Rarezas en una sala de espera
Big in Bombay . Compañía Constanza Macras/ Dorky Park. Coreografía y dirección: Constanza Macras. Intérpretes: Zaida Ballesteros, Knut Berger, Nir De-Volff, Daniel Drabek, Fernanda Farah De Souza, Jared Gradinger, Margret Sara Guojónsdóttir, Claus Erbskorn, Jill Emerson y Rahel Savoldelli. Músicos: Christian Buck, Sabine Bremer, Almut Lustig, Ulf Pankoke y Claus Erbskorn. Vestuario: Gilvan Coêlho de Oliveira. Música: Claus Erbskorn y Julian Klein. Iluminación: Jackie Shemesh. En el Teatro Alvear. Duración: 150 minutos.
Nuestra opinión: buena
Es como si a un grupo de gente que no se conoce entre sí, que se encuentra de casualidad en una sala de espera -que puede transformarse sucesivamente en todas las salas de esperas- lo atrapara una "energía bailarina" (término que emplea uno de los personajes) imposible de reprimir. Esa espera que los condena se les presenta como una excusa para liberar la imaginación, la libre expresión, la fuerza creadora, pero también la más férrea competencia por sobresalir (hay mucho chiste interno sobre el mundo teatral y musical) y hasta una suave -sólo en un principio- dosis de violencia que va adquiriendo forma y potencia con el correr de la narración hasta tomarlo y arrasarlo todo.
Así, este Big in Bombay -que presentó anteanoche la argentina radicada en Alemania, Constanza Macras, en el Teatro Presidente Alvear en el marco del FIBA-, se instala como una expresión multigenérica que tiende a un caos festivo, a veces más caótico, a veces menos festivo. Con una estética de trabajo que remite directamente al estilo de Bollywood (industria cinematográfica de la India), la propuesta combina de una manera delirante y desfachatada el teatro, la danza, la música con una narrativa quebrada, aparentemente sin un hilo conductor (aunque lo tiene y se aleja bastante de cualquier idea de diversión que prevalece a primera vista).
Aunque desde el mismo título se hace referencia a la India, y gran parte de la música y de la danza remita a la cultura y hasta a la religión hindú, lo que sucede sobre el escenario podría ocurrir en cualquier lugar. Quizás por eso, Macras ideó una cabina transparente como principal espacio escénico, un lugar sin una identidad particular que puede adquirir la que se necesite según la cabeza de quien la utilice (los actores-bailarines-músicos) o de quien la observe (los espectadores).
Violencia
En esta mezcla intercultural subyace esa violencia arrasadora a la que se hacía referencia que, de alguna manera, da un permiso tácito a que cada uno dé rienda suelta a su miedo, su locura, su pasión. Así, Big in Bombay tiene todas las caras que se quieran ver, ya que ofrece desde momentos de absoluto enloquecimiento, pasando por otros de tremenda ternura (la escena del bailarín sin brazos que trata de reconquistar a su chica y que canta una canción india a pleno desconsuelo es verdaderamente preciosa), hasta llegar a aquellos en los que predomina una fuerte ironía: guiños políticos sobre realidades cercanas y conocidas, y otras más lejanas pero igualmente padecidas.
De alguna manera todo ese caos, esa estética "sucia" que pone en juego Macras va ordenándose, pero no mucho: es fácil perderse o quedarse colgado con una imagen, una canción, un personaje. Por momentos ese desorden extremo gana la escena y la desmantela. De hecho, algo de eso parece pasar al final de la obra ya que el apagón deja cierta sensación de sorpresivo desasosiego en la platea.
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