Princesas, 50 años después: insólito ritual escénico para reír sin parar
La comedia (no musical) de Pepe Cibrián expone y mezcla como en un cóctel algunas de las vertientes de una sociedad en profunda crisis de valores
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★★★★ Autor y director: Pepe Cibrián. Intérpretes: Pepe Cibrián, Marta González, Esmeralda Mitre. Vestuario: Alfredo Miranda. Escenografía: Daniel Feijóo. Sala: Auditorio de Belgrano, Virrey Loreto 1548. Funciones: viernes y sábados, a las 21; y domingos, a las 20. Duración: 60 minutos. Entradas: en el mismo teatro o en Plateauno, desde $1.000.-
El rey de los musicales, Pepe Cibrián, hace un giro de 180 grados y pone en escena una exultante comedia, con una escenografía kitsch, tan disparatada y bizarra que, por instante,s logra que no vuele una mosca en la sala. El silencio es supremo y luego la explosión de aplausos y las risas también, o los gritos entusiastas: ¡Esmeralda!, ¡Esmeralda!, cuando ingresa a escena la actriz con un impactante vestuario: mezcla de Estatua de la Libertad, la Mujer Maravilla o una princesa. Su personaje es el de Blancanieves. Lo cierto es que nadie se quiere perder un instante de este insólito ritual escénico, con dosis de melodrama, tragedia y sketches a la manera de la vieja revista porteña, en el que el dramaturgo-director pone en escena a queridos personajes de cuentos infantiles, como Caperucita, La Cenicienta o Blancanieves y muestra lo que ocurrió con ellas 50 años después. Mientras ellas se quejan porque dicen que ya nadie las recuerda y los chicos, ahora, las han reemplazado por La Sirenita, Frozen o Mulan, según Cibrián autor: ni el canal Volver, las tiene en cuenta. Por lo tanto, el objetivo de esa reunión que los convoca, como dice Cenicienta (Cibrián), ahora transformada en una mujer en harapos, que vive en una villa, se hizo lesbiana y es piquetera, es “juntar fuerzas, hacer una demanda conjunta y volvernos ‘mishonarias’. Marta González, querida actriz de tantos éxitos –entre ellos Estrellita, una pobre campesina–, aparece vestida de rojo, obvio, tiene cabello rubio y colitas con moños al tono, que le aportan un toque bailantero a su papel; y que ahora vive de enseñar cómo hacer un traje de Caperucita, a las jóvenes princesas de los corsos porteños.
Durante la hora que dura el show, se cuestiona desde Perrault, hasta los hermanos Grimm, sin obviar al mítico Walt Disney, al que se lo acusa de convertir a sus criaturas en personajes sin alma y ser huérfanos de padre, madre y hermanos y sin apellido. Mientras los tres se preguntan si ese ratón (por Mickey) fue el culpable de que ya nadie los mencione en Disneylandia. En un constante ping-pong de palabras, por instantes convertidas en dardos que despiertan carcajadas, los personajes hacen una mixtura de épocas y se refieren a políticos, la infaltable grieta, las herencias, las cuestiones de género, o se preguntan cómo reconvertirse en tiempos de crisis. Para esto Blancanieves (Esmeralda Mitre), convertida en empresaria, tiene preparada una respuesta, cuando dice que ahora escribe libros de autoayuda, como No mires el espejito y mira tu yo, o No confíes en príncipes, confía en vos misma. Simultáneamente en el avance de la obra, los actores-personajes se burlan de ellos mismos al referirse a hechos que les han tocado en la vida y el público conoce a través de sus apariciones en programas televisivos.
En Princesas, 50 años, Cibrián parece haberse inspirado en autores que también han cuestionado a los personajes de dibujos animados, como Ariel Dorfman y Armand Mattelart (Para leer el Pato Donald) o la popular Anne Sexton y sus poemas irónicos en los que se refiere al feminismo. La propuesta alude a una filosofía que cuestiona las diversas realidades de las que formamos parte. Si el pionero del “teatro pánico”, Fernando Arrabal estuviera sentado en la platea, estaría gozoso de observar esta propuesta, que expone y mezcla como en un cóctel algunas de las vertientes de una sociedad en profunda crisis de valores.
Marta González vuelve a demostrar su versatilidad y su carisma escénicos. Su interpretación de Caperucita resulta desopilante en su espontaneidad y en ese agudo humor negro, que expone junto a un siempre versátil y original intérprete, que es Pepe Cibrián. Esmeralda Mitre ingresa a escena como un huracán que parece desatarse con ella. Su papel le permite exponer a fondo su veta de comediante, a la que ella le quita el freno de mano y se zambulle sin red, para retrucar, o hacer lucir su Blancanieves en sus vetas más desquiciadas, en las que juega a ser políglota –habla en inglés, en portugués– mientras traduce, o juega con risueños matices a ser la gran diva trágica en otra de sus intervenciones. La actriz que se lució con meritorias interpretaciones en La reunificación de las dos Coreas, Incendios o su inolvidable Ofelia, en Hamlet, empatiza de inmediato con su público, el que le festeja con resonantes aplausos o gritos, cada una de sus intervenciones.
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