Hoy estrena su nuevo espectáculo basado en su personal estilo y con un fuerte condimento musical; un humorista que no se priva de hablar de la grieta ideológica, el rol de los políticos, la violencia en Medio Oriente y emocionarse con el legado de su padre
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“El 29 de febrero del 2020 hicimos nuestra última función en Mar del Plata y al otro día nos fuimos con los músicos a desayunar a la playa para hacer el balance de la temporada que había sido extraordinaria. Estábamos felices. Comimos, jugamos al fútbol, nos metimos al agua, sin saber que…”. Roberto Moldavsky se emociona al recordar aquella última vez que se subió a un escenario, pocos días antes del estallido de la pandemia de Covid-19.
El receso forzoso de 18 meses es razón suficiente para que, esta noche, cuando estrene El método Moldavsky en el porteño teatro Apolo, la atmósfera del debut se vea atravesada por una sensación de justa revancha, de un volver a la vida, aún cuando el azote del virus no fue superado en ningún confín del mundo. “En marzo de ese año nos íbamos a ir de gira a España, vivíamos un momento increíble, estaba todo demasiado bien para que continúe”, reflexiona el humorista resignado ante ese final abrupto de aquella normalidad añorada. “El humor es la manifestación más elevada de los mecanismos de adaptación del individuo”, sostuvo Freud. Acaso en esa adversidad impensada, como lo son todas, confirmó que su don puede ser un mensaje que aliviane el padecimiento ajeno. Y el propio.
De su padre Jacobo heredó el humor y el amor por su fe judía. Hasta hace menos de una década aún vendía ropa en un local del barrio de Once, aunque ya el hacer reír era parte de su vida, tanto como las camperas rellenas de goma pluma que ofrecía con devoción a clientas convencidas y otras no tanto. En estas últimas aplicaba su habilidad para el decir convincente, rápido y entrador. Acaso entre los percheros se gestó su estilo escénico.
Paso a paso se fue abriendo camino apelando a un humor con sello propio, pero que recuerda a aquellos próceres como Tato Bores o Juan Verdaguer. En 2011, aquella vez que llegó al programa de radio de Fernando Bravo, la idea era que desplegara su gracia con algunos cuentos en torno al Año Nuevo judío. Los siete minutos previstos se transformaron en media hora y la invitación ocasional terminó siendo la llave para que pasara a formar parte de Bravo Continental y ser presentado como “el top top top del humor”. Acaso la llave para su notable trascendencia posterior. “No existe la felicidad como un concepto general, creo que es la suma de buenos momentos”, sostiene sentado en una de las butacas de la platea vacía de ese teatro que alguna vez defendieron los enormes Alejandra Boero y Pedro Asquini.
“Contale tus planes a Dios para que se ría”, dice una máxima popular, quizás algo distópica, pero muy cierta. Moldavsky, como todos, comprobó que la irrupción de la pandemia clarificó en blanco sobre negro la constante vacilación que define a la vida humana: “Esa frase es perfecta para este momento de incertidumbre. En el show digo que cuando Alberto Fernández nos pidió, por primera vez, estar quince días adentro, hasta nos pareció que nos venía bien parar dos semanas, porque antes de Mar del Plata habíamos estado en España, Israel e Inglaterra, hacer ese corte era sano. No sabíamos que esas dos semanas se iban a convertir en casi dos años”.
-En el exterior, ¿te ven solo argentinos o, además, la colonia latina de cada lugar?
-Es un público hermoso conformado por los latinos melancólicos, lo mejor que te puede pasar. Gente con ganas de volver a escuchar el acento y buscar identificación, y con la necesidad de reírse mucho. En cambio, en Barcelona ya teníamos mucho público catalán. En Madrid, un amigo me dijo: “Hay mucha gente que no conozco”, en referencia a que ya no solo estaba la comunidad argentina, sino que también se habían acercado los madrileños.
Argentinidad al palo
Aunque poco afecto a la virtualidad como vehículo de su oficio, hace tiempo que apela a los recursos tecnológicos para vincularse con una de las más sentidas tradiciones del judaismo: “Los viernes hice, por streaming, el Shabat, que es lo que hacemos los paisanos desde la primera estrella del viernes hasta la primera del sábado. Era como una pequeña ceremonia, encendíamos las velas, comíamos el pan trenzado. Recuerdo que en Dublín, cuando nos tocó hacer el show un viernes a la noche, se acercó al camarín una mujer con velas y el pan, y nos confesó que nos veía siempre por streaming, así que quería repetir la ceremonia de manera presencial”.
-Esos argentinos que se te acercan en el mundo te deben interpelar a vos también desde la emotividad.
-Sé de qué se trata. Viví afuera durante diez años, así que me puedo transportar a esa situación. Tengo empatía porque lo viví cuando llegaban a Israel Mercedes Sosa, Joan Manuel Serrat o Les Luthiers, hacíamos cola para verlos y los esperábamos a la salida.
-¿En qué tiempo de tu vida estuviste en Israel?
-Viví allá desde los 21 hasta los 31 años.
-Una edad clave en la confirmación de identidad, vocaciones...
-Me sirvió para formarme y me ayudó a entender todo lo ligado que estaba a la Argentina. Hay un gran deporte nacional en la crítica al país y, seguramente, hay países que son más organizados y las cosas funcionan mejor, pero hay mucho de la Argentina que es imposible de reemplazar.
-¿Por ejemplo?
-La vida social, ir a comer con los amigos cualquier día de la semana y sin programación previa, el fútbol.
-El valor de lo vincular.
-Acá alguien que no te conoce se acerca y te da una mano. Desde ya, lo malo sería genial cambiarlo, pero hay muchas cosas muy lindas y buenas que las tenemos muy incorporadas y que existen en pocas partes del mundo.
-¿La clase política sería aquello a cambiar?
-Los políticos en funciones son los que nosotros votamos, surgen de la sociedad en la que vivimos, no bajan de una nave espacial. Por otra parte, aparecen políticos de otros países que uno agradece no tenerlos acá. En el mundo entero, son una clase especial. De todos modos, me parece bien que ocupen determinados roles, no estoy a favor del “que se vayan todos” o la antipolítica. La política tiene que existir.
-Es la forma de organizar el sistema en una sociedad de derecho.
-Y que funcione la democracia.
Ritos
-Transitaste la experiencia de vivir y participar activamente en un kibutz vinculado al trabajo agrícola. ¿Cómo te modificó?
-Fue muy loco porque, ni bien vuelvo al país, me puse a trabajar en el Once, en una actividad absolutamente comercial. De todos modos, aunque ese fue mi destino posterior, en el kibutz aprendí que se puede ser feliz con mucho menos, que se puede estar bien sin estar tan preocupado por lo material. Fui muy feliz sin la abundancia que tuve después.
-¿Realizabas tareas rurales?
-Yo nunca había visto una vaca, así que fue un aprendizaje muy bueno tener ese contacto con la naturaleza ordeñando o en busca de la cosecha de algodón.
-¿Existe la remuneración en esas experiencias agrícolas?
-Sí, pero es de acuerdo a las necesidades de cada uno. No falta nada, no es que se comparte la miseria, pero no existen los lujos, se vive como en una clase media.
-Lo que se produce en el Kibutz, ¿se comercializa?
-Absolutamente, como en cualquier sistema capitalista, desde la leche hasta el algodón se vendían a toda la comunidad que no formaba parte del kibutz. También teníamos una reserva arqueológica para que la visitaran los turistas, previo pago de una entrada. Fue una gran experiencia, me hizo una persona diferente, aunque no sé si la hubiese podido mantener durante toda la vida.
-En Israel, en los últimos meses, volvieron a estallar varios conflictos bélicos, sobre todo en la Franja de Gaza o con El Líbano. ¿Cómo te repercute?
-Estoy muy ligado a Israel, no soy objetivo, mi ligazón sentimental es muy fuerte. Lo que sí me parece una locura que aún no haya algunos temas resueltos y no se pueda vivir en paz. Y esto lo digo sin ponerme a analizar ni buscar culpables, porque será el huevo y la gallina eterno. Lo que sí es evidente es que, por la fuerza, las cosas no funcionan. Viví ahí y me tocó conversar con palestinos o árabes y lo que la inmensa mayoría de la gente quiere es comerse un hummus con sus seres queridos y vivir tranquila. Es un porcentaje mínimo el que hace ruido para el otro lado, por eso me da mucha pena.
La gesta de hacer reír
-Un buen lugar común dice que es más compleja la maquinaria del humor que la del drama. Lo que es innegable es que la paleta de colores de la comedia es mucho más amplia.
-No todos nos reímos de lo mismo y hay infinidad de escuelas del humor. A mí me influenciaron tanto Alberto Olmedo como Les Luthiers. O Verdaguer y Biondi o el “Gordo” Mesa. Hoy puedo mirar con devoción un video de Sin Codificar o uno de Tato y disfrutar de ambos con la misma fascinación.
-Ante esa diversidad, manifestada tanto en quien ejerce como en quien recibe el humor, ¿cuál es el proceso para armar un espectáculo conceptual y homogéneo?
-No podría pensar en “el público”. A veces, se habla de “la gente” y no entiendo muy bien a qué se refieren. Por supuesto, el espectáculo se piensa, me junto con mi hijo, con los músicos y con algunos amigos que se acercan para tirar ideas.
Su banda de músicos, denominada a puro amor por el barrio de Once como la Valentín Gómez, y su hijo Eial, que tiene toda su impronta, lo acompañan en escena. “Hacemos lo que nos divierte a nosotros, creamos muy pensando para adentro. Por supuesto, venimos de unos años en donde nuestras propuestas gustan y ya sabemos cuál es la idea general sobre la que construir sostenida en esa mezcla de música y humor. No diría que se trata de un espectáculo rebuscado, pero sí es cierto que la carcajada también va acompañada de momentos en los que proponemos pensar, nuestro concepto de show exige algo más y, desde el humor, le sugerimos a la gente que salga de la grieta, que nadie se pelee con nadie por lo político, que nos riamos de eso para alivianar temas que están tan complicados”.
-El humor político es una muy buena herramienta para reflexionar el presente con cierta perspectiva.
-Es un género que me encanta, soy muy fan de Tato Bores, quiero esa bandera.
-Desde tu lugar, ¿buscás suavizar las consecuencias de la grieta ideológica?
-Mi mensaje ante la grieta es: “de esto hay que reírse y no pelearse”. En el show lo decimos directamente: “No te pelees con un amigo, con un familiar, por un político”. Además, muchas veces, ese político que se ataca, hasta puede cambiar de partido en poco tiempo.
-O se va a comer con el adversario, después de sembrar el odio en la sociedad.
-Por supuesto. Entiendo que a muchos políticos la grieta les resulta funcional, pero yo que vengo de vivir en Israel y sé lo peligroso que es el odio, es inmanejable y no sabés adónde puede llegar.
-Eso no implica anular ideologías.
-La ideología es muy sana, el tema es que cada bando quiere que todo el mundo piense a su manera. No podemos ser todos de Boca Juniors, votar al mismo partido y comer milanesas. Hablaría muy mal de nosotros que todos pensemos igual.
Receta propia
-¿Cómo es el Método Moldavsky?
-Tenemos una estructura muy clara de tres bloques, todos con una gran presencia musical. En el primero hablamos de actualidad y política, en el segundo hacemos foco en la cuarentena y en el tercero nos referimos a temas humanos como la pareja o los hijos, y siempre el humor judío dando vueltas.
-La música es un valor en tus espectáculos.
-Este es el show donde la música está mejor amalgamada con los monólogos.
-En el humor, el espectador es un personaje más. A diferencia de la tragedia o el drama, tu género pide de la devolución a viva voz. ¿Cómo probás los espectáculos antes de estrenar?
-Es todo un tema... Gustavo Yankelevich me pide que lo haga, aunque no haya nadie, pero no puedo, necesito que aparezca la gente. Recuerdo que, previo a un estreno de 2019, hicimos un ensayo para amigos y salió pésimo, me olvidaba la letra. Fue tan espantoso que Gustavo me pedía correr el estreno unos días porque no me veía nada bien. Sin embargo, cuando debutamos con público, me salió bárbaro. Necesito tanto a la gente que, durante la cuarentena, no pude hacer streaming. Sin la risa del público, no me motivo. Mi mejor momento es con la gente.
Su trabajo televisivo en Trato hecho, el programa de Telefe conducido por Lizy Tagliani, y los ensayos de la nueva propuesta teatral, le robaron tiempo a su agenda para cumplir con su compromiso en Bravo Continental: “Estoy de licencia, era imposible abarcar todo”.
-Al aire se percibía un gran vínculo entre Fernando Bravo y vos.
-Fue la persona que me acercó a los medios. Quedan pocos conductores como Fernando, trabajar con él es lo mejor que le puede pasar a un humorista, te rema la situación, participa, se ríe.
-¿No siempre es así?
-Hablo con humoristas que están en otros programas y se quieren matar. Me cuentan que los conductores hablan por teléfono o miran para otro lado cuando ellos están haciendo su trabajo.
-Bravo es de la saludable vieja escuela, algo extinguida hoy.
-Si querés aprender de radio, él es el maestro. Su escuela es la que me identifica.
Todoterreno, en televisión trabajó en algún sketch con Susana Giménez, en Comedy Central, Bendita y Morfi, todos a la mesa: “La televisión es el medio que menos conozco. Gracias a Trato hecho estoy aprendiendo a trabajar en el vacío y me estoy haciendo amigo de las cámaras. Tengo la suerte de tener a Lizy como compañera, es tan maravillosa que hasta me siento como espectador de su show”.
-¿Qué te dejó el paso como concursante en MasterChef Celebrity?
-Me trataron bárbaro y mi personaje pegó muy bien en la gente, fue una gran experiencia.
-¿Te ves haciendo un programa al estilo Tato Bores?
-Totalmente.
-Te lo tiene que producir Gustavo Yankelevich.
-Me parece muy bien, acá dejamos instalado el tema.
Se ríe ante la posibilidad, pero está convencido que tener su propio formato en televisión será un eslabón a transitar inexorablemente. “Luis María Pescetti siempre me envía audios diciéndome que soy el nuevo Tato y que ese es mi camino. Alguna vez le dije a Sebastián Borensztein, uno de los hijos de Tato, que es complejo hacer un programa como el de su padre en medio de esta grieta, pero él me recordó que Tato sufrió amenazas, censuras y hasta le pusieron una bomba”.
-Hace un momento hablábamos acerca del judaismo. ¿Se puede hacer humor con el Holocausto?
-No lo sé... aunque siempre digo que al humor se le pide más que a cualquier otro género. En televisión se pasan noticias escabrosas y hasta se muestran crímenes, en los diarios se leen noticias policiales con detalles extremos, pero nadie dice nada. En cambio, al chiste no se le permiten algunas cosas, aunque eso pueda ser una gran denuncia. En lo personal, respeto a la gente que hace humor sobre todos los temas. Siempre que no se rían de la víctima, pero sí del victimario, está permitido. De todos modos, a mí no me da para hacer un show donde me ría del Holocausto o de los desaparecidos, no creo que el tiempo dé para reírnos de eso.
Herencia
-¿Avenida Corrientes y Larrea o Avenida Corrientes y Uruguay?
-Para tener un local de ropa, Corrientes y Larrea. Para hacer humor, Corrientes y Uruguay, donde está el teatro Apolo.
-Se dice que los humoristas son malhumorados. ¿Es una presión manejarte por la vida con una sonrisa o que te pidan un chiste en una reunión social?
-Siempre digo, ¿qué pasaría si fuera proctólogo? ¿Alguien me pediría algo?
-Nunca se sabe...
-Soy una persona con buen humor y eso lo saben los compañeros que tuve en el fútbol o mi grupo de amigos. Ellos me dicen que hago lo mismo de siempre, pero antes lo hacía gratis.
-Alberto Olmedo era muy reservado y de gesto adusto.
-Jorge Schussheim, que fue quien me descubrió, me contaba que Olmedo se quedaba en su oficina de la agencia de publicidad y no se movía, pero se encendía la cámara y era una cosa de locos. Mi camino es diferente, de grande pasé de la vida al escenario.
-Lo profesionalizaste.
-Me río mucho, soy el público ideal.
-¿Tuviste que hacer humor luego de un gran dolor?
-Cuando murió mi viejo, a los dos días tenía una función con entradas agotadas, pero la verdad es que no pude, tuve que cancelarla. Estuve a punto de hacerla por él, porque era un tipo muy gracioso y divertido. El humor es un legado que me dejó mi viejo. En la Torá hay una frase que siempre me llamó la atención en la que se dice que el padre está obligado a dejarle un oficio al hijo para que pueda sobrevivir. Mi viejo cumplió, me dejó el humor y yo no me había dado cuenta.
-¿Cómo fue esa función luego de la muerte de tu padre?
-La hice con mucho dolor, pero empujado por ese legado.
-En tiempos adversos, como los actuales atravesados por la pandemia, ¿el humor es una gran medicina?
-El humor no tiene temporada. Cuando estás mal, necesitás reírte y cuando estás bien, tenés ganas de reírte porque estás predispuesto. El humor funciona en todas las circunstancias.
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