Poesía con los cuerpos
Qué azul que es ese mar / Idea, producción general y dirección: Eleonora Comelli / Intérpretes: Roberto Dimitrievich, Matías Etcheverry, Laura Figueiras, Stella Maris Isoldi / Escenografía: Paula Molina / Iluminación: Ricardo Sica / Diseño sonoro y música original: Ulises Conti / Realización de video: Pablo Pintor / Sala: Teatro del Abasto / Funciones: martes, a las 21 / Duración: 55 minutos.
Nuestra Opinión: Muy Buena
Eleonora Comelli, después de sus anteriores Domingo y Linaje, vuelve a sorprender en el panorama de la danza contemporánea argentina con un espectáculo en el que el cuerpo, el movimiento y el sonido se dan la mano con el tratamiento visual y dramatúrgico de la propuesta. Su obra despierta admiración por el modo en el que administra los recursos con los que cuenta, pero, fundamentalmente, por la búsqueda de algún tipo de evocación poética que permita que los cuerpos y el movimiento no naufraguen en un vacío meramente expresivo, sino que estén al servicio de contar una historia fuertemente asentada en un concepto. En Domingo, lo cotidiano estallaba y daba inicio a un mundo de fantasías. Aquí, muy por el contrario, no se trata de la representación de un tiempo muerto, vacío de contenido, sino de la mezcla poética entre un pasado registrado en video y un presente que choca permanentemente con él.
Todo parte de la proyección de un video casero en el que se ve a Héctor y Ana (una pareja real que registró sus viajes entre la década del 60 y la del 90), ante el implacable transcurso del tiempo. Se los ve conocerse, casarse, viajar. Se ve el desgaste, los roces, la sutil violencia latente en los modos de referirse al otro que no acaba de comprender los dispositivos tecnológicos. Allí aparece, de hecho, el primer conflicto de adecuación temporal. Ese sutil desfase lo padece la Ana real, la del video. Y a partir de allí, el juego entre los cuerpos entrará en una idéntica zona de tensión y relajación, de juego de encuentro y desencuentro. Para ello, Comelli pone a dos parejas de bailarines en edades exactamente opuestas que muestran el hoy y el ayer en forma de cruces, en forma de potencia expresiva. ¿Los que bailan son cuerpos o son meras evocaciones mentales? Hay algo en la tensión con el conflicto etario que produce la directora que genera la permanente sensación de estar ante lo espectral de un recuerdo que se vuelve materia. ¿Son los jóvenes los que se imaginan ancianos o son los ancianos los que se recuerdan jóvenes? Poco importa la respuesta. Porque, en definitiva, lo que hay allí es el reconocimiento de un tiempo presente que rara vez se vive como tal. El presente es un tiempo de fuga hacia delante o hacia atrás. Y, como en Domingo, los personajes aquí escapan imaginariamente de la realidad cotidiana, aunque ésta transcurra en un crucero en el Caribe.
Comelli se especializa en realizar poesía con los cuerpos y con los movimientos. Siempre encuentra expresividad en cada uno de los intérpretes con los que trabaja y, en este caso, los cuatro plasman sobre el escenario y de manera magistral su propuesta que es, como decía, poesía física, al tiempo que una tierna y cruda mirada sobre el transcurrir de la existencia y de los vínculos.
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