Santa Rosa: una ciudad revolucionada por la Fiesta Nacional del Teatro y los artistas de todo el país
Durante los ocho días del encuentro, que concluye mañana, se realizaron 130 funciones con elencos del todo el país; el público pampeano llenó las siete salas disponibles, la cárcel de mujeres y hasta la carpa ubicada en el predio del ferrocarril
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SANTA ROSA.- Desde 1991, el teatro de todo el país cumple el ritual de juntarse cada doce meses en una ciudad distinta del país. Una vez al año, a la Fiesta Nacional del Teatro llegan elencos de cada región luego de haber atravesado sus propias celebraciones locales. Alguna vez, el festival tuvo carácter competitivo. Hace años que se abandonó en pos de una verdadera fiesta, de verse las caras. Es el encuentro de lo diverso entre pares, es ampliación de público y es, para los organizadores, un desafío. Este año, la fiesta que concluye mañana se despliega en la capital pampeana. No es un festejo más: la pandemia transformó todo. Por eso tiene algo de revancha por la ausencia de 2020, de celebración entre aquellos que viajaron largas, larguísimas horas en micros para llegar a esta ciudad, que ya había sido sede de este encuentro que organiza el Instituto Nacional del Teatro (INT) hace más de dos décadas. “Desde el contexto en el cual venimos, se trata de la edición más esperada de todas. La del ansiado reencuentro”, como afirma Gusta Uano, director del INT.
Las fotos, las postales, la sensaciones de estos días en Santa Rosa son muy variadas. Al llegar a la ciudad cualquiera se topa con una llamativo de cantidad de postes callejeros con carteles electorales. Llamativamente, sobre la fiesta en sí no hay cartelería alguna, aunque para esta ciudad de unos 115.000 habitantes se trate de un encuentro casi único en su historia. Como sucedió en la última versión, realizada en Posadas, Misiones, a fines de 2019, la conducción del INT estaba atravesando un duro cuestionamiento interno. En esta oportunidad, la conflictividad dentro del organismo de fomento es otra, aunque la bendita grieta siempre está. De hecho, cuando hubo que encender la maquinaria para recibir a las delegaciones, la tensión entre la municipalidad, de cuño peronista, y la oposición terminó en los diarios locales.
La apertura del sábado último se realizó en un gran espacio al libre ubicado próximo a la vieja terminal de tren de la ciudad. Entre palabras de rigor y funcionarios, intervinieron la actriz mapuche Luisa Calcumil, el Grupo Octetas y la bailarina de malambo Micaela del Río. A partir de ese kilómetro cero de la Fiesta Nacional del Teatro comenzaron las funciones en las salas y el rito de ir de un espacio a otro para ver montajes o participar de las diversas actividades especiales programadas. En estos ocho días se realizaron 130 funciones de 45 espectáculos seleccionados por cada una de las provincias y la ciudad de Buenos Aires, a los que se sumaron diez obras invitadas.
El trajín diario tuvo un quiebre fundante, inquebrantable, omnipresente: la siesta. Pasado el mediodía, la ciudad entra en modo mute, pausa, silencio con tardes que superan con ganas los 30 grados. Una siesta que toma las formas del más duro confinamiento. La densidad de esa quietud parece una roca granítica en una ciudad ventosa que cuenta con su laguna (“nosotros también tenemos nuestro charco”, dice una taxista en referencia al Río de la Plata). A su alrededor se encuentran las salas del festival, la Casa del Bicentenario, y una enorme estructura de un gran estadio con capacidad para 5000 espectadores que fue anunciada en 2005 con bombos y platillos. Su plazo de ejecución era de quince meses. La obra está paralizada desde hace años.
Semejante elefante blanco tiene su contracara: el teatro TKQ, ubicado en una centenaria esquina céntrica de esas que, lamentablemente, quedan pocas. Acaba de inaugurarse en el marco de la Fiesta y eso otro motivo de celebración, de sencilla alegría para una ciudad con escasa cantidad de espacios teatrales. Su apertura fue con el preestreno de La moribunda, aquel maravilloso y desbocado texto de Alejandro Urdapilleta que presentó un elenco de General Pico. “La puesta en marcha ha sido bastante compleja y difícil en todo este tiempo, pero llegamos”, reconoció, aliviado, el director Héctor “Pely” Malgá, en un reportaje a Radio Nacional. La realidad de esta impecable sala es fruto de la unión de dos grupos teatrales locales: el Teatro Ké y Quimera, que gracias a un subsidio del INT pudieron adquirir esa esquina. Hasta llegar a su apertura del sábado tuvieron que atravesaron la subida del dólar y la pandemia, pero el teatro, que tiene capacidad para 125 personas, luce cuidado hasta en sus más mínimos detalles. “Los de Buenos Aires miran a Europa, de espaldas a nosotros. Nosotros estamos de espaldas al interior. Por eso tenemos ganas de que los compañeros del interior utilicen la sala. Pero no como un favor, sino como un derecho”, sostuvo el creador en otro encuentro con los medios locales.
El texto de Urdapilleta se ha transformado una presencia recurrente en este festival. La trama de de esas dos hermanas que supieron conocer un pasado aristocrático (que en su versión original protagonizaron Urdapilleta y Humberto Tortonese) ha tenido diversas versiones. De hecho, en la sala El Molino, otro edificio reciclado, el martes se presentó la puesta que interpretaron Marcos Acevedo y Diego Ledezma, dos actores tucumanos que se prestaron al delirante juego escénico con una notable entrega. También por fuera de un escritura teatral convencional, en Santa Rosa se están presentando dos textos de Laura Sbdar, joven dramaturga, directora y escritora con una escritura sumamente inquietante. El lunes, de Córdoba, se presentó En ámbar fantómica de objetos, una muy interesante propuesta de teatro de objetos con dramaturgia y dirección de Fernando Airaldo que se ganó merecidos aplausos en el Teatro Español, la sala histórica de Santa Rosa y la que cuenta con mayor cantidad de butacas. Y el viernes, en la sala ATTP, debutó Turba, el demoledor monólogo que protagoniza Iride Mockert con dirección de Alejandra Flechner, elegido para representar a la ciudad de Buenos Aires.
Invasión de artistas
A pocas cuadras de la centenaria sala (en verdad, acá todo siempre sucede “a pocas cuadras”), un viejo mercado se transformó en el Centro Municipal de Cultura, sede organizativa del encuentro. Allí mismo, el miércoles se presentó Fuga, una obra con la titiritera salteña Andrea García que oficia de muestra de la diversidad de lenguajes escénicos. En el primer piso está el despacho de Pablo Ferrero, encargado de Educación y Cultura de la ciudad. En medio del trajín de esta gran maquinaria en movimiento aclara a este cronista algunos aspectos de este delicado engranaje organizativo único para la ciudad y la provincia. Es que, en verdad, como él mismo reconoce, no ha existido en la historia de la ciudad un evento de estas características. Alguna vez se realizó un encuentro de escultores, pero los pasajeros no eran más de 40 personas. Esta vez, con el INT y las organizaciones teatrales locales, la delegación se estimaba en 300 personas. Pero, con el correr de las semanas, al sumarse a espectáculos invitados esa cifra trepó a 450 personas. Lo cual, para la ciudad, fue un desafío a la hora de hospedarlos y darles de comer (este aspecto en los primeros días despertó sus quejas). Con la pandemia, la ciudad perdió cuatro hoteles.
A diferencia de lo que sucede en la ciudad de Buenos Aires, el aforo en la salas tiene un máximo de ocupación que ronda el 75 por ciento y, a juzgar por las evidencias, no siempre se cumple. En un principio, la organización había decidido que todos elencos debían contar con las dos dosis de las vacunas contra el Covid-19. Después, debieron reconocer que esa medida era impracticable porque no todas las provincias tienen un aplicación de vacunas tan aceitadas como en La Pampa y una fracción minoritaria decidió no vacunarse. Por ellos, el hisopado es obligatorio en la Fiesta Nacional del Teatro. La dimensión de este encuentro escénico para la ciudad también se la puede analizar en relación a la inversión económica. El gobierno provincial y municipal, según datos que aporta Ferrero, destinó diez millones de pesos para su realización. Puede parecer pequeño, pero el presupuesto de Cultura de la municipalidad de Santa Rosa para 2021 fue de 23 millones.
A unas cuadras, tanto de las carpas como del despacho de Pablo Ferrero, está la cárcel de mujeres. En medio del horario de la siesta y bajo estrictas medidas de seguridad, allí tiene lugar la función de Rodajas de mí, unipersonal dirigido por Sylvina Tapie e interpretado por Rocío Spinelli. Tomando como base textos de Roberto Fontanarrosa y en base a improvisaciones, el grupo de Merlo, San Luis, prepara el montaje de esta obra que ya pasó por diversos países pero que nunca presentaron en un penal. La delirante historia de esta delirante mujer genera una inmediata empatía con las 22 mujeres que se habían anotado para poder tomarse un “recreo” -como lo describió una de ellas luego de la función- que las apartara por un rato de la realidad que les toca vivir. La empatía entre la intérprete y sus espectadoras es inmediata. Hay risas, complicidad y suena un furioso rock mientras la ciudad descansa pero, acá adentro, la lógica del recreo, de imaginar otros mundos se expande, toma cuerpo, emociona.
Para los pocos presentes, dentro de las distintas medidas de seguridad figura el no poder sacar fotos durante la función (tampoco antes ni después). A parecer, es la primera vez que se permite ingresar a cárcel para ver una actividad teatral. A falta de fotos, hay un dibujante que, como sucede en la cobertura de los juicios de tantas películas norteamericanas, se encarga de dejar registro de lo ocurrido. Para Santiago Rodríguez (”el Santi Rodríguez, así me conocen todos”, se presenta ante LA NACION) también es la primera vez en una función en la cárcel. Sí tiene experiencia retratando las audiencias que tienen lugar en el Aula Magna de la Universidad Nacional de La Pampa, donde se realiza la tercera etapa de un juicio por delitos de lesa humanidad. Durante la función, mientras las 22 espectadoras están absortas en la acción, “el” Santi compone su propia obra.
Otro día, en momento de siesta, tuvo lugar la charla magistral del dramaturgo, director y docente Mauricio Kartun. En contra de lo esperado, la platea del Teatro Español estuvo casi llena. Kartun es una figura indiscutible de la escena nacional y que artistas del interior tengan la posibilidad de escucharlo y de ver Terrenal, la obra que estrenó ya hace siete temporadas, lo convirtieron en una “fija” de la Fiesta Nacional del Teatro. La charla llevó por título “Manual de supervivencia en el tiempo post-orgánico”. Con la facilidad y la experiencia que tiene en tomar en contacto con diferentes audiencias, apenas comenzó a hablar se hizo cargo del aquí y el ahora. “También podemos hablar de lo inorgánico de encontrarnos en La Pampa, a las 3 de la tarde, en una especie de acto de resignación después de haber comido en el restaurante. Voy a intentar no arruinarles las digestión”, prometió. Y cumplió.
En su charla sacó a cuenta una experiencia de la noche anterior. Su obra se presentó en la sala histórica pero, en el predio en donde está carpa de circo, hay otra carpa en la cual algunos espectáculos se pudieron ver por streaming en vivo, como una forma de apuntar a más audiencia. Una vez que se inició la función presencial dos veces se fue hasta la carpa a ver lo que sucedía (todo es cerca). “La diferencia entre lo que pasaba allá y lo que pasaba acá era verdaderamente interesante para pensar. Acá, en el teatro, se libraba una batalla”, afirmó. En la carpa, había dos amigas con reposeras tomando mate, charlando y con la pantalla como telón de fondo como si fuera un bar. En su primera visita a la carpa, Kartun contó 40 personas. Al final, quedaron cinco. “La relación entre lo que pasaba en un lado o en otro era totalmente distinta”, dijo como una forma de pensar las distintas estrategias teatrales en términos de captación de nuevos públicos.
Kartun no es el único que hizo doblete con espectáculo y una charla magistral. De este otro rito también formaron parte Pompeyo Audivert, quien presentó Habitación Macbeth, y María Onetto, que trajo la obra Porno brujas. Entre las diversas actividades paralelas, también Luis Machín y Enrique Federman se toparon con creadores de las distintas provincias. Por fuera del encuentro, suceden otras cosas en Santa Rosa (hay que reconocer, que no son muchas). Por ejemplo, en un espacio cultural y gastronómico del centro, Arde Pampa, se animaron a programar una propuesta escénica el lunes a las 23 y, contra todo el sentido común, tuvo su público.
La mitad de las entradas disponibles para las funciones iban destinadas a los participantes del festival y el resto se ponía en venta para el público pampeano. Esas localidades se agotaban antes de la siesta. A las siete salas teatrales en la que se realizaron funciones hay que sumarle la capa instalada en el predio del ferrocarril. Tiene capacidad para unas 200 personas y las entradas allí eran gratuitas. Las veces que se presentó la obra La puta mejor embalsamada, de David Metral, con dirección de Julieta Daga, fue una fiesta popular. Los espectadores acompañaron a esta atractiva propuesta de clown cordobesa que sigue los pasos del cadáver de Evita en estado de ebullición permanente. No sucedió lo mismo con aalgunas otras actividades programadas en otras carpas en donde se presentaron libros, se dictaron talleres o se realizaron mesas debates. Tal vez, el horario elegido, el calor reinante o la elección del mismo lugar elegido les jugó en contra.
Si bien la reciente edición de la Fiesta Nacional del Teatro tuvo la marca del fuego de la pandemia, el coronavirus no apareció en los escenarios. Es que las obras son anteriores a la era Covid-19.
El rito de este encuentro entre artistas de la escena llegará mañana a su fin. O no tanto: muchos volverán a sus provincias imaginando en los micros, que tal vez la próxima sede del festival les permitirá la posibilidad de volver a verse las caras con sus colegas y ampliar sus imaginarios creativos.
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