School of Rock, o el desafío de montar una obra entre el juego y la disciplina de trabajo
El musical que protagoniza Agustín “Rada” Aristarán tiene tres elencos infantiles, integrados por pequeños actores que además son músicos; cómo fue el proceso de selección final, de entre mil aspirantes que se anotaron
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Los chicos acomodan los pupitres como si estuvieran en un aula. Formas dos hileras prolijas, todos equidistantes. Están en una sala de ensayos montada en lo que fueron hasta hace unos años los estudios de Crónica TV, en la calle Riobamba. “¡El cuerpo tiene que expresar lo que cantamos!“, les dice la coreógrafa. Y ellos se encaraman a los pupitres y saltan con alegría corporal sincronizada, como probablemente en pocas escuelas les permitirían.
En otra sala, un grupo similar forma una ronda en el suelo, suena la base instrumental, cantan, letra en mano, en contrapunto con Agustín “Soy Rada“ Aristarán. Sus rostros y cuerpos, aún sentados, le dan énfasis al reclamo en son de protesta que expresa el tema de School of Rock, el musical que están ensayando.
“El teatro musical nos propone que al cantar y bailar a la vez el cuerpo cuente la palabra y esta se incorpore al movimiento“, dice Analía González, coreógrafa de la puesta.
“El desafío más grande aquí es acercar el rock como concepto a esta generación de chicos, los que están sobre el escenario y los que van a estar mirando en la platea, para la que el rock ya no está tan presente, que no es solo la música, sino todo lo que trae, esa rebeldía ante el poder“, explica Sebastián Mazzoni, a cargo de la dirección vocal. “El rock es mucho más grande que lo musical. Y ese concepto debe estar impreso en todas las áreas que componen la maquinaria escénica de School of Rock, en las coreografías, en la manera de ejecutar los instrumentos y de cantar, en la escenografía y en la iluminación“.
Marcelo Caballero, desde la dirección actoral, reseña el proceso de búsqueda del elenco de chicos iniciado en septiembre del año pasado: “Se anotaron más de mil chicos de entre 10 y 14 años. Tras una primera selección, llegamos a ver a cerca de 400 niños, sobre los que se hizo un nuevo filtro para equiparar las áreas de danza, canto, actuación e instrumentos. Tras una nueva audición quedaron 80, con ellos iniciamos todos los que estamos dirigiendo el espectáculo un proceso formativo de los chicos, no de audición ni de ensayo, sino de formación puro y duro. Y ahí fuimos viendo cómo ellos adquirían las nuevas herramientas, cómo las asimilaban. Qué pasaba, por ejemplo, con el que venía que era solo músico a la hora de actuar, cantar y bailar.“
A fines de abril quedaron elegidos los 39 chicos y chicas que conforman los tres elencos rotativos de 13 cada uno. Y entonces sí, comenzaron los ensayos formales para el estreno programado para el 20 de junio en el Gran Rex. Cuatro chicos de cada elenco forman la banda que emerge de la historia, tocando en vivo sobre el escenario guitarra, bajo, teclados y batería.
De los que no son instrumentistas, hay 18 que ya actuaron en Matilda, el musical producido y dirigido por el mismo equipo que School of Rock. A pesar de ello, no parece haber distinción entre “viejos“ y “nuevos“: “A mí lo que más me sorprendió aquí fue haber conectado tan rápido con los compañeros“ dice Sofía, de 11 años. Catalina, de 10, coincide y agrega que “los profes son rebuena onda, nos tratan rebien“. Y esto en un contexto que no soslaya la exigencia.
“Es una construcción de mucha paciencia, de estar muy atento a todo, desde la forma en que uno habla y les pide, hasta cómo establecer límites, de cómo hacer que los chicos se enamoren de lo que hacen y a la vez entiendan que también es necesaria una disciplina de trabajo“, resume Analía González la forma de abordaje de la labor escénica con los chicos. “Queremos mantener el espíritu lúdico en la creación, porque siempre que haya niños tiene que haber una pedagogía lúdica, pero a la vez encaminarlos a una búsqueda profesional, porque estamos recreando una obra en un tiempo determinado y para un espacio teatral enorme.“
La coreógrafa, que tras el estreno de Matilda pasó a formar también parte del equipo que puso en escena School of Rock en Madrid el año pasado, reivindica que a lo largo de esas experiencias se generó un método para el trabajo con niños.
Los chicos valoran el proceso de aprendizaje vivido, más allá de que varios de ellos vienen de participar en otras obras y todos tienen estudios previos en academias de canto, actuación o música. “Me impresionó la mejora que tuve en distintos aspectos“, dice Milo, de 11 años, que entró al elenco como guitarrista. Y se refiere con ello tanto a la forma de tocar con compañeros de edad, como a haber tenido que salir del refugio que suele ser el instrumento para los músicos, para tener que soltar el cuerpo y la voz en el juego de ensamble.
Varios de los chicos plantean que bailar les resultó de lo más difícil, a la vez que lo rescatan como lo que más les gusta. Francisco (12), tecladista, y Alma (13), que toca el bajo, reconocen que ampliaron su perspectiva: “Lo más difícil es hacer todo al mismo tiempo, actuar, cantar, bailar, pero a mi me encanta“, dice Alma, y Francisco asiente.
“La obra habla de la búsqueda de libertad, de niños que no son escuchados por sus padres. La irrupción del rock en sus vidas, a través de un maestro que es un outsider en la escuela supercheta en que se desarrolla la historia, significa esa libertad para transformarse, para convertirse en músicos de rock“, dice Ariel Del Mastro, director general de la puesta de School of Rock.
“Y los chicos descubren que hay otro tipo de verdad“, sintetiza Del Mastro en referencia a los personajes del musical. Pero aplica también a los chicos que ensayan en los viejos estudios de televisión de la calle Riobamba. Varios de ellos lo expresan diciendo, palabras más, palabras menos: “Me encantaría seguir con esto cuando sea grande.“
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