Polémica experiencia escénica
Choeurs divide aguas en Madrid: tomadura de pelo o pensamiento revolucionario
MADRID.– El espectáculo denominado Choeurs (juego de palabras entre coros y corazón) y exhibido en el Teatro Real desde el lunes ha provocado reacciones nada habituales en la crítica musical madrileña. Sorprende la adjetivación desplegada por los periodistas en sus comentarios, porque se aparta notablemente de la mesura tradicionalmente utilizada en las columnas musicales de esta ciudad, además de registrar la manifiesta irritabilidad de un público que casi siempre se caracterizó por su indulgencia.
Prácticamente todas las opiniones publicadas al día siguiente del estreno coincidieron en señalar los desatinos de una puesta que el Real publicitó como expresión artística de "la fuerza de la unión de las voces para cambiar el mundo, evocando la «primavera árabe» y el movimiento global de los indignados". Algo que el crítico Darío Prieto, de El Mundo, definió como "una apuesta arriesgada que ha dividido al público en aplausos y pataleos a partes iguales". Esto, sin dejar de relatar que, después de arrastrar a un niño por el escenario, una de las bailarinas empezó a recitar en francés: "El marxismo me resulta de una extrema pobreza", "el simplismo es fascista", "haría falta una función igualitaria de la pobreza; si todos los países del mundo muriesen de hambre de igual manera se podría empezar de cero".
Por su parte, Roger Salas, de El País, escribió que "Choeurs es el apogeo cursi de la ropa de mercadillo, una loa a la estética pobre muy de los años ochenta del siglo pasado como su pretendida ideología de pancarta. El planteamiento dinámico es superficial, ridículo, esnobista y con un lamentable fondo satírico sobre la música, que roza lo obsceno". Y más delante: "No hay nada novedoso o medularmente experimental en esta indignante más que indignada representación repleta de palabrería, a la que se debe catalogar de oportunista en la manera de citar la crisis global y otros dramas contemporáneos en una especie de ensalada puramente efectista. Los diez artistas de danza se contorsionan entre el baile de San Vito y la atracción de feria". Y remató: "Faltó «La Internacional», pero ésa ya la bailó Isadora Duncan hace casi un siglo".
El prestigioso musicólogo José Luis Pérez de Arteaga, en su columna de La Razón, calificó el espectáculo como "una sucesión mayoritaria de paparruchadas, cuya enumeración supera los lindes de este comentario. Pero valgan como ejemplo el Coro de los peregrinos de Tannhäuser convertido en dramaturgia de danzantes epilépticos que pugnan por ceñirse la ropa interior –innecesaria tarea, ya que todos terminan en pelota picada– o el "Patria oppressa" de Macbeth en forma de dúo de bañistas. Hubo sonada división de opiniones al acabar, y lo que para unos fue tomadura de pelo, para cierta crítica será cumbre del pensamiento artístico revolucionario. Pero en la noche hubo un triunfador absoluto, Gérard Mortier, el hombre que ama la provocación y el escándalo por encima de todo. Y una vez más logró su objetivo. Con creces".
Al margen de esta tan cuestionada representación que ingresará en el anecdotario de una ciudad no demasiado inclinada a las experiencias fronterizas ni a los ruidos fuera de lo común, este nuevo espectáculo del Real viene a reactivar la vieja discusión sobre las fuentes de la danza. Para la gran mayoría de los coreógrafos, todo es bailable: un aria operística, una misa de Bach, un soneto de Shakespeare o un momento del Ulises de Joyce. O como sucede en Choeurs y su actitud iconoclasta, obras corales de Verdi y Wagner que, por supuesto, no habían sido pensadas ni remotamente para tal cosa. Como confundir aserrín con pan rayado.