Roberto Cossa, testigo y creador
El dramaturgo habla de su obra Daños colaterales, y de mucho más
Todos los días, el presidente de Argentores llega media hora antes de la apertura al público de las puertas de la institución. Le gusta encender el aire acondicionado para refrescar su despacho, prender su pipa y dedicarse a responder sus correos electrónicos en silencio, antes de que comience el ajetreo en el edificio. Roberto "Tito" Cossa, uno de los dramaturgos más destacados de nuestra escena, es un hombre puntual y oportuno desde su cuna: nació el Día del Teatro Nacional, que también es el Día del Teatro Independiente.
Es su aquí y ahora, desde su presente y su casualidad, su musa y su obsesión, el lugar donde se ubica para revisar el pasado, el propio y el de los argentinos. Este hombre sensible, como se define a sí mismo, acaba de estrenar una nueva pieza, Daños colaterales , dirigida por Jorge Graciosi, con Fernando Armani, Ana Ferrer y José María López. "Es una mirada muy dura sobre nuestra historia, sobre las conductas de mis compatriotas, en especial de los porteños, porque eso es lo que soy, no vengo de otro plantea. Soy tan porteño como el almacenero de la esquina o como el tachero."
Daños colaterales es la historia de un capitán del Ejército retirado, devenido en custodia de un edificio, donde vive con su mujer. La acción se desencadena cuando un día llega un joven a buscarlo. "Tiene algo de policial. El genocidio, en todos los niveles, me sigue intrigando muchísimo. Gracias a Dios, tengo este oficio que me permite contar en el teatro aquello que vivo y miro". El "gracias a Dios" es sólo una muletilla, Cossa es "un ateo irredimible".
Tampoco de fe se trata aquel proceso por el cual sus obras se llevan a escena. "Elijo a mis directores, y no me meto demasiado. Sí pido que respeten el estilo y que, si van a cambiar algo, me consulten."
Pasaron 50 años desde su primera obra, Nuestro fin de semana, y luego vendrían Yepeto (actualmente en en el SHA), La nona, Tute cabrero, Gris de ausencia y tantas otras, todos verdaderos clásicos de nuestro teatro. Desde entonces se ha intentado definir su estilo, que oscila desde el realismo reflexivo hasta el esperpento. "No me preocupa poder explicar qué es lo que hago; me preocupa poder hacer, y tener un estilo propio –reflexiona–. Escribo a borbotones, espasmódicamente; a veces escribo una carilla, dejo el texto por mucho tiempo y de repente empieza a aparecer la historia. Escribo y así van apareciendo las cosas a partir de una idea principal. Muchas veces aparece en la cuarta escena algo que no estaba en la primera y tengo que cambiar todo", y aquí intervienen las bondades de la tecnología, un invento con el que Cossa no se lleva demasiado bien.
Un encuentro con Perón
Ironías del destino, los textos de Cossa son hoy lectura obligatoria en los colegios argentinos. Aquellas piezas nacen de la misma persona que, en 1949, fue echado del colegio por irreverente. "Era el gracioso de la clase y los graciosos tienen que refrendar el título todos los días. La maestra nos mandó a hacer una composición sobre Chopin y como justo había muerto un 17 de octubre, se me ocurrió escribir algo muy tonto, donde lo comparaba con Perón. Puse algo como «cualquier semejanza con esta fecha es mera coincidencia». Todavía la tengo guardada", recuerda aquel mal trago que lo hizo padecer a su padre. "Era muy joven. Después revisé el peronismo. No tengo mucho afecto por Perón y su tercera presidencia fue deplorable, pero sí reivindico cada vez más a Evita."
Cossa tendría después de aquella experiencia en el colegio un encuentro cercano con el mismísimo Perón. Era el 16 de junio de 1955 y realizaba el Servicio Militar Obligatorio en el Ministerio del Ejército cuando comenzaron a bombardear Plaza de Mayo. "Todos corríamos y nos chocábamos. No había distinción de rangos en ese caos. Llegué al segundo subsuelo y ahí, a pocos metros, estaba Perón rodeado de tres oficiales", relata.
Testigo nada silencioso de su época, evoca a otras personalidades de su tiempo, como Arthur Miller, a quien conoció en los noventa cuando el norteamericano visitó la Argentina, y también a su abuelo materno, quien inspiró el personaje de La nona: "Era un tipo muy austero, muy trabajador, que se despertaba a las 5 de la mañana y que crió a 7 hijos. Pero cuando estaba viejito robaba bombones. Esas cosas y su cocoliche me inspiraron", dice mientras señala una foto en blanco y negro de la familia unita que custodia su despacho.
- Daños colaterales
De Roberto "Tito" Cossa, dirigida por Jorge Graciosi
Viernes , a las 21 y sábados, a las 20.
En el Teatro del Pueblo , Avenida Roque Sáenz Peña 943.
Su gestión en Argentores
Argentores, la Sociedad General de Autores de la Argentina, suma 400 socios y 250 pensionados. "Si uno analiza esta entidad, tiene, de alguna manera, el mejor sistema del mundo que existe en relación a otras instituciones que se dedican a lo mismo", explica Cossa y hace hincapié en que la lógica de Argentores no opera con el sistema de copyright (un productor compra una obra y el autor ya no tiene más injerencia en el negocio). Por el contrario, en la Argentina funciona el sistema de cobro de derecho de autor, quien se lleva un porcentaje –el 10 por ciento– del borderó.
"No me da ningún placer firmar cheques, tratar con números, leyes, juicios, pero es lo que hay que hacer; así logramos salvar a Argentores de la intervención, con Alberto Migré a la cabeza [en 2004]". Esta tarea, que ejerce desde hace casi 8 años, no le quita tiempo de producción. "Es cierto que tengo dolores de cabeza, pero también sería una falacia decir que sacrifico tiempo de escritura en esta gestión. Si estuviese en mi casa, mirando al techo, me presionaría más: «Dale, che, que se te ocurra una buena idea». Aquí encuentro sentido a la vida."
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