Porteñas: tan ágil y divertida como a su estreno, la historia del país a través de un grupo de mujeres emociona y pone en perspectiva
Julia Calvo, Cecilia Milone, Andrea Politti, Romina Richi y Mica Riera se comprometen en cuerpo y alma para componer, interpretar y emocionar a la platea, con una serie de diálogos tan divertidos como insólitos, o de un sentido común que despierta la emoción del público
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Porteñas. Autores: Manuel González Gil y Daniel Botti. Dirección: Manuel González Gil. Elenco: Julia Calvo, Cecilia Milone, Andrea Politti, Romina Richi, Mica Riera, Maite González y Rodolfo González Estevez. Escenografía: Carlos Di Pasquo. Vestuario: Calandra-Hock. Iluminación: Hernando Tejeiro. Música: Martín Bianchedi. Sala: Astral, Corrientes 1639. Funciones: los jueves y domingos, a las 19; los viernes y sábados, a las 20. Duración: 100 minutos. Nuestra opinión: muy buena.
En formato de comedia ágil, divertida, aunque por instantes se vuelve dramática, Porteñas, de González Gil y Botti, que se repuso a veinte años de su estreno, es una pieza que permite recorrer el siglo XX de la Argentina a través de algunos de sus hitos más trascendentes. Entre ellos el viejo enfrentamiento de los anarquistas, el 1° de mayo de 1909, en la plaza Lorea, durante el gobierno de Figueroa Alcorta, hasta la muerte de Gardel en 1935; los inicios de la lucha por los derechos cívicos de la mujer hasta que en 1951 Eva Perón logró que la mujer pudiera votar por primera vez, un derecho por el que venían luchando desde hacía varios años, entre otras personalidades, Alicia Moreau de Justo. También como uno de los hitos más dolorosos se recuerdan los golpes militares, el Cordobazo; o la lucha de las Madres de Plaza de Mayo (muy aplaudida esta escena por el público), hasta la llegada del gobierno democrático de Raúl Alfonsín, en 1983.
Si quizás al leer esto se cree que el espectador se va encontrar con una propuesta algo tediosa o abrumadora, nada más alejado de ese pensamiento: Julia Calvo, Cecilia Milone, Andrea Politti, Romina Richi y Mica Riera se comprometen en cuerpo y alma para componer, interpretar y emocionar a la platea, con una serie de diálogos tan divertidos como insólitos, o de un sentido común que despierta la emoción del público, que aplaude, a veces, sus ingenuidades, de acuerdo al rol que le haya tocado en suerte a cada una. Uno de los personajes quizás más ingenuos es el de la mujer del almacenero, que tiene un hijo tras otro, pero cuyo carisma y ternura no deja de conmover; hasta la mujer del militar, quizás la más “reaccionaria” del grupo y la que luego terminará confesándole a las otras un secreto que dejará mudas al resto de las bellas, cuyas ideas discutibles o no, terminan representando a la mayoría.
El gran motor que lleva la nave a buen puerto y atraviesa algunas aguas torrenciales y polémicas discusiones en las que se trenzan estas porteñas es el papel de anfitriona pizpireta, ama de casa y mujer de un senador, a cargo de Julia Calvo. Inquieta, movediza, gritona, contenedora, la actriz tiene la virtud de saber hacer coincidir hasta los polos más opuestos de estas mujeres. Así ocurre que en esas reuniones a las que van a compartir sus luchas, sus penas, pero también el activismo que asumirán ante hechos políticos, o cuando haya que ir al Congreso a planfletear para el que patriarcado de las bancadas entienda que la mujer debe tener voz y voto frente a lo que se discute sobre el futuro del país. Otros personajes, como el de Andrea Politti –la mujer de un anarquista– exhiben su potente personalidad y carácter, opuestos a la más seductora de estas damiselas, papel a cargo de la bella Romina Ricchi.
Como un gran conocedor de los trucos para conquistar al gran público, Manuel González Gil desde la dirección supo escuchar y muy bien a estas actrices de carácter y dominio de la escena, para convertir la pieza en una especie de ping pong de diálogos certeros, no exentos de picardías, de travesuras, de saber que se tienen unas a otras para contenerse a pesar de que no coincidan en sus ideologías, en lo que piensan del hombre, de la toma de decisiones, o de necesitar imponer sus voces. “Juntas podemos”, parecen decir, y eso el público lo agradece.
Otro hallazgo de esta pieza es que cada personaje se convierte en una especie de arquetipo representativo de una época determinada. En el decorado de un living que a lo largo de las décadas casi no se modifica, este excelente equipo de actrices, muy queridas por el público, hacen notar su compromiso con convicciones que se perciben en sus cuerpos, en sus timbres de voz, en sus emociones. El sentido común, el diálogo directo, el despojo de intelectualismos superfluos que no ayudarían a comprender de lo que trata cada hecho también son patrimonio de los autores y del director, conocedor de cómo llegar a una platea que se dispone a disfrutar y aplaude de pie ese final a toda orquesta en la que este equipo de actrices se trepan a una hamaca con una bandera argentina dispuestas a no claudicar y a no dejar que las dobleguen las dificultades, sino que prime siempre una cuota de esperanza por el bien común.
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