fingís que no tenés miedo y que además querés machacar al otro y pasarlo por arriba. En realidad lo que tenés que hacer es que el rival venga hacia vos, que muerda el anzuelo. El boxeo es el arte del engaño. No es golpear sin recibir, como se suele decir. Cuando salís al público ya estás actuando; pero antes, también, en la previa. Tenés que parecer fuerte porque el boxeo es cruel. No hay nada más cruel que te golpeen delante de miles o cientos de miles de televidentes. Es muy humillante.
–Te cambio de rol. Decís que sentís vergüenza cuando estás siendo golpeado, pero cuando vos, como espectador, ves en una pelea que golpean a otro, no sentís vergüenza. ¿O sí?
–Lo veo como un trabajo. A mí nadie me puso un revolver en la cabeza para ser boxeador, a nadie obligaron para salir a boxear.
En el nombre del padre
Hay, a pesar de que desde hace dos décadas no vive en la Argentina, una dicción y expresiones muy argentinas, voces que en España pierden sus acepciones, teñidas de psicoanálisis: resolver, hacerse cargo o catarsis, por ejemplo.
–Dijiste que cuando un boxeador le pega a su rival, en realidad le está pegando a su padre.
–Sí. No es literal, claro. El boxeador profesional en algún momento tuvo algún tipo de conflicto, una ruptura con su padre.
–¿Me podrías explicar mejor?
–Sí.
Maravilla ceba otro mate y se prepara para interpretar a los distintos personajes de la siguiente escena.
"¿A ver? Un chico fuerte que me ayude a mover esta mesa".
Sergio aún no era Maravilla, tenía 10 años y vivía con sus padres y sus dos hermanos en Florencio Varela. Escuchó el pedido de su padre y de inmediato y, desde un extremo, hizo un gran esfuerzo al empujar, para mover aquel mueble tan pesado.
"Salí, Cabezón", le dijo el padre a Sergio. "Vení, Negro", le dijo a su hijo mayor.
Fue un comentario inocuo, pero ahí, en esa escena cotidiana, nació el boxeador. "Boxear es eso. Es decirle a los demás: «Yo te voy a demostrar que te equivocaste»".
–¿En qué se parece un ensayo a un entrenamiento?
–A nivel físico, Bengala fue durísima. Ahí tengo que boxear como diestro, y no lo soy. Además, descanso después de entrenar. Necesito una hora de siesta. Ensayaba Bengala en el centro de Madrid. Era una paliza brutal, física, porque después del ensayo volvía a entrenar... y a entrenar para ser campeón mundial. Además, es duro meterte en la vida de Bengala, un tipo que vive violentado constantemente: violencia de género, alcohol, droga. Tiene una vida miserable y patética.
–Debés conocer algún boxeador como Bengala, ¿no?
–Un montonazo. Y después, salir de ahí, de Bengala, y ser Sergio "Maravilla" Martínez y dejar todo para ganar. Es durísimo. Interpreto a un boxeador malo, pero un tipo con sentimientos. Hay muchos paralelos entre lo que conozco como boxeador y Bengala: el entrenador, el Paco; la novia, la Vanesa; el promotor de boxeo. Está luchando contra toda esa gente.
–Ves tus peleas filmadas, ¿vas a ver la filmación de Bengala?
–Sí, y soy muy crítico. Soy insoportable. Incluso cuando gano, encuentro errores.
–¿Sentís la misma adrenalina antes de salir a escena que sentís antes de cada combate?
–Es distinto, pero tampoco tanto. En los momentos previos a subir al ring y en los momentos previos a subir al escenario, hago un calentamiento similar. No con la misma fuerza, o con el mismo cambio de ritmo, de potencia, pero sí hago los mismos movimientos. Dentro de mí hay una procesión que tiene un par de guantes en ella.
–Hay una exposición, una vulnerabilidad en el boxeador y en el actor.
–El boxeo tiene un agregado: el rival. No hay nadie que te vaya a lastimar. Por más que te critiquen, pero las críticas en el teatro duele.
–Imagino que también quedas agotado después de cada función.
–Sí. El final es un momento muy duro final. Va in crescendo la actividad del personaje. El final roza lo violento, porque es un tipo que está peleando, pero prácticamente hay en él algo de vida o muerte y él lo asume. Es un desastre, pero a la vez, tiene algo positivo: sufre lo que le pasa, pero lo enfrenta.
–Hay actores que no ven televisión. No es tu caso. Desde que actuás, ¿ves las películas de otro modo?
–Totalmente. Me pasa como con el box. Yo al boxeo no lo miro, lo analizo. Es insoportable ver boxeo conmigo.
–Hay una gran cantidad de películas y cuentos donde aparece reflejada la profesión del boxeador. ¿Cuál lo logra mejor?
–Casi todas. Al menos las películas que vi, captan algo. El boxeo es dramático, turbio. La gente que lo maneja a veces es turbia, porque tiene mucho de gánsteres. Todos los boxeadores tenemos un poco de Jake La Motta (Toro salvaje), de Gatica (Gatica, el mono), me encanta Southpaw, con Jake Gyllenhaal....y todos tenemos un poquito de Rocky.
Todos los boxeadores tenemos un poco de Jake La Motta (Toro salvaje), de Gatica (Gatica, el Mono), me encanta Southpaw, con Jake Gyllenhaal....y todos tenemos un poquito de Rocky
–¿Qué tenés de Rocky?
–Rocky es una historia de amor. En el medio está el boxeo. Todos tenemos una historia de amor: continuada o encimada con otra. Y también está la resiliencia: Rocky se cae muchas veces y se vuelve a levantar. Yo caí despatarrado muchas veces y me volví a levantar.
Empezar (una vez más)
0034949267… comienza así el número de su salvación.
Dos décadas después de aquel llamado recuerda el número de memoria y se reserva los últimos dígitos para no invadir la privacidad del dueño de la línea.
Maravilla compró el pasaje de avión más barato que había desde Buenos Aires hacia Europa. Su destino era Madrid, pero las escalas disminuían el costo del billete, así que partió rumbo a Roma. Desde Fiumicino tomaría un tren, y después otro, y después otro, para terminar su recorrido en la estación de Chamartín, en la capital española. Cuando llegó a un hostal en Cuatro Caminos, después de varios días sin dormir, advirtió que en Roma le habían robado muchos objetos de su valija, y, de todos ellos, lo más grave era que le faltaban las carpetas. Con paciencia recabó durante años datos de amigos de amigos y de conocidos de conocidos que podrían darle una mano cuando llegara a Madrid. Esa información se había evaporado y sentado en el piso, a las 5 de la mañana, casi derrotado, encontró en un bolsillo ínfimo ("donde solo entra un pendrive") un papel escrito con lápiz. Era un número de teléfono y si bien no decía a quién pertenecía, Maravilla recordó quién era el dueño: Pablo Sarmiento. Aquel día llamó a quien sería su entrenador y horas después de aquel llamado viajaba a conocerlo a Guadalajara. "Ahí empecé mi vida en España. Iba a salir adelante, seguro, pero no hubiese tenido la misma vida si no me hubiese dado con él".
A sus 45 años, Maravilla busca un título mundial, un lugar en el podio del Consejo Mundial y la Organización Mundial de Boxeo. En marzo, y sujeto a los vaivenes de la pandemia, peleará nuevamente, posiblemente, en Cantabria.
–Hace algunos años contabas en entrevistas que después de cada pelea te metías en una especie de caparazón durante varios días, que te encerrabas. ¿Te sigue pasando?
–No. Hoy el contexto es distinto y lo que hay en juego es otra cosa. Para mí esto es otro viaje que cuando era más joven, más emocional. Después de cada pelea me tomo unos 7 u 8 días de descanso y después regreso a la rutina para tratar de conseguir un mundial.
–Ahora, como decís, que no sos tan joven, seguro que hay otras fortalezas en tu acción. ¿En qué cambiaste?
–Cambié mucho. No soy el mismo que hace cinco años, porque no soy el mismo que hace tres meses.
–Ser boxeador, entonces, requiere antes que una aptitud física, una personalidad.
–Exacto. Y campeón es mucho más difícil, también, por lo interno, te digo. En el mundo hay censados 2 millones de boxeadores, y solo 110 son campeones del mundo.
–¿Cómo te preparás psicológicamente para los combates?
–Podés tener todos los combates que quieras, pero cuando hay un titulo mundial en juego, recorre por tu interior una cuestión difícil de manejar si no estás preparado. Hablo del temple interno que hay que tener para ser campeón. El título mundial no se gana en el ring, se gana antes. No es el entrenamiento, es la vida, los golpes que te da, los cachetazos. Estoy completamente seguro que todo aquel se fue campeón del mundo tuvo antes un sufrimiento, un calvario.
–¿Cómo es un día de tu vida?
–No madrugo desde hace mucho tiempo. Pasé muchos años de mi vida madrugando. Por lo menos hoy, no es necesario. No lo veo tan importante. Sí es importante la implicación que tengo para entrenar. Me levanto a las 8. Entreno. También entreno por la tarde y cuando llego a la noche lavo la ropa, preparo la cena. Trato de ser prolijo, limpio. Me gusta mantener el orden. El desorden me trae un caos imposible de controlar.
–Sos muy estricto con tu dieta, con tu rutina…
–Sí, pero igual tengo una vida muy divertida.
–No hace falta el exceso para divertirse…
–Toda mi energía está ahí puesta: en el entrenamiento. Me cuesta echarme al abandono, meterme en ciertas cosas complejas. Nunca probé una gota de alcohol, nunca probé una droga, nunca un cigarrillo. Probablemente en algún momento voy a a probar el vino tinto, porque veo que mis amigos toman vino tinto, pero no quiero probarlo ahora porque tengo miedo de que me guste con la intensidad con la que me gusta el boxeo.
Nunca probé alcohol, nunca probé droga, nunca un cigarrillo. En algún momento voy a probar el vino tinto, pero no ahora porque tengo miedo que me guste con la intensidad que me gusta el boxeo
Pierna izquierda: Re. Pierna derecha: Sis. Pierna izquierda: Ten. Pierna derecha: Cia. "Re-sis-ten-cia/ Re-sis-ten-cia/ Re-sis-ten-cia". El primer sustantivo se convirtió en una especie de mantra cuando, en 2012, se preparaba para luchar contra Julio César Chávez Jr. "Reconozco que soy un friki, un tipo muy raro. Había un circuito durísimo de velocidad. Cuando corro, me pongo música cañera. No me gusta la cumbia, me gusta el heavy metal. Y arrancaba a correr con el famoso relato del gol de Víctor Hugo Morales de Maradona y después, durante 40 minutos repetía en mi cabeza "Resistencia". Si deletreaba más rápido que mis piernas, sabía que estaba corriendo lento". Hoy Maravilla lleva tatuado en su antebrazo derecho la palabra "Resistencia"; en el izquierdo, "Victoria".
–¿Conociste a Maradona?
–No, pero el día del combate con Chávez Jr., me llamó por teléfono. Estaba en un banco en Las Vegas, porque hay que pagar los impuestos de las peleas. Recibo un correo de Claudia Villafañe, que me avisa que me va a llamar Maradona. Le digo que sí, al toque, y a los 5 minutos me llamó. Se me caían las lagrimas. Me alentaba. Yo estaba shockeado. Él me peguntaba cómo estaba. "¿Estás para machacarlo? Mirá, que acá somos un montón para alentarte", me decía. Hablamos de cuestiones que hablan los deportistas. ¿Cómo estás? ¿Estás motivado?".
–Chávez Jr. no quedó bien, anímicamente, después de esa derrota.
–Sí, él se sintió afectado. Hasta el día de hoy está afectado.
–Más allá del resultado, ¿por qué pensás que este es tu combate más famoso?
–Está cargado de mucha épica. Cuando terminé pensé: "Qué bueno haber hecho algo que pase a la historia". Pero también me caí muchas veces.
–¿En el boxeo también se da la máxima "Lo que no te mata, te hace más fuerte"?
–Algo así. Cada caída es un toque de alarma. Caerte y levantarte te enseña que las personas, se pueden levantar. Si lo veo con épica, porque con épica no solo veo las victorias, pienso: "Me pegaron, me caí y me levanté". Fui a buscar el triunfo y muchas veces no lo lográs, pero no porque el triunfo no se encuentre. ¡No! Esas cosas no se encuentran. Se trabaja para lograr cada triunfo.
–¿Tu familia está presente en tus peleas? ¿Tu mamá?
–Sí. Todos. Mi mamá, cuando empecé a boxear, no iba y se enfermaba. Hasta que empezó a ir. Pasó a ser la fanática número uno, pero también, cuando dejé de pelear me dijo: "Qué bueno que no volvés a pelear".
–Y ahora volviste…
–Y ella lo entendió. Le grabé un video de doce minutos explicándole por qué, le di todos mis argumentos y me respondió: "Yo estaba esperando que volvieras, sabía que ibas a hacerlo".
–¿Cuáles son esos argumentos?
–La mía no es más que una historia de amor con el boxeo, por el boxeo y por mí. Sin amor no podés hacer nada, por lo menos en boxeo. El nexo más grande entre un hombre y el ring es el amor. No es el dolor, no es el sufrimiento, el esfuerzo ni el sacrificio. Uno boxea porque está enamorado del boxeo y porque te amás vos como boxeador.
Maravilla Martínez. Hay también algo de teatral en el nombre de este campeón. Rolando Rivas, Gonzalo Guiñazú, Lautaro Lamas… Alberto Migré decía que los héroes tenían una particularidad en sus nombres: las iniciales de su apellido y la de su nombre coincidían. Luego vinieron Carola Casini, Ricardo Rojas, etcétera, etcétera.
–¿Quién te bautiza "Maravilla"?
–Hubo una especie de consenso entre mi padre, mi tío, que fue mi primer entrenador, y un periodista especializado en box, Luis Blancou. Marketing puro.
–¿Te gustó el apodo?
–Al principio renegué un poco. Tenía 15 años, pero después lo adopté. A mí no me dicen "El hombre de acero", "Mano de piedra"... ¿Qué tengo de hierro? Nada. La cara dura (risas). Me pusieron un apodo y después tuve que rendirle honor a mi apodo. Te condiciona de una manera buena, porque te hace subir el listón y te obliga a mejorar.
–¿Qué sentís por el otro, por tu rival? Sé que hay rivales que no conocés hasta el pesaje.
–Muchísimo respeto y en, algunos casos, cariño. Si yo no hubiese tenido rivales, no hubiese sido boxeador y no hubiese tenido reconocimiento ni evolución. Tengo respeto por todos los que me vencieron y a quienes vencí. Es lo más sano que puedo sentir. En WhatsApp tengo a algunos boxeadores con los que nos reímos, nos mandamos memes y nos pegamos una paliza con un pastizal de por medio. Y nos llevamos genial. Cuando ellos vienen a Madrid, los llevo de paseo, y cuando voy a EE.UU. o a Inglaterra, ellos me llevan por allá.
–Viviste muchos años en Estados Unidos, en California, pero la experiencia no te gustó. ¿Por qué?
–Hasta 2013 pasaba la mitad del año allá y la otra mitad en Madrid. No me gustó nada, Estados Unidos. La pasé fatal. Me faltaba lo principal: la compañía.
–¿Hace cuánto que no volvés a Argentina?
–Desde 2018. Si voy, estoy como mínimo un mes y medio, o dos y en ese tiempo no entreno, no me alimento como debo y no me centro en lo que debo hacer. Yo estoy tras un título mundial.
–Si te hubieses quedado en la Argentina, ¿pensás que hubieses hecho el mismo camino?
–No. Ni de casualidad. El emigrar… los primeros años son durísimos y después, los siguientes, también. Estuve seis años sin ver a mi familia. Regresé cuando gané un título mundial. Es durísimo irse. La gente no tiene ni idea. "Vos estás allá en Europa y ganás en euros", te dicen, pero claro, también gastás en euros. Mi mejor preparación fue el haber trabajado 8 años como patovica, haber sido profesor de boxeo en gimnasios, no sé cuántos, y en casas particulares, como ayudante de cocina…
–¿Sabés cocinar?
–Algunas cosas. Mi especialidad es el osobuco.
–¿Qué fue más duro: el desarraigo o convertirse en campeón mundial?
–El entrenamiento, y digo entrenar como un animal, sin rechistar, entregar al máximo tu capacidades, para ser campeón, no es tan tremendo. Lo tremendo es no tener papeles, esquivar a la policía, tratar de sobrevivir.
–¿Te discriminaron?
–Muy poco. Voy a decir algo que es duro, pero soy blanco y tengo ojos claros entonces, si me quedo callado, puedo pasar desapercibido.
–¿Cuál pensás que es la clave de tu éxito?
–Vivía en Florencia Varela, en un barrio que es una villa. Podés salir de ahí. Conozco mucha gente que se esfuerza un montón, pero que no logra nada. Yo quería ser futbolista. Ese es mi sueño y la gran frustración de la vida. Hubiese dado todos los títulos que tengo por ganar un título como futbolista. Pero no hubiese llegado a nada. Hubiese llegado a un equipo de barrio. Acerté con cada volantazo que pegué en mi vida y en ese momento, aunque no sabés, con cada curva, si te vas a morir o si vas llegar encontrarte con una escalera que te va llevar al cielo.
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