LA NACIÓN reunió al mayor empresario de salas y productor de teatro del país con sus tres hijos para revelar el camino que llevó al estreno de esta pieza que se ofrece en el Gran Rex y de Matilda, la obra que inició la saga el año pasado
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“Hubo una frase de Nico, nuestro hijo, que nos marcó tanto a mi esposa Karina como a mí, ´¿por qué si ella es más chica le hicieron una obra y a mí no?´ Para él, Matilda surge por ella. Entonces, para no molestarlo, en casa dejamos de hablar del tema, ese fue el acuerdo familiar”. Carlos Rottemberg comienza a desnudar la historia de la semilla que fue haciendo germinar la versión del musical School of Rock que brilla en el teatro Gran Rex y es un suceso de la avenida Corrientes.
“Esta es una historia más familiar que comercial y teatral, aunque todo termina uniéndose. Mi hermanita fue la precursora; pero, como a Nicolás, mi hermanito, el rock lo conmueve de otra manera, decidimos que este sea el proyecto para él”. Tomás Rottemberg emociona a quien lo escucha al referirse a sus hermanos menores -que generacionalmente bien podrían ser sus hijos- y de cómo la empresa que maneja junto a su padre tomó cartas en el asunto para resolver el intrincado laberinto fraternal buscando la armonía de los enfants, que lejos de ser terribles -como sostiene la literatura francesa- son dos amores que se pasean por el hall del Gran Rex con la misma naturalidad que sus amiguitos -y ellos mismos- lo hacen frente a la pantalla de un juego virtual.
A no confundirse, Matilda y Nico llevan el apellido Rottemberg, así que no es de extrañar que sus patios de juegos sean los teatros. Allí están correteando acompañados por una troupe de compañeritos de la salita de jardín de ella y del segundo grado de la escuela primaria a la que concurre él, en un hall repleto de gente dispuesta a presenciar la “función para conocidos” de School of Rock, la obra donde descuella Agustín “Soy Rada” Aristarán y un nutrido grupete de niños, talentosos artistas cuyo virtuosismo precoz los lleva a actuar, cantar, bailar y hasta tocar instrumentos sobre el escenario.
Una escuela, un pseudo profesor de música a la deriva y la irreverencia de una competencia de rock son algunas de las piezas que van organizando el relato de este material conocido en nuestro país por su versión cinematográfica cuyo elenco encabezaron Jack Black, Joan Cusack, Mike White y Sarah Silverman, entre otras figuras.
Además de los Rottemberg, la dimensión de la enorme producción que se puede ver en el Gran Rex también es responsabilidad de Mariano Pagani, Ozono (Fernando Moya y Pablo Kohlhuber) y Preludio (Paul Kirzner y Adrián Suar). “Mariano Pagani fue quien nos dijo que había una obra que podía solucionar el problema familiar”, recuerda Carlos Rottemberg. Pagani, un experimentado hombre del medio -actualmente radicado en la ciudad de Madrid, pero que sigue produciendo para la Argentina- tenía en mente traer a Buenos Aires School of Rock, proyecto que demoró su llegada debido a la irrupción de la pandemia del Covid. Cuando el empresario se enteró del “conflicto” entre los hermanitos Rottemberg, rápidamente sugirió el título que podría desovillar el nudo de celos.
El 20 de agosto del año pasado, LA NACIÓN anticipó el estreno que acaba de producirse sobre la avenida Corrientes.
“¿Cómo se le explica a un nene que su hermana tuvo su obra y él aún no?”, se pregunta Tomás Rottemberg con sentido común. Nicolás pronto cumplirá ocho años y Matilda ya va por cinco, toda una damita joven de la escena porteña que juega libremente por el Gran Rex, aunque con la mirada atenta de Karina Pérez Moretto, su madre, la esposa de Carlos Rottemberg.
Las historias a veces se repiten. Este puede ser un caso. Cuando Carlos Rotemberg tenía entre ocho y nueve años, abandonó su vocación por ser colectivero, inspirado en la línea 55, un símbolo vapuleado de Lomas del Mirador y de Mataderos, los barrios de su infancia, que sigue surcando la ciudad entre Barrancas de Belgrano y San Justo. Sin embargo, una epifanía operó en él cuando su madre lo llevó a ver un clásico con Julie Andrews y Christopher Plummer al Ambassador, una sala gigantesca de Lavalle -la “calle de los cines”. Los caprichos de la vida, ubicaron al antiguo cinematógrafo -que cerró en agosto de 1998- prácticamente a la vuelta del Gran Rex, donde hoy se ve el musical de los Rottemberg y del Multitabaris, uno de los complejos propiedad de la familia.
Rottemberg lo expone muy bien en su libro autobiográfico No hay más localidades: “Paradójicamente, cuando se apagaron las luces de la sala fue la oscuridad lo que me aclaró todo. Comenzaba la proyección de la película que definiría mi historia: La novicia rebelde”. Unas líneas más adelante agrega: “Me puse a llorar, sin poder entender ese estado de emoción que duró no sólo mientras transcurría la película, sino que siguió sobre la muzzarella de la pizzería Roma”. Vaya a saber qué manifestación ya se ha producido en Nicolás y Matilda, porque en Tomás está muy clara.
No hay mandatos familiares, sino una clara influencia de esa vocación que acompaña a Carlos Rottemberg desde que era un niño y que trasladó a sus hijos de manera natural. Tomás -su heredero mayor, fruto de su matrimonio con la actriz Linda Peretz- tiene nombre propio y es uno de los profesionales de la industria más requeridos. “Hoy Nico, antes de salir para el colegio, me dijo que quería ser productor, pero hay que ver qué camino toma”, se sincera el padre, aunque confiado que la dinastía no terminará en “Tomy”.
De tal palo...
Para Nicolás y Matilda Rottemberg, el foyer racionalista del Gran Rex -diseñado por el afamado arquitecto Alberto Prebisch- es un parque de diversiones o una plaza pública, casi retomando la tradición social del teatro griego. Cuando los niños llegan, ingresan corriendo con naturalidad y euforia. Carlos le ofrece a Nico las localidades para que pueda entregarles a sus amigos. Cuando se le pregunta al niño de qué va a trabajar cuando sea grande, no duda en señalar a su papá y decir: “Lo mismo que vos”.
Matilda y Nico, con olfato e instinto, corren hacia la boletería. El nene lleva en sus manos una pila de entradas para entregar a los conocidos que se acercaron al preestreno. Verlos, detrás de los vidrios, intentando despachar los tickets es como una escena anticipatoria. Un prefacio de una historia que bien podrá plasmarse, por lo menos, en dos décadas. ¿O menos? Los chicos vienen rápidos.
Nico: -Me gusta el rock, por eso se llama Escuela de Rock.
Matilda: -Es fea.
Matilda es lapidaria solo para camorrear a su hermano buscando, competencia al fin, que la nueva propuesta no opaque el éxito anterior. Su éxito. Sin embargo, la simulación actoral se sostiene poco, la niña está ansiosa por ingresar a la sala para disfrutar del show muy bien pensado para la platea infantojuvenil y también para el público adulto. Durante el invierno 2023, Matilda vendió 140.000 tickets. Si se suman las funciones que el espectáculo realizó a comienzos de este año, la cifra asciende a 160.000.
La pequeña Matilda -la real- decía “mi obra está en el ´Ran Rex´”. Nico la cargaba porque no podía pronunciar bien el nombre del teatro. La nena, además, alguna vez escuchó que “su” obra llevaba vendidos 8000 tickets y su imaginario detuvo la cifra ahí. “Si le preguntás cuántas entradas vendió Matilda, siempre te va a tirar esa cifra”, se ríe Carlos Rottemberg, aliviado porque el bordereaux fue muy superior.
-Matilda, ¿cuántas entradas vendió “tu obra”?
Matilda: -No quiero decirlo ahora.
Nico: -Cien.
Los chicos bien podrían sumarse a la guerra de las boleterías que cada verano se produce en las plazas como Mar del Plata o Villa Carlos Paz. Nico sostiene que le va a ganar a la hermana. Enhorabuena.
Nico, que toca la batería, se encargó de organizar dónde colocar los afiches de la obra en su cuarto: “Mi papá los puso en un lugar, pero yo los cambié”.
-Nico, ¿te gusta venir al teatro y ver ingresar al público?
Nico: -Sí, pero el año pasado también veía la obra al costado del escenario.
-¿Te gusta más estar en la boletería o en el escenario?
Nico: -En el escenario.
Carlos y Tomás Rottemberg no lo presionan. Acaso su vocación se de en alguna área vinculada a la escena. Matilda, en cambio, con su media voz de niña reconoce que lo que más le gusta es “estar en la boletería”.
Nico asegura que es “más divertido el teatro que la escuela”, pero su hermana sostiene exactamente lo contrario. Son un Boca-River perfecto. Como todos los hermanos a esa edad. El padre le explica a su hijo que su metier implica trabajar los sábados y domingos, en lugar de ir a pasear, como lo hacen la mayoría de las personas, pero el niño asiente, dejando entrever que tiene claro cuál es el “debe” y el “haber” del negocio. Al igual que para Carlos y Tomás, no sería un sacrificio mutar paseos en lancha por el Tigre por tardes y noches inmiscuido entre planillas de cálculo y escenografías.
Los hermanitos también se reparten las opiniones cuando se les pregunta si es más “exigente” papá Carlos o el hermano mayor Tomás. Para Nico, su hermano es un faro que le marca el paso, pero Matilda señala a su padre.
Ambos se enorgullecen de conocer a Agustín “Soy Rada” Aristarán, quien también fuera protagonista de Matilda y ahora es la estrella indiscutida de School of Rock. Pero, ante el pecho inflado por ser consultados por LA NACIÓN, Tomás les recuerda que “el año pasado corrieron un poco” y a los niños no les queda otra que reconocer que la máscara del personaje Tronchatoro, que interpretaba el actor, un poco de susto les generaba; aunque Matilda después baja los decibeles y afirma que les “regalaba caramelos” y que los invitó a su espectáculo de magia.
-¿Cómo le contaron sobre el proyecto a Nico?
Carlos Rottemberg: -Le dijimos que había un amigo, porque si nos referíamos a un productor era algo más inaccesible para él, no nos iba a entender, que tenía una obra para nosotros y le mostramos el afiche.
-¿Qué respondió?
Carlos Rottemberg: -No dudó en decirnos “a mí me gusta el rock” y le dijo a la hermana, “esta es mi obra”. Ahí comenzó la disputa.
Carlos y Tomás S.A.
“Hay un compromiso familiar de todas las partes. Nosotros les decimos al público, ´vengan a verla porque es lo que nosotros vemos con los nuestros´, sale de lo común, no es sólo vender entradas para un espectáculo de teatro, sino poder transmitirles pedagógicamente a los padres de qué se trata la propuesta. Además, trabajan chicos que no solo actúan, cantan y bailan, sino que también tocan los instrumentos en escena”, se ufana Carlos Rottemberg en torno a School of Rock, la nueva perlita de su empresa.
En igual sintonía, su hijo Tomás sostiene que “uno de los aspectos más atractivos del espectáculo es ver a los chicos tocar instrumentos, algo que también seduce mucho a la platea adulta, porque es una propuesta multitarget”.
Hace varios años que la empresa de los Rottemberg convirtió al teatro Liceo, de su propiedad, en una sala dedicada a los musicales; aunque esta “nueva era” se inició con Casi normales, título que no era una producción propia. Este año, en cambio, Legalmente rubia, que se ofrece en esa sala -el teatro privado en funcionamiento más antiguo de la ciudad- es una producción propia. Piaf y Cabaret fueron algunos de los títulos que se pudieron ver en este teatro ubicado frente a la plaza lindante con el Congreso.
“Se trata de una unidad de negocios diferente a lo que acostumbramos hacer”, grafica Tomás, mientras que su padre argumenta que se dan “ estos gustos que parecen ir contra natura con la situación económica de hoy. Esto comenzó como un juego y se convirtió en un gran juego”.
Enfrentarse a las marquesinas de las salas de los Rottemberg es encontrarse con un seleccionado de artistas populares. Alrededor de 60 actores hoy forman el staff que protagonizan las obras. En verano, cuando se suman las salas América, Atlas, Mar del Plata, Lido, Bristol y Neptuno, todas ubicadas en “La Feliz”, esa cifra se multiplica. A eso hay que sumarle personal administrativo, boleteros, productores de campo, técnicos, equipos creativos, personal de limpieza y unos cuantos trabajadores que llegan de empresas externas contratadas para realizar tareas específicas. Una verdadera “armada Brancaleone” que pone en marcha la factoría cada día desde el amanecer hasta la madrugada.
Pero Carlos Rottemberg no deja de lado un aspecto fundamental de su metier: “Hacer teatro es pensar en la generación de cultura. Mientras nosotros estamos tomando este café, al lado se está produciendo un hecho artístico que llevó diez meses de trabajo”, sostiene, acomodado en un bar lindante con el Gran Rex donde se desarrolla la función de School of rock.
Tomás piensa en la empresa familiar a futuro y su perspectiva no desemboca en la siguiente temporada, sino que su mirada focaliza en la realidad escénica en un futuro lejano: “Hay que pensar en eso, en qué queremos y qué no y cómo entendemos que puede ser la realidad del teatro en treinta años. Seguir una empresa familiar y hacerlo desde la autenticidad y las ganas, es súper valioso; y buscando darle un valor agregado con nuevos proyectos e ideas que puedan venir”.
La injerencia de Tomás es fundamental. Indudablemente, varios de los títulos en cartel tienen que ver con su mirada atravesada por lo etario. “La diferencia generacional suma. El camino es sinérgico entre una voz con experiencia y una voz con un camino más corto, pero ya con veinte años de trabajo encima, como en mi caso”, sostiene el joven empresario que ya construyó su propio camino.
“Desde hace unos años siento que, si por algún motivo me alejase de la actividad o me retirase, Tomás no me necesita para seguir adelante, él tomó la posta. A veces, me entero que llegan obra a las salas de casualidad y, cuando pregunto, me dicen ´la programó Tomás´. Por ejemplo, me enteré por un cartel que íbamos a tener en nuestras salas a Las cosas maravillosas”, dice el padre que se esfuerza porque no se le note el pecho hinchado de orgullo.
La función de School of Rock está por finalizar. Es hora que Carlos y Tomás -que ya vieron varias “pasadas” de la obra- abandonen el café y regresen al Gran Rex para testear de primera mano la respuesta de los espectadores, pero, sobre todo, para constatar la opinión de Matilda y Nico. Acaso la que más importa.
Carlos Rottemberg advierte, por las dudas, “después de esta obra, no hay otra para ninguno de los dos”. Aunque es un padre de palabra, mucho no hay que creerle. Quizás el próximo proyecto venga de la mano de una idea que sea del gusto compartido de sus dos hijos. Tratándose de los Rottemberg, obras nunca van a faltar. De hecho, durante las próximas vacaciones de invierno, la familia entera viajará a Londres -una de las cunas del género- para aplaudir musicales en el mismísimo Piccadilly Circus. “Cómo no vamos a ir con ellos, si demostraron ser los mejores programadores”, cierra papá Carlos convencido del virtuosismo de Matilda y Nicolás. En Buenos Aires se quedará Tomás, al frente de esta industria que no necesita de chimeneas para sostener su producción sin pausa.
Concluyó la función. El hall volvió a ser un hormiguero. “Había un montón de gente”, se ufana Nico. Y su hermana Matilda le retruca pensando en su performance del año pasado, “yo ya vendí ocho mil”. Rottemberg en estado puro.
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