Potestad, o la nueva dimensión del mal
Dirigida por Norman Briski, esta nueva versión del texto de Eduardo “Tato” Pavlovsky viene a reflexionar sobre las nuevas falsas certezas, que ilustran con palabras maravillosas gestos de destrucción
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Autor: Eduardo “Tato” Pavlovsky. Dirección: Norman Briski. Intérpretes: Eduardo Misch y Damián Bolado. Música: Martín Pavlovsky. Escenografía: Guillermo Bechthold. Iluminación: Briski-Misch. Sala: Teatro Payró (San Martín 766). Funciones: viernes, 22 hs. Duración: 60 minutos. Nuestra opinión: buena
Volver sobre un clásico siempre es un desafío, volver sobre uno tan anclado a su intérprete original parece una tarea casi imposible, aunque no es la misma vez que Norman Briski lo hace. Eduardo “Tato” Pavlovsky es uno de los hombres de teatro local que supo alterar nuestra escena y hacernos pensar en ella desde lugares siempre dinámicos, inestables, distópicos. El teatro de Pavlovsky se construye en un diálogo permanente -una pelea, un acto de conquista- entre el autor y el intérprete, y Potestad es tal vez la mejor prueba de ello.
Potestad es un texto escrito en apenas tres horas bajo el formato del monólogo, pero con la certeza de que se trata de un texto dicho a un otro que mira, que observa atentamente. Enviado originalmente a Norman Briski, uno de los directores que más conoce la obra de este inteligente escritor y actor, lo dirigió en la versión original que duraba apenas media hora, y luego de siete funciones, en 1985, abandonó el proyecto. Pero el actor decide seguir con las funciones y en base a improvisaciones lleva la duración a una hora. Con un cambio en el código interpretativo, cierta reacción ante las marcaciones escénicas del director saliente produjo ese cambio que hasta la actualidad mantiene. Todo eso que sucedió con Potestad a lo largo de los años, sus funciones y cambios en el personaje de Tito, el oyente, se suma ahora un nuevo pliegue: el regreso una vez más de Briski a la dirección para dirigir en escena a Eduardo Misch, quien conoce de memoria al Pavlovsky actor gracias a los largos años en los que trabajó a su lado. Probablemente no haya actor en argentina que más conozca a Pavlovsky desde la intimidad.
Asumido desde las diferencias, el nuevo intérprete se sabe poseedor de una fisicalidad -palabra que junto a rostridad constituye un diccionario básico pavlovskyano- que no es como la de Tato, quien en su vínculo con el deporte (puntualmente el boxeo) le había forjado un cuerpo muy diferente al que posee Misch. Y el director tiene que trabajar sobre esa diferencia, no negando el germen original sino resignificándolo. El golf juega aquí una dimensión deportiva, pero también ideológica y de clase. Junto con el pantalón, los zapatos, las medias y el cinturón blanco combinados con chomba celestita llevan a la escena hacia un imaginario de clase que viene a explicarnos parte de la razón por la que Potestad se vuelve, desde ese punto de vista, un estreno lógico.
Pavlovsky quiso con este texto -y junto con El señor Galíndez y El señor Laforgue- pensar en una nueva dimensión del mal, un mal que caminara y se moviera entre nosotros de un modo imperceptible. Dicho por el propio autor, “un nuevo tipo de monstruosidad, que nació en la dictadura argentina”. Y es así que construye a este padre amoroso, sufriente por la pérdida de su criatura, y que requiere, para que el círculo esté completo, despertar cierta piedad, cierta identificación con la platea. ¿Cómo no identificarse con un padre tan amoroso que cuenta la pérdida de esa hija del modo en el que la cuenta? ¿Cómo no comprender a un matrimonio que se destruye ante el dolor de la pérdida irreparable? Y una vez que el actor logre despertar esa identificación estará ya preparado todo el terreno para lanzar el veneno hacia la sociedad: lo imperceptible de un nuevo horror, horror elegante, plagado de bellas palabras, que dista del horror declamado por el villano de un comic. Aquí se trata de otra cosa, casi de lo opuesto. Y si Pavlovsky justifica este texto desde el nacimiento de un discurso nuevo, mesiánico, que produce muerte declamando vida y libertad, uno puede comprender por dónde viene la necesidad de este nuevo equipo creativo de volver a montarlo. ¿Si Pavlovsky en 1985 lo construyó para referir a lo que efectivamente aludió, este nuevo equipo retoma el texto, modifica la puesta y se lanza hacia un nuevo significante para referir a quién? ¿A qué nuevo peligro?
Desde lo estrictamente escénico podríamos pensar que ciertas decisiones -como el movimiento repetitivo del árbol- no son tan necesarias y obstaculizan en algún punto los movimientos de los actores que se mueven por el espacio teniendo que evitar la soga que vehiculiza el truco. Hubiera sido bueno una mayor confianza en Misch como intérprete y en el valor que aporta su “diferencia”, al menos para los que tuvimos la suerte de verlo al mismísimo Pavlovsky junto con Susy Evans encarnando a este amoroso médico y padre de familia, que tanto ruido le hizo a los organismos de derechos humanos en su momento original. Es que este intelectual con su arte supo producir un pensamiento incómodo, que no dejaba certeza sin derribar y que siempre intuyó que uno de los males de nuestro tiempo es el pensamiento encasillado en la corrección política. Pavlovsky es un artista que se atreve a lo inestable y esta nueva versión de Potestad viene a reflexionar sobre las nuevas falsas certezas, que ilustran con palabras maravillosas gestos mesiánicos de destrucción.
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