Santiago Gobernori, enemigo de la solemnidad
Pieza fundamental en la escena independiente porteña; hoy dirige dos obras en su propio espacio, Defensores de Bravard
Es loable que un buen trabajo dé sus frutos. Y el que Santiago Gobernori viene haciendo hace años con la actuación tiene un rendimiento indiscutible. Se nota cada vez que él aparece en una obra o una película (últimamente, en La terquedad, gran éxito de Rafael Spregelburd en el Cervantes, y en Las Vegas, la sutil comedia de Juan Villegas). Y también cuando asume el rol de la dirección, esta vez por partida doble y con elencos armados en Defensores de Bravard, su propio espacio de entrenamiento. Tanto La verdad efímera como Pobre Daniel (sábados, a las 21 y a las 23, respectivamente) surgieron de la investigación desarrollada en procesos de ensayo cuyo objetivo fue, según su propia definición, "hacer especial hincapié en los recursos más básicos del teatro: su capacidad poética, su versatilidad y la búsqueda de un posible lenguaje".
Como es habitual en las obras de Gobernori, el humor fluye y explota constantemente en estas dos deliciosas piezas de cámara que acaban de estrenarse en simultáneo en la nueva sede de Bravard, en una zona muy coqueta de Villa Crespo (Gurruchaga 1113). En La verdad efímera, dos mujeres (interpretadas por Victoria Baldomir y Sabrina Zelaschi, en un notable tour de force) protagonizan varias historias virtuosamente encadenadas que tienen puntos en común, pero no respetan ningún orden cronológico. En Pobre Daniel, el disparador de la ficción es el accidentado reencuentro de un joven visiblemente alienado (Manuel Attwell) con su hermana (Paula Pichersky), a quien no veía hace un buen tiempo, y su pareja (Julián Cabrera).
"Estuve un tiempo concentrado en mi propio trabajo de actuación y tenía ganas de volver a dirigir -explica Gobernori-. Dar clases con Matías Feldman (uno de sus socios en Bravard, junto con Juan Cruz García) siempre es un incentivo, porque él produce sin parar. Algo de mi lugar como director y autor estaba apagado y quería reflotar. Busqué llevar algunos de los procedimientos que usamos en esas clases a estas obras. Y conté con un grupo de actores dispuestos a probar todo lo que les pedí, más bien alejado del esquema tradicional de principio, nudo y desenlace, y rigurosamente relacionado con la lógica del proceso de ensayo". Uno de los objetivos más importantes del trabajo de Gobernori, cuenta él, fue exprimir al máximo la mezcla de diferentes lenguajes de actuación y encontrar cierta singularidad: "Me interesa que, aun cuando las obras puedan no gustarte tanto, veas en cada una algo particular, esa es mi búsqueda más decidida. No pienso mucho en la renovación del lenguaje. Eso es cavarte tu propia tumba, porque a esta altura hagas lo que hagas seguro que alguien lo ve y se acuerda de algo parecido".
Enemigo de la solemnidad (los populares Sketches solemnes que se organizan de vez en cuando en Bravard, con mucha convocatoria, son justamente una especie de "pito catalán" al teatro más pretencioso), Gobernori siempre trabaja con precauciones claras: "No me gusta ponerme explicativo y mucho menos pensar que lo que hacemos es genial. Tenemos la capacidad de reírnos de nosotros mismos. Cuando soy espectador busco eso mismo, aunque una de las obras que más me gustaron de los últimos tiempos fue Los corderos, de Daniel Veronese, que no era justamente una comedia".
A Bravard, un proyecto que está cumpliendo diez años de vida, también se han acercado profesionales de buena trayectoria como Mirtha Busnelli y Marina Bellati. Hoy está consolidado como un lugar de formación actoral clave para el circuito alternativo porteño. Cuando Gobernori generó ese espacio con sus socios, el impulso para la iniciativa era muy concreto: "Estábamos cansados de los mecanismos de legitimación del ambiente teatral. No queríamos hacernos los cancheros, pero todo eso nos aburría profundamente. Fue un momento en el que apareció con fuerza la figura del agente de prensa. Si no tenías uno no iban los críticos; si no salían críticas la gente no iba a ver la obra, y si no iba gente te echaban de la sala. Había que poner demasiada atención en un montón de factores que no tenían, ni tienen, nada que ver con el trabajo teatral en sí. Veíamos que algo de la experimentación teatral se empezaba a extinguir. Se empezó a dejar de lado la prueba, el juego... Y nosotros crecimos en los años 90, al calor del trabajo de gente muy radical en ese sentido: Ricardo Bartís, Federico León, Javier Daulte, Rafael Spregelburd, El Periférico de Objetos. Nos fascinábamos con cosas que quizá no entendíamos completamente, pero que no se veían con frecuencia".
Ahora, después de años de trabajo de hormiga, juntando el mango en célebres jornadas de teatro improvisado, choripán, vino tinto y cerveza, Bravard parece listo para pegar el salto. "Durante años hicimos obras chiquitas, casi sin escenografía ni luces, con entradas muy baratas -recuerda Gobernori-. Algo de ese espíritu se mantiene, pero queremos crecer porque estamos medio podridos de estar al margen. Lo nuestro no fue una pose, ya estuvimos muchos años al margen de verdad y ahora pensamos en otra cosa".
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