Señora de rojo sobre fondo gris: José Sacristán pasea al público por el duelo, el amor y la frustración de un amor perdido
El actor protagoniza brillantemente este unipersonal basado en la novela de Miguel Delibes haciendo gala de una sutileza hipnótica en su construcción de un pintor que ha perdido la capacidad de crear tras la muerte de su esposa
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Señora de rojo sobre fondo gris. Dramaturgia: José Sámano, Inés Camiña y José Sacristán, sobre la novela de Miguel Delibes. Dirección: José Sámano. Intérprete: José Sacristán. Vestuario: Almudena Rodríguez Huerta. Escenografía: Arturo Martín Burgos. Iluminación: Manuel Fuster. Sala: Casacuberta del teatro San Martín, Corrientes 1530. Funciones: hasta el domingo 30, de martes a domingos, a las 20.30; martes 18 y 25, a las 18.30. Duración: 85 minutos. Entradas: $5300. Nuestra opinión: muy buena.
En esta pieza, José Sacristán se mete en la piel de Nicolás, un artista plástico (alter ego de Miguel Delibes, el autor de la novela homónima que da título a este monólogo teatral, basado en un hecho real), al que el dolor ante la pérdida de su mujer le impidió seguir pintando. “Quizás fue su capacidad para sorprender lo que me deslumbró de ella, lo que a lo largo de los años me mantuvo tenazmente enamorado de Ana”, con esta frase que dice casi en un susurro, mientras se le llenan los ojos de lágrimas, nos hace partícipes de ese estado de laxitud, de intemperancia, de desolación que le provocó la pérdida de su esposa. Ana falleció a los 48 años, poco después de una operación quirúrgica en la que se le extrajo un tumor en el cerebro.
Por esos años la hija y el yerno de Nicolás, el pintor, al que el tiempo prácticamente se le detuvo con la muerte de Ana, estaban presos por actividades ligadas contra el franquismo. Sacristán va desmenuzando este relato, con astucia y un sutil suspenso dotado de refinamiento, de quien conoce los trucos de la interpretación y sus efectos en el que escucha.
De allí que el texto se convierte en la parábola de una existencia en la que transitar lo cotidiano tanto puede adquirir los colores de una travesía fantasmagórica como el sabor absurdo de intentar interpretar la psicología cotidiana, a partir de la simpleza de un gesto, de un silencio. Sacristán se desplaza casi sin que nos demos cuenta por el espacio, lo desarticula, se sienta, se para, se detiene y nos detalla esa vida –la de Ana– que, dice, encendía las reuniones con su virtudes de sagaz anfitriona. “Ella desplegaba su encanto, su sonrisa y esa capacidad para expresar las palabras exactas en el momento oportuno”. Sacristán se adueña de esos instantes, les otorga esa sensación irracional de admiración que adquirimos a veces por aquellos a los que amamos y ya no están. Por momentos se pone de espaldas y se presume que llora, interrumpe palabras ahogado por la emoción que lo desborda. Maestro de la sutileza, el intérprete se adueña de nosotros, espectadores, para pasearnos con soltura por anécdotas, como aquella en la que sentado al lado de Ana, se quedan en silencio, sabiendo ambos que ya no hay nada que puedan decirse, solo esperar. O cuando descubre que Ana lee Agonía, de Ungaretti y él queda mudo ante el extraño presentimiento que lo afecta.
La escenografía se asemeja a una maqueta gris, de una inexpresividad latente, tal vez como un modo de ilustrar mejor el alma, o el interior de su protagonista, aún inerte ante los hechos que lo dejaron tan exhausto, como inmerso en una silenciosa desdicha. En medio de esa ambientación, José Sacristán viste ropa de color, un pantalón y saco marrón claro y un suéter bordó. Ese color de suéter, más tarde, contrastara con el secreto, que no develaremos y esconde el retrato de su mujer, ubicado en una pared.
Maestro de los matices y los silencios con los que deja salir las palabras, el mismo Sacristán es el coautor de la adaptación de este monólogo que Miguel Delibes primero se negó a que se representara hasta después de su propia muerte, debido a que en ella detalla la verdadera relación que mantuvo con su esposa, Ángeles de Castro. Luego accedió a que el actor hiciera una lectura teatralizada y más tarde en 2018, los hijos del autor, fallecido en 2010, permitieron que se trasladara a un escenario, estrenándose el 16 de noviembre de 2018, en el teatro Adolfo Marsillach, de Madrid.
De pronunciado éxito en España, Señora de rojo, sobre fondo gris, podría decirse que tiene su contrapartida en otra pieza, adaptada de un libro de Miguel Delibes (quien fuera premio Príncipe de Asturias, premio Cervantes y miembro de la Real Academia Española). Se trata de Cinco horas con Mario, que la actriz Lola Herrera ha paseado por décadas en España y relata las anécdotas de una mujer en el velatorio de su marido. Esta pieza, en la Argentina, ha sido interpretada por la actriz mendocina Pinty Saba, con marcados elogios, en 1988 y 1989 y es precisamente Mendoza, una de las provincias, en las que José Sacristán representará su Señora de rojo…, como parte de una gira que incluirá San Juan, Rosario, La Plata y Montevideo, para retornar en septiembre al teatro Astros, de nuestra ciudad.
A modo de posdata podemos decir que el regreso de José Sacristán a la Argentina, es como el retorno del hijo pródigo, aquel que en distintas épocas nos ha deslumbrado y lo sigue haciendo con su arte interpretativo. A sus 85 años, Sacristán escapa a la grandilocuencia interpretativa, para deslizarse con comodidad inmerso en el poder de la convicción que les otorga a sus personajes, del mismo modo que lo hicieron en su época Fernando Fernán Gómez, o lo hacen José Coronado y Luis Zahera, o nuestro compatriota, de reciente visita, Héctor Alterio.
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