Federico Lehmann y Matías Milanese son una máquina creativa y acaban de estrenar El mecanismo de Alaska, en el Cultural San Martín
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Para Los Pipis el teatro es como una maratón, no pueden parar de actuar, escribir, dirigir. Lo suyo es estar en constante ebullición creativa. El arte forma parte de su cotidiano. “En el departamento anterior en el que vivíamos, teníamos una pared en la que anotábamos nuestras ideas”, cuenta Federico Lehmann, que es de Córdoba y tiene 26 años. Matías Milanese, de 28, se mudó de Beccar a Buenos Aires, y confiesa que admira a su colega. “A Fede se le ocurren ideas que yo ni hubiera imaginado mientras ensayamos”, destaca.
El sorprender es una cualidad intrínseca de Los Pipis. Sus obras son lúdicas, dramáticas, disruptivas, mágicas, insólitas, con humor o no, y su espontaneidad en escena, “la verdad” que exponen ante los espectadores, conquista a los más reticentes. Por ejemplo, si se equivocan una palabra, o una frase, lo dicen, no intentan disimularlo. En cualquiera de sus obras hacen de ellos mismos. Porque esta magnífico dupla de actores, dramaturgos y directores, que además son novios –se conocieron cuando cursaron la carrera de actuación en la Universidad de las Artes–, es ser cronistas de su generación, de lo que viven, observan.
En poco tiempo, apenas unos cuatro años, han estrenado y representado varias piezas. Semanas atrás dieron a conocer –y continuarán hasta el 20 de noviembre– El mecanismo de Alaska, pieza que recibió el premio Banco Ciudad a las Artes Escénicas 2020-2021 y de la que es autor Federico Lehmann y quien escribe la mayoría de las piezas que estrenan (aunque Milanese, también es autor de un próximo estreno del dúo, Los años fosforescentes, que protagonizará, Sofía Gala Castiglione).
En El mecanismo… Los Pipis reciben al público con un frenético baile al ritmo de las canciones de lady Gaga y Raffaella Carrá. A ellos se suma poco después, Camila Marino Alfonsín que, además de cantar y tocar la guitarra, le aporta un tono irreverente a la propuesta; y el estupendo músico Stevie Marinaro. Es un biodrama sobre instantes de la vida de Lehmann y Milanese y en la que parten de 1966, cuando nació uno de sus abuelos, a la actualidad. En un repaso vertiginoso de épocas, hechos y lecturas, que incluye, entre mucha otra data (incluso consultaron a la gente a través de Instagram y les preguntaron qué recordaban de cuando eran niños, o qué programas de televisión veían), textos de María Elena Walsh, la canción Mujer contra mujer, de Sandra Mihanovich y también hacen referencia a la homosexualidad en la Argentina. Pero lo esencial es la historia de amor de dos pibes que se conocen en la UNA, se enamoran en un debate pasional y adoptan una gata que encuentran en un teatro a la que se comprometen a cuidar. Los Pipis la definen “como una coalición de dos cometas. Una chispa multicolor, una antología de la representación y pasión marica”.
Su imparable necesidad de darle forma a nuevos proyectos, hizo que ya comenzaran a ensayar una nueva pieza, Los niños prodigio, también de Lehmann, que dirigirá Milanese y estrenarán en el multiespacio y centro cultural Plataforma Nave, de Palermo. Trata sobre una familia que a orillas de una ruta observa el traslado de un reactor nuclear escoltado por las Fuerzas Armadas, hecho que dejará secuelas en uno de los hijos. “Es una obra extensa en dos partes y diez episodios; pero estamos entusiasmados con este plan que, en esta primavera, nos llevará a los parques, a los puentes del tren y al Planetario”, explican en su cuenta de Instagram. A ésta propuesta le continuará otro estreno: Las jóvenes promesas.
Ganadores de Óperas Primas 2017, en el Cultural Rojas, Los Pipis fueron noticia y ampliaron su caudal de público, cuando asumieron la dirección artística del evento de apertura del Fiba y en La Bienal de Arte Joven, de este año. A ambos les interesa investigar nuevas formas de pensar el teatro, desde el contexto de la creación actual. Su principal motivación es generar acontecimientos teatrales que respondan a las problemáticas del presente, a partir de una investigación estética comprometida con la escena del futuro. El abordaje de distintos lenguajes, el cine, las series, las lecturas performáticas, la música también son parte de su eje artístico.
En pandemia crearon el PipiPalooza-Amigues Leyendo, un ciclo de lecturas y música que nació en la web y luego se extendió al Cultural San Martín y otros espacios, convocando a más de 200 artistas, y ya va por su 32ª edición. A esa propuesta se agrega el Pipivisión, una docuficción en formato de serie que aborda la cocina de la producción de espectáculos, a través del diálogo con directores y realizadores, que puede verse en el canal de Los Pipis en Youtube. Entre las últimas piezas estrenadas por el dúo se ubican Lo único épico aquí lo hemos robado (2017-2022), Perritos de porcelana (2020-2022) y Esta historia está rebuena (2020), además de las mencionadas previamente.
Comunicar a través de las redes sociales todo lo que hacen, e ir al encuentro de los más diversos y variados públicos, ha hecho que Lehmann y Milanese retomaran la vieja premisa de los comediantes trashumantes. La constante búsqueda de espectadores diversos los llevó a hacer sus obras, en el Rojas, el Cultural San Martín, Timbre 4, Dumont 4040, los jardines del Museo Larreta, Casa Brandon, Galerías Pacífico, Cultural Morán, Quetren, Centro Cultural de España y, ahora, Plataforma La Nave.
Además en pandemia estrenaron Perritos de porcelana, una pieza curada por Maruja Bustamante en la que convocaban al público a través de sus celulares a ir a la búsqueda en un código QR, o disfrutar de un recital observando a los músicos tocar a través de la ventana de una casa. Esta obra que luego mutó de formato hace referencia a un crimen de odio. “A un amigo lo matan por ser puto y eso ocurre hoy, le sucede no sólo a nuestra generación. Lo hemos vivido, íbamos caminando con Fede de la mano por el Botánico y pasó alguien al lado nuestro e hizo ¡puaff!, o en el McDonald ocurrió que nos pidieron, por favor, que no nos besemos ahí, porque había chicos. Todo eso es parte de nuestra dramaturgia y en todas hablamos de cosas que nos conmueven a nosotros. En una de las funciones de Perritos… se acercó una chica y nos dijo: ‘voy a pedirle a mi familia que vengan a verlos, porque necesito que mis papás entiendan en qué está la juventud ahora’. Qué les está pasando. Y poder expresarlo, contarlo en una obra de teatro es muy revelador. Las grandes tragedias están buenísimas, suceden, pero también están las nuestras, las cotidianas”, afirma Milanese.
“Nos conocimos estudiando actuación en la UNA –dice Lehmann–, fue en 2015-2016. Matías me invitó a ver una obra en la que actuaba. Ahí comenzamos a tener charlas sobre qué nos gustaba y coincidimos en que la necesidad era quitarle lo solemne al teatro. De ese debatir que queríamos hacer y no estábamos conformes, surgió la idea de ponernos a crear nuestros propios espectáculos”. Lehmann también agrega que antes de venir a Buenos Aires, cursé un año Comunicación en la Universidad de Córdoba y ahí conocí el teatro de Camila Sosa Villada “y eso me impactó mucho, fue como descubrir algo inesperado”. “Cada uno tenía sus propios proyectos, en los que casi siempre éramos actores. Fede ganó el concurso Óperas primas y ahí comenzó a dirigir y escribir. A partir de ese momento descubrimos que cada uno tenía una forma distinta y, a la vez, complementaria de ver el teatro. Eso hizo que decidiéramos aprovechar esas diferencias y ponerlas al servicio del trabajo teatral. En El mecanismo de Alaska, lo expresamos claramente, cuando mi personaje dice: cuando voy a conocer a alguien que en un segundo decodifique lo que hago. Nos pasa mientras estamos en escena, yo lo miro a Fede y sé lo que él piensa, nos entendemos muy fácilmente, eso me parece vital para el teatro”.
–¿En qué momento se dieron cuenta de que necesitaban esa complementación y esa entrega en escena?
M.M: –Creo que Los Pipis descubren y encuentran su potencialidad y su identidad, cuando coincidimos en afirmar que lo que pongamos en escena no tiene que estar lejos de nosotros, no tienen que ser temáticas que nos alejen de lo que pensamos o vivimos.
–¿Nunca pondrían en escena Hamlet, o cualquier otra obra clásica?
F.L: –Quizá sí. Está buenísimo que lo hayamos estudiado en la UNA y estoy muy agradecido a todos los maestros y maestras que hemos tenido y nos hayan enseñado cómo actuar, como enunciar los clásicos. Cómo colocar la voz. Pero lo más interesante es utilizar esa metodología que aprendimos en la universidad y ponerla al servicio de nuestras propias inquietudes.
M.M: –También es cierto que a partir de poder visualizar la prueba y el error fuimos aprendiendo. La primera obra que hicimos con Fede fue Lo único épico aquí lo hemos robado, en 2016, en el Festival El Porvenir. Era pura poética y duraba al comienzo 15 minutos, con el correr de los años le fuimos sumando nuevos episodios que estrenamos en diferentes lugares. Esa obra fue un experimento, un aprendizaje de ir viendo cómo escenificar y con qué materiales. Un detalle que pegó en el público fue que comienza con los actores y las actrices agitando latas de Coca Cola; y lo que hacen es abrirlas y salpicar todo. Incluso una de las latas está atada al tobillo de una de las chicas y cuando la abría era como un cohete que va a despegar. Todas nuestras funciones son un intento de despegue, de agitar algo. Nos gusta mucho tomar elementos de la cultura popular, del mainstream, mezclado con formas de representación que son más poéticas, más oníricas o lúdicas. También aprendí de Fede que es mejor desechar la primera idea y seguir buscando. En El mecanismo de Alaska, yo leo una carta y señalo una serie de cosas y simultáneamente a eso se desprende del techo un extenso lienzo en el que esa lista aparece escrita. Hay algo de lo artesanal, de lo hecho por nosotros que nos gusta mucho.
F.L: –Si bien las obras tienen mucho de show, música, baile y situaciones en la que todo parece espontáneo, muy fresco, la dramaturgia está construida muy obsesivamente. Pero si se observa en detalle se pueden descubrir hilos que vinculan una escena con otra. Nos gusta que el público venga varias veces a verlas. Dialogamos mucho con los espectadores, les preguntamos qué les pareció. Nos interesan mucho sus opiniones, porque a veces el teatro falla. Muchos nos dicen que van a volver. Quizás hay detalles que se perdieron y no hay nada más aburrido que entender todo lo que se dice la primera vez. Entre lo esencial que nos dicen es que se van inspirados, con ganas de hacer. Para nosotros no hay nada peor, que ir al teatro y salir decepcionados. Lo glorioso es mostrarte lo que pienso y aceptarlo o disentir. El teatro es una transferencia, un estado de comunión con el espectador. Por eso invitamos a la gente a bailar con nosotros y la mayoría se anima.
–Un detalle de sus obras son los escasos elementos escenográficos que utilizan. ¿Es una decisión estética o escasez de recursos?
M.M: –Hace poco leí una frase que decía “el teatro independiente compensa con ingenio la falta de dinero”. Somos una generación que sabe que no va a poder comprarse una propiedad, una generación que sabe que todas las cosas que estamos pudiendo conseguir son volátiles. Como dato de humor me gusta decir que Perritos de porcelana costó 50 pesos porque su única escenografía es una tela blanca cuyo costo fue ese; al utilizarla en escena adquiere los más diversos significados. En El mecanismo… es una decisión que utilicemos sólo un extenso lienzo que baja del techo y una tarima con lucecitas.
F.L: –Ver que hicimos esos objetos que están en escena con nuestras manos tiene otro valor. Si se trata de consumos culturales las posibilidades son infinitas. Si abrís Netflix hay un millón de series. La pregunta es: ¿qué es lo propio del teatro que hace que sigamos teniendo ganas de continuar habitándolo?
–Los lugares que elijen para actuar, son muy distintos uno de otro. ¿Es algo que lo buscan, o los invitan?
F.L: –Perritos… la hicimos en diferentes espacios. La intención es abrirnos, adaptarnos. Quetren, es una cancha de fútbol 5 y un Centro Cultural; El Cultural San Martín es un espacio público. Morán, un teatro independiente. Hay una intención de ir probando los materiales en espacios distintos y ver cómo se alimenta de las diferentes personas, lugares, barrios.
M.M: –La intención es “dialogar” con cada espacio y con su público. El PipiPalooza, que nació en pandemia y primero se hizo vía streaming y luego se abrió a distintas salas, ayudó a que nos conocieran. La búsqueda siempre es generar comunidad. Para mí es muy natural mezclar mundos, eso es lo lindo del teatro. Es un bajón hacer un teatro para un solo sector.
–En El mecanismo de Alaska hacen referencia a una estética marica, pero no hablan únicamente de este tema, de manera que nadie se puede sentir excluido.
M.M: –Es muy importante polarizar, sin perder un espíritu de lucha. Entretener a alguien que no tiene las mismas preocupaciones que yo, me parece bastante inteligente. Una amiga heterosexual nos dijo que en otras circunstancias no se hubiera interesado por el tema y, sin embargo, luego de vernos se iba con ganas de leer un poco más. Nuestra estética es marica porque lo somos. Aparece un cuerpo muy gay, a mí me gusta ser amanerado y que en el baile del principio se me vea así. No estoy bailando desde un cuerpo que no soy, o construyendo un personaje; a la vez hablamos de nuestras madres, nuestras abuelas, las mujeres que nos ayudaron siempre.
F.L: –La cuestión de la libertad nos permite hoy poder decir muchas cosas, porque antes hubo gente que se tuvo que callar. Nuestra obra es ese intento de reivindicación.
Para agendar:
El mecanismo de Alaska
Timbre 4, México 3554
Funciones: domingos, a las 18
Entradas $1.500.- en www.alternativateatral.com
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