El gran autor teatral y su hijo músico y también dramaturgo escribieron por primera vez juntos una pieza, Sólo queda rezar, que se puede ver en la nueva sede del mítico Teatro del Pueblo
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Uno es el mejor autor teatral nacional vivo y el otro un reconocido compositor de música para teatro (con más de 90 bandas sonoras en su haber) y desde hace unos años, también dramaturgo. Roberto “Tito” Cossa y Mariano Cossa son, además, o por sobre todas las cosas, padre e hijo; y acaban de estrenar en el Teatro Del Pueblo una obra que escribieron en conjunto: Sólo queda rezar. Si bien habían trabajado codo a codo en varias ocasiones (por ejemplo, en Los compadritos, De pies y manos y Un hombre equivocado), siempre lo habían hecho en diferentes roles: uno como dramaturgo y el otro como músico. Esta es la primera vez que comparten la responsabilidad autoral de un proyecto. Sin dudas uno bien atípico dentro de la trayectoria del creador de Tute cabrero, El viejo criado, Gris de ausencia y Yepeto, e integrante de la famosa “generación del Nuevo realismo”, dado que abreva en la ciencia ficción. Sí, el opus número 28 de Roberto “Tito” Cossa –protagonizado por Luis Longhi y Carlos Weber, y dirigido por Andrés Bazzalo– transcurre literalmente en otro mundo: en el planeta Trigón; y se centra en el encuentro entre un historietista abducido y un extraterrestre, con sus diferentes escalas de valores.
–¿Cómo surgió el proyecto y cómo fue el proceso de trabajo?
Roberto Cossa: –El proyecto nació conmigo, yo empecé a escribir la obra y después de concretar varias páginas me di cuenta de que había muchas cosas que no podía ficcionar, que no contaba con los elementos para hacerlo; y como Mariano tiene muchos conocimientos sobre ciencia lo llamé. Primero le pedí que me acercara material y luego pensé que él es un muy buen autor, así que lo invité a sumarse. El proceso de escritura fue el que suele suceder cuando se escribe a cuatro manos: uno escribe, el otro corrige y avanza, después se lee a dúo lo concretado, se descarta lo que no gusta o no funciona y así hasta el final. Si bien compartimos la misma mirada sobre el texto, debo reconocer que la obra contiene mucha más escritura de parte de Mariano.
–Y vos Mariano, ¿cómo tomaste la propuesta de tu padre? ¿Te sorprendió, te halagó, te asustó?
Mariano Cossa: –No lo esperaba, me gustó y no dudé en ningún momento en decir que sí. Sobre todo porque si bien se toma a la tarea del autor como a una labor solitaria, nosotros ya teníamos, cada uno por su lado, experiencia en trabajar con otros dramaturgos. Después, cuando me comentó la idea de la obra, me interesó aún mucho más. Me gusta mucho lo que se plantea en términos cosmológicos. Es que de joven pensé estudiar Física. También me interesaban la Cosmología y la Astronomía, y si bien finalmente no opté por ninguna de esas carreras seguí siendo muy lector de la divulgación científica. Como soy un fanático de la ciencia ficción aporté bibliografía y películas de género que nos podrían orientar para armar la trama. A él le pareció interesante y todo fluyó. Para mí fue un placer trabajar con él, al igual que todo el proceso de trabajo que duró más o menos un año.
–La obra se interna en el mundo de la ciencia ficción, todo una rareza en su teatro, Tito. ¿Le interesaba previamente el género?
Roberto Cossa: –No, no me gusta. No es un género que consuma. Pero inconscientemente arranqué con esto de que un terrestre caía en un mundo muy avanzado, e inmediatamente me di cuenta de que estaba ante la idea primigenia de una obra de ciencia ficción. No fue algo buscado. Luego si pude avanzar fue gracias a Mariano: sin sus conocimientos en la materia me hubiera quedado ahí, en una mera idea. ¿Cómo puede ser que sin gustarme el género se me ocurra una obra de ciencia ficción? Y, bueno… son esas cosas difíciles de explicar que tenemos los autores.
–Tal vez la idea le surgió como pretexto para escribir su primera obra con Mariano…
Roberto Cossa: –A lo mejor… La verdad es que me gustó mucho la experiencia, trabajamos muy bien juntos y compartimos muchos whiskies…
Mariano Cossa: –Y así salió…(risas).
–Uno de los protagonistas de Sólo queda rezar es un historietista. ¿Tomaron como referencia a El Eternauta, máximo exponente de la ciencia ficción local en formato historieta?
Roberto Cossa: –Algo de eso hay, está en el subtexto. Conozco poco a El Eternauta, pero obviamente sé quién es Germán Oesterheld, un referente del género y un hombre que fue brutalmente castigado por la dictadura. En un momento me di cuenta que, sin habérnoslo propuesto, Sólo queda rezar es un homenaje a él y a su monumental obra.
Mariano Cossa: –No lo hicimos adrede, pero consideramos que si esa reminiscencia la llegan a captar algunos espectadores servirá como homenaje. De todos modos Sólo queda rezar y El Eternauta están conectados de una manera invisible. Cuando el director eligió a Carlos Weber para el personaje del extraterrestre yo inmediatamente vi en él a “El Mano” (el humanoide con muchos dedos que controla a los prisioneros humanos en la famosa historieta).
–Hablando de homenajes, Mariano, la música que compusiste para la obra, ¿es un tributo a la de las películas más renombradas del género de ciencia ficción?
Mariano Cossa: –Claro, totalmente. Esa fue una decisión compartida con el director. No tomé como referencia la música de ninguna película en particular, pero reconozco que hay toquecitos de Blade Runner y mucha influencia de Vangelis. Es que hubo una época en que lo escuchaba mucho y seguramente por eso su música quedó alojada en algún lugar del inconsciente. Y ahora habrá aparecido cuando me puse a buscar una coloratura parecida a la de sus trabajos, algo que no fuese ni muy estridente ni muy instrumental para que no interfiera con los textos de la obra, que a veces son algo complejos.
–Al principio Sólo queda rezar parece internarse en un mundo más bien filosófico hasta que irrumpe con fuerza lo social. ¿A ambos les interesa por igual la temática de lo colectivo?
Mariano Cossa: –Sí, sí, mucho. De hecho, ya avanzado el proceso de escritura, nos planteamos –más allá de la situación del terrestre abducido, minimizado por un ser soberbio y confrontado con una civilización superior– qué nos representaría este mundo evolucionado y avanzado del extraterrestre con respecto al terrestre. Dijimos, bueno, claramente hay una lectura social: el terrestre piensa en la comunidad, en los otros, mientras que el extraterrestre tiene un discurso sobre lo individual y lo propio, y avala el no contacto, lo no social. Ahí empezamos a hacer más hincapié en eso y el tema de las abejas cobró más potencia: porque las colmenas de abejas son comunidades que funcionan muy bien, no por los individuos sino por la organización general.
–¿En qué momento fue escrita la obra? ¿Durante el Gobierno actual o el anterior? ¿Es una metáfora de “la grieta”?
Roberto Cossa: –La empezamos a escribir sobre el final del Gobierno anterior, del macrismo. No sé si esta obra es un reflejo de la grieta, en todo caso hoy todo es la grieta. Yo soy un humanista, provengo de una familia socialista donde desde la infancia me inculcaron la importancia de la solidaridad. Después pasé por todas las izquierdas, me equivoqué mucho y ahora tengo simpatía por el kirchnerismo, en el marco de una sociedad que se debate entre el neoliberalismo y el populismo.
–La obra incluye por primera vez en su teatro, Tito, el concepto de lo religioso. Usted siempre se definió como ateo. ¿Hoy es creyente?
Roberto Cossa: –No, no. Tampoco yo soy ese personaje religioso que aparece en la obra, es una mirada sobre el mundo. Yo acepto que hay un avance de la religiosidad, no tanto de los católicos sino de los evangélicos. Evidentemente hay una necesidad de respuesta y de esperanza. Siempre recuerdo a China Zorrilla, cuando ya nonagenaria le preguntaron si le tenía miedo a la muerte. “No, miedo no, curiosidad”, respondió. Evidentemente esperaba algo, creía que había algo. Yo no, soy un ateo desde siempre. Y no me vanaglorio de eso.
–En la obra se habla mucho del principio del universo, del Big Bang. ¿El Teatro del Pueblo es el Big Bang del teatro independiente?
Roberto Cossa: –Sí, es el punto inicial. En el momento de la fundación del Teatro del Pueblo ya existían grupos teatrales independientes, pero no una sala dedicada a ese tipo de teatro que también fuese un corredor para los poetas y pintores. Su fundador Leónidas Barletta hizo escribir, por ejemplo, a Roberto Arlt y a Raúl González Tuñón y organizaba debates muy combativos en torno a la cultura. Después la institución quedó rápidamente atrasada en lo teatral y empezaron a surgir otras salas, como las del Nuevo Teatro y el IFT; así se constituye un movimiento básicamente manejado por el Partido Comunista. Era una invitación a los antiperonistas, en un momento que reinaba el peronismo. Y todo era un tanto utópico e ingenuo: ningún actor cobraba y se veía al teatro comercial como puro mercantilismo. Es que el término “teatro independiente” nace de la independencia del teatro del Estado y del circuito comercial. Con el tiempo se produce este fenómeno que es hoy el teatro independiente en Buenos Aires, que es algo único. En ningún país del mundo hay teatros en los barrios, como existen acá. En el Abasto, por ejemplo, conviven como 20 salas. Esto me llena de orgullo. Por supuesto algunas cosas han cambiado y para bien: hoy los actores cobran, aunque ninguno se llena de plata, claro. Y el nivel interpretativo es realmente notable porque existen muchas escuelas y academias; incluso para dramaturgos. Cuando yo empecé no había dónde estudiar.
–A propósito, ¿cómo juzga el nivel de la dramaturgia nacional actual?
Roberto Cossa: –La juzgo bien, pero me parece que hay una tendencia de mucho humor, de mucho juego escénico y de mucha decadencia en la palabra, típica del tiempo que vivimos. Hoy hay un mejor nivel en actuación y dirección que en dramaturgia. Pero esto no sólo sucede aquí, pasa en todo el mundo. Cuando yo empecé estaban vivos o acababan de morir Eugene O’Neill, Samuel Beckett, Arthur Miller, Tennessee Williams, había como 20 grandes autores. Eran tiempos en que los textos eran sagrados, nadie los tocaba, ni siquiera el director, tiempos en que el autor era la figura del espectáculo. Eso ha desaparecido. Ahora se apuesta más al actor y a la espectacularidad de la puesta. Antes se partía del texto, hoy del nombre y el estilo de un intérprete. Como autor esto a veces me duele.
–¿La nueva sede del Teatro del Pueblo, en el Abasto, es la concreción del sueño de la casa propia?
Roberto Cossa: –Sí, claro, nosotros estábamos hace como 20 años en el edificio que pertenece al Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos, en Diagonal Norte y Suipacha. Nos llevábamos muy bien, pero un día nos dijeron que querían compartir la temporada teatral. No nos pareció, y ahí surgió la idea de comprar nuestra propia sala. Al principio parecía imposible, casi un disparate, pero luego con mucha ayuda del Estado y una generosa colecta de todo el mundo teatral, lo logramos. Hoy creo que fue un acto de justicia, el Teatro del Pueblo debía tener su propia sala, que en realidad son dos. Es una forma de reconocerle a Barletta y al Teatro del Pueblo su misión iniciática.
–Tito, ¿cuál es el título que más rescata entre toda su producción, ya sea por el nivel de excelencia alcanzado o por el cariño que aún le despierta?
Roberto Cossa: –Podría decirte la frase cursi de “los quiero a todos por igual, como a los hijos”. Pero no lo haré, debo reconocer, y sin la intención de aumentar su prestigio, que La nona es la obra argentina que más circuló por el mundo. Llegó a países como Turquía y Armenia, se hizo en toda América latina y en buena parte de Europa, siempre en los teatros independientes o universidades. Mi chiste es: la nona se come todo pero a mí me da de comer (risas). Bueno, digamos que me dio de comer, ahora no tanto. La nona no es sólo mi obra más representada sino la más representativa. Y más allá de La nona, tengo simpatía por las obras que anduvieron mal: Pingüinos era una obra que evidentemente no era buena, creí que había escrito una maravilla, pero salí de mi estilo y… Pero la sigo queriendo, fundamentalmente porque me llevó mucho tiempo de escritura.
–Que tu papá fuese semejante autor teatral, Mariano, ¿te estimuló para abrazar el mismo oficio o lo hizo todo más difícil?
Mariano Cossa: –Me ayudó en el sentido de que me hice dramaturgo casi sin darme cuenta. Yo no tengo escuela de dramaturgia. Lo que pasa es que de chico fue testigo de las lecturas de obras que se hacían en mi casa. Yo debía tener 12 años cuando de repente venían al departamento Carlos Somigliana y Carlos Gorostiza, leían sus obras y luego las discutían entre todos. Yo estaba por ahí, escuchaba y me divertía cómo los autores interpretaban sus obras. De alguna manera fue incorporando el oficio por ósmosis, se me fue metiendo en la sangre no sólo el oficio de la escritura sino el de la dinámica, el de la crítica, el de la posibilidad de escuchar y cambiar. Porque te aclaro que se armaban unas discusiones tremendas, ¿eh? Ahí también aprendí la humildad del dramaturgo, eso de aceptar que uno no tiene todo en la cabeza, que debe escuchar y nutrirse de los demás; y que aunque uno después tome o no las distintas opiniones, debe escucharlas. Eso es parte del proceso de creación.
–¿Por qué optaste por la música, en un principio? ¿Por rebeldía?
Mariano Cossa: –Seguramente, habrá sido para distanciarme un poco de la figura paterna, como hacen todos los adolescentes. Y también para no sentir su sombra. A los 16 o 17 años decía que el teatro no me gustaba. Pero empecé a estudiar guitarra con Jorge Valcarcel, que hacía música para teatro, y volví a entrar al mundo de los escenarios. Primero fui su alumno, luego nos hicimos socios y compañeros de trabajo hasta que me fui a vivir a México. Lo primero que hice sobre un escenario fue interpretar en guitarra la música que Valcarcel había compuesto para una versión de Yerma. Ahí empecé a acumular experiencia teatral por estar en los ensayos, ver a los actores y escuchar al director. El mío fue, sin dudas, un aprendizaje empírico. A los 26 me lancé a hacer algunas adaptaciones de clásicos y recién a los 40 empecé a escribir mis propias obras.
Roberto Cossa: –Y lo hizo sin consultarme nada. Cuando me dio a leer sus primeras obras me sorprendió. Evidentemente mamó el oficio de niño y tiene un oído privilegiado para los diálogos. Por eso lo convidé a hacer Sólo queda rezar.
–¿Volverán a repetir la experiencia de escribir juntos?
Mariano Cossa: –Si él tiene ganas, claro que sí. Además de haber sido grato, escribir con él no fue nada complicado. Es que ya estamos grandes y cada uno tiene su mundo armado. Tenemos nuestras diferencias de estilos, pero con el oficio y el olfato que él tiene sabía que si yo escribía algo que no iba es porque realmente no iba. No se iba a generar una cuestión de competencia, como podría pasar con otro coautor. Por otro lado, cuando algo de lo que yo proponía le gustaba mucho me alentaba para explotarlo y alargarlo. Así que yo iba sobre seguro, era como escribir con red de seguridad. En fin, trabajar con él tuvo todo a favor.
Roberto Cossa: –Yo no sé si volveré a escribir una obra. Esta tal vez sea la última. De la ceja para arriba estoy bien, el problema es para abajo, empezando por la vista. Tengo ganas de estar más tranquilo, porque meterte con una obra es meterte un poco en un lío. A mí siempre me aparecen ideas, pero no creo que las vuelva a volcar en un texto teatral. Si Sólo queda rezar fuera mi última obra yo estaría conforme con cerrar mi carrera autoral con ella. No sólo estoy conforme con la obra en sí sino con haberla escrito con Mariano. Nunca olvidaré esta experiencia. Si algo nos faltaba para estar completamente juntos ya no hace falta.
Para agendar:
Sólo queda rezar. Funciones: domingos, a las 20, en el Teatro del Pueblo, Lavalle 3636.
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