Rodrigo García: "Hago teatro como algo esperanzador"
El gran provocador de la escena europea estrena Gólgota picnic, en el marco del Festival Internacional de Buenos Aires
Llegó hace dos días a Buenos Aires y parecería que esta ciudad le resulta extraña. El dramaturgo y director argentino Rodrigo García cuenta que lo primero que hizo fue ir al mercado de San Telmo. "¿Hace tantos años que me fui?", dice. Y se queda pensando... Seguramente, en ese breve tiempo, hace un recorrido mental que lo lleva a verse, a los 22 años, partiendo a Europa. En la Argentina comenzaba el gobierno de Raúl Alfonsín. Muchos exiliados volvían al país. Él sintió que era el momento de partir. Y lo hizo. Se radicó en Madrid, trabajó mucho allí y hace 15 años que vive en Francia, donde dirige el Centro Dramático de Montpellier.
Rodrigo García está cambiado, en apariencia. Ya no se ve en él a aquel artista conflictivo que se rebelaba contra un sistema que parecía estar en su contra, sin motivo. Está convencido de que su arte es provocador porque es el que quiere y siente que debe desarrollar. Ya pasó el tiempo en el que se sentía un incomprendido. Su obra se analiza hoy con mucho interés en medios académicos. Ha participado de numerosos festivales internacionales, fue y sigue siendo cuestionado y amado por públicos muy diferentes.
El creador regresó a esta ciudad en pocas oportunidades. En 2001 trajo al FIBA Conocer gente, comer mierda, una experiencia que desconcertó mucho al público local. Era un joven pelilargo dispuesto a demostrarle a Buenos Aires lo que había logrado en Europa: el reconocimiento. En 2007 regresó para ensayar aquí Cruda, vuelta y vuelta, al punto, chamuscado, con un grupo de jóvenes ligados al mundo del carnaval. Tocaban tamboriles y García estaba fascinado con lo que ellos creaban. El trabajo fue producido por festivales de España, Francia e Italia, pero nunca pudo presentarlo en la Argentina.
El Rodrigo García que aparece hoy demuestra mayor convicción en su discurso, más tranquilidad a la hora de tomar ciertas decisiones. La cita viene a cuento porque él mismo lo explicita en una impasse de la puesta de Gólgota picnic, una creación de 2011 que podrá verse a partir de hoy en la sala Casacuberta del Teatro San Martín, en el marco del FIBA. "Hace un rato -dice- apareció un problema técnico. En otro momento de mi vida me hubiera puesto loco. Ahora no. Me detengo y veo cómo lo vamos a solucionar."
A los 51 años y con varios años de profesión parecería que las cosas comienzan a cambiar. Y él lo expresa: "Vuelvo con menos tensión, con más experiencia".
-Tu camino demuestra algunos signos muy interesantes. Sos dramaturgo y luego, desde la dirección, mostrás una fuerte ligazón con lo performático.
-Di muchas vueltas. Conocer gente, comer mierda era una obra performática. Estaba preocupado por las acciones, lo físico. Gólgota picnic es una pieza más de texto. El texto está como roto, cruzado con elementos performáticos y cosas que te recuerdan más a las artes plásticas. Es un díptico tajante porque tiene una primera parte donde ves una obra teatral y al final hay un concierto de piano de Joseph Haydn que dura 50 minutos y no pasa nada más.
-El punto de partida es la Biblia. ¿Por qué?
-Me gusta mucho la Biblia. Era pibe, vivía acá y me gustaba leer a Borges. Recuerdo una frase irónica de él: "La Biblia es el mejor libro de la literatura fantástica". Ese tipo de irreverencia, tan sutil, me encantó. Empecé a leerla como quien lee Las mil y una noches, no como un creyente. Aclaro que me formé en un colegio de curas. Padecí lo negativo de la educación católica: los tabúes sexuales, la vida terrenal no es lo que importa, sino una vida en el futuro. Nunca entendí eso de participar de doctrinas, grupos católicos o hinchas de River, me da lo mismo. Siempre entendí el pensamiento libre, individual, personal, antes que formar parte de un grupo ideológico.
-¿En tu propuesta trabajás más sobre cierta iconografía religiosa?
-Cuando llegué a Europa hice un camino inverso. Empecé a interesarme por las artes plásticas y por la iconografía renacentista. Tenía un tiempo libre, agarraba el auto y me iba a Bélgica, por ejemplo, y veía a los pintores de ese período y me gustaba mucho. Es uno de los motivos por los que hice este espectáculo. Me parece atractivo como iconografía, pero desprovisto de todo signo religioso. Sólo es apreciable como un brillante momento de imaginación.
-Algunos críticos han señalado que éste es el Cristo de Rodrigo García.
-Cristo deambula por ahí, pero es un pretexto de lo que me pasa y nos pasa. Hay alusiones a la sociedad de consumo, al capitalismo. El piso está lleno de panes de hamburguesa. Esto se relaciona con la multiplicación de los panes y los peces, pero aquí no lo hace Jesús, sino McDonald's. Es una mezcla de muchas cosas. Trabajo por un lado la literatura dramática y por otro ensayo con los actores. En general ellos toman contacto con el texto quince días antes del estreno. Monto según el ritmo que quiero darle al espectáculo. Me gusta que las cosas vayan lento. Quiero salir del ritmo de la publicidad, de la televisión. El arte tiene que dar otro tempo a la gente, que no es el habitual de la vida enloquecida, plagada de imágenes. Y eso me trae problemas porque le estas pidiendo al espectador una sensibilidad que no todo el mundo ejecuta. Todos la tienen, pero a veces está dormida o está sin ejecutar.
-¿Como si la vida no valiera nada?
-Soy consciente de que uno está solo. Creo que uno muere solo. Nacer es un abandono. Uno se inventa cosas para sentirse acompañado: algunos tienen hijos, otros se compran coches, otros juegan al tenis. Es importante reconocer esa soledad existencial. Así uno está más capacitado para vivir en soledad, sin tener demasiadas expectativas, demasiada fe en el hombre. No me duele, no me siento traicionado, no me sentiré nunca decepcionado porque realmente no creo demasiado en el ser humano. Sin embargo, hago teatro como algo esperanzador porque el hecho de hacer una obra es bueno. Todavía podemos entendernos. Quizá podamos compartir cosas bellas. Es una utopía.
-Pero esas obras te dan un lugar de importancia en el mundo del teatro.
-Tengo la virtud, o lo contrario a la virtud, de hacer piezas que a mucha gente le molestan. Es difícil. En esta sala (Casacuberta) vi a Tadeusz Kantor, a Laura Yusem, a Alejandra Boero. Entre 1982 y 1986 vi mucho teatro. Cuando era pibe sentía fascinación por cierta marca teatral, pero luego me sentí desilusionado. Tenía que inventar mis propias herramientas. Esos elementos del teatro clásico no me servían para comunicarme. Tenía que buscar mi propia caligrafía, mi propio lenguaje. Sé que es limitado, torpe, poca cosa, pero es mío. Cuando vi a Kantor no entendí nada. No podía creer que una persona hiciera eso y que eso fuera teatro. Era tan diferente a lo que se hacía. Y ahí pensé: "Es increíble que este señor se tome esas libertades". No sabía que en teatro se podía hacer eso. Me interesé por las artes plásticas porque me di cuenta de que allí pasaba lo mismo. Cada artista desarrolla un arte personal. Y empecé a defender eso en el teatro: mi propia manera de hacer las cosas. Por eso recibí tantas críticas. Pero, como soy testarudo, seguí. A veces me han censurado. A muchos les cuesta escuchar una opinión diferente, poder tener una discusión normal con una persona que tiene otras ideas. No entienden que una obra de teatro es una ficción, una poética, una mentira. Mi teatro tiene algo negativo, provoca.
Entre el creador y el gestor
- Desde hace dos años Rodrigo García dirige el Centro Dramático de Montpellier. Una tarea que le gusta mucho, aunque dice que le trae bastantes dolores de cabeza. "Pensé que la sociedad de esa ciudad iba a ser más receptiva -explica-. Me está costando mucho. Estoy proponiendo un teatro contemporáneo y el público estaba más acostumbrado a Molière, a Shakespeare. Creo que es una bonita tarea, pero que no voy a repetir. En realidad me lo tomé como una creación. Hasta le cambié el nombre al teatro. Ahora se llama Humano Demasiado Humano. Tenemos una sala de exposiciones o instalaciones. Luego de ver una obra se puede debatir con el autor. Hacemos laboratorios de trabajo, lecturas, conciertos de música actual. Mi intención es convertir el lugar en algo vivo. Me quedan dos años de gestión, que puedo renovar. Pero, en realidad, quiero volver a mi casa, a estar solo, a escribir."