Rolando: un entrañable Roly Serrano expone sus más íntimas virtudes y defectos en un unipersonal que reflexiona con humor
La sinceridad extrema y los vastos recursos dramáticos del actor de El marginal redondean una propuesta memorable
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Rolando. Dramaturgia y dirección: Alfredo Megna y Roly Serrano. Intérprete: Roly Serrano. Iluminación: Ana Megna. Escenografía: Héctor Calmet. Sala: Chacarerean, Nicaragua 5565. Funciones: los lunes, a las 20. Duración: 50 minutos. Nuestra opinión: muy buena.
Con sinceridad extrema, Roly Serrano se expone íntimamente, crudamente, en este unipersonal en el que derrocha una emocionalidad entrañable. En notas previas al estreno el actor ha dicho que sintió era el momento de asumir este docudrama con pinceladas de ficción y contar quién es, qué dificultades, pérdidas, enfermedades, conquistas ha disfrutado y padecido a lo largo de una trayectoria artística que tiene ya más de cuarenta años. Y así decidió subirse al escenario una vez más y lo hace con un personaje que impacta de entrada. Sentado en una silla de ruedas, con una bata blanca y una cápsula de suero que cuelga y gotea en su brazo izquierdo, Rolando, su personaje –y su nombre real- se desliza como en patineta por una intimidad, que por instantes es contada casi a través de un susurro, como si se hablara a sí mismo y en otros, hablándole al público y mirando a los ojos a cada espectador, como buscando una complicidad compartida.
Roly tiene una vasta carrera con más de 60 films realizados. Entre sus primeros trabajos para cine, se ubica Rey muerto, el corto de Lucrecia Martel. A eso se debe sumar, si elegimos dos, las ficciones El marginal 2, por el que ganó el Martín Fierro 2019, por su papel de Sapo Quiroga; o Tumberos, en la que impactó con su papel del celador Galtieri. En teatro ha hecho piezas desde Samuel Beckett hasta Ibsen, de Roberto Cossa a Armando Discépolo. Para los que han visto Maradona, la mano de Dios (2007, Marco Risi), no podrán olvidar su cuerpo voluminoso, nadando en una piscina, en el papel de Diego Armando Maradona, en una de sus etapas más conflictivas.
Precisamente para bajar de peso, Roly se puso en manos del doctor Cormillot y en esta especie de reality detalla, con dolor, sin olvidar el humor, lo que le cuesta ser fiel a él mismo para superarse y aceptarse como es, en lugar de pasarse reprochando lo que no hace.
Todo comenzó, detalla, con la muerte de su amada esposa Claudia, en 2004 y a partir de costarle superar su dolor y con la ayuda de psicólogos y psiquiatras, logró ir aceptándose y volviendo a ser él mismo, un hombre que nunca se detuvo ante las más extremas dificultades, desde su niñez, cuando lo abandonó su madre, hasta que volvió a reencontrarse con ella y sus hermanas a las no conocía ya siendo más adulto.
Sabemos que toda pieza basada en hechos reales suma también circunstancias ficcionales. Roly y su director Alfredo Megna las incluyen sin perder el hilo narrativo, simplemente demostrando como lo hace el actor su extrema sinceridad al sentirse cómodo en el escenario. Si se lo observa con detenimiento, Serrano es un maestro del artificio: sabe cómo ubicar su voz y atraer con una anécdota contada en un susurro, subir el tono a un grave para intentar ser más preciso en lo que relata, o sonreír y jugar con los silencios cuando se vuelve más pícaro como en ese diálogo que mantiene con su enfermero cuando lo lleva al quirófano y le confiesa que está entrando en una etapa en que la masculinidad lo está haciendo sentirse algo inseguro y eso se debe a la medicación. Pero también lo pone al servicio de sus propias dudas, enfrentando un presente en el que la soledad, lo obliga a monologar con él mismo. A complacerse él mismo y apañarse tal vez con un abrazo simbólico para aceptarse en aquello que le cuesta más superar.
Como si fuera un gurú de la nueva era, Roly Serrano sabe cómo transferir al público sus inquietudes para que el otro que escucha se identifique o no con esas peripecias, de las que no está exento el distraerse anotando números en un cuaderno, con el fin de ganar la lotería o acaso el Quini 6, mientras espera su turno en el quirófano. “Cuando no puedes escapar al dolor, aprendes a llorar sonriendo”, decía el personaje de Mar adentro, a cargo del inimitable Javier Bardem, en aquel film de 2004, de Alejandro Amenábar. Y así es Roly también, se vuelve entrañable, emociona y hace sonreír con un sinnúmero de anécdotas en las que sorprende cuando en un desnudo en penumbras se observa en un espejo, como asumiendo quién es. Luego, con marcado afecto hacia él mismo, destaca cuáles son sus valores y lo que aún le queda por corregir, tal vez, de su propia vida.
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