Philippe Genty: el maestro de los sueños
Hasta el domingo, el gran director teatral francés estuvo en el Camping Musical Bariloche dictando un taller intensivo; Genty había visitado por primera vez el país en 1992
BARILOCHE.– A lo largo de las tres últimas décadas, algunos maestros de la escena mundial de la vanguardia escénica que han mostrado sus trabajos en nuestro país (como Tadeusz Kantor, Pina Bausch, Robert Wilson, Peter Brook y Arianne Mnouchkine, entre otros) dejaron una profunda huella. Algunos de ese exquisito grupo (Eugenio Barba y La Fura dels Baus) dieron talleres en los que confrontaron sus experiencias con artistas locales. En ese recorte, la presencia del creador francés Philippe Genty es única: organizado por la Universidad Nacional de San Martín, estuvo hasta anteayer en el Camping Musical Bariloche dictando un curso intensivo de un mes junto a la coreógrafa Mary Underwood, su esposa y pieza fundante de la luz que irradia esta personalidad entrañable.
Invitado por los organizadores, LA NACION compartió tres días en un lugar de características oníricas junto a este maestro de sueños sutilmente entrelazados. Genty fundó su compañía en 1968, con la revuelta parisina como telón de fondo. Estuvo por primera vez en la Argentina en 1992 con Derivés , aquel espectáculo que desató una verdadera pasión.
En aquella oportunidad, su visita formaba parte de Cargo 92, una maravillosa locura del gobierno francés en la que vino la compañía Royal de Lux, el grupo Mano Negra (cuando todavía nadie conocía a Manu Chau) y la compañía de Genty, que volvió a presentarse en Buenos Aires dos años después. "De aquella primera visita, recuerdo que no paramos de dar entrevistas -dice ahora, sentado en una playa que da al lago Moreno a unos pocos kilómetros del Hotel Llao Llao-. Y fue interesante, porque fue la primera vez que la prensa preguntaba tanto sobre psicoanálisis, cosa que me encantó. Si bien Derivés era un divertimento en lo que lo psicoanalítico estaba por debajo de ese nivel, fue raro que el periodismo preguntara tanto sobre ese aspecto."
-Se me ocurren dos razones fáciles de imaginar: la fuerte influencia del psicoanálisis en Buenos Aires y, por otro lado, porque sus espectáculos trabajan esa delicada línea entre lo consciente y lo inconsciente. O sea, por partida doble las preguntas estaban servidas.
-Tal vez. De todos modos, yo disfruté mucho esas preguntas.
-¿Esa línea es una de sus premisas de trabajo?
-Sí, todas las producciones tienen esa especificidad del ser humano enfrentado a sus propios conflictos. Por otra lado, en teatro no hay tantos que practiquen esta búsqueda de una forma, digamos, divertida. Creo que toda esa línea de trabajo viene de un conflicto en mis tiempos de infancia y fue el psicoanálisis lo que me permitió abrir una puerta y darme cuenta de que no había nada ahí.
-¿Esos conflictos tuvieron que ver con su infancia en medio de la guerra?
-No. Tuvo que ver con la muerte de mi padre, quien, cuando yo tenía seis años, cayó a un precipicio. Mi madre escondió la noticia durante un año justo en la edad en la que uno está enamorado de su madre, y piensa que es mejor que su padre no esté vivo. Claro que, al esconder la noticia durante tanto tiempo, cuando se esconde algo es porque hay una culpa. En ese contexto, inconscientemente pasé a ser el culpable de la muerte de mi padre.
Con semejante puesta en escena, si vale la expresión, esta genial personalidad del teatro contemporáneo comenzó a vivir una larga noche de situaciones paranoicas, una seguidilla por 16 colegios pensionados a lo largo de diez años, pesadillas recurrentes y una sensación de estar escapando permanentemente. "No sabía por qué estaba paranoico, pero sí, sabía que algo tenía que buscar", reconoce ahora con total serenidad y generosidad en el relato. En ese contexto, el psicoanálisis le permitió abrir puertas, trabajar sobre analogías y asociaciones libres (en definitiva, casi la misma línea surrealista de sus fascinantes montajes en los que se la pasa abriendo las puertas de la imaginación).
El prefiere otra lectura a la cosa. "Creo que he hecho un camino para pacificar mis monstruos...", dice en un gentil castellano riéndose de sus propios monstruos ya domesticados.
Philippe Genty comenzó su carrera en 1961 con un espectáculo de marionetas que paseó por diversos países empujado por dos caballos. Desde 1975, en colaboración con Mary Underwood, entabla puentes con otras disciplinas artísticas al romper con concepciones tradicionales del teatro.
"¿Cómo definiría lo que hago? Es difícil. Por ejemplo, somos invitados a festivales de teatro como de danza y de titiriteros. O hemos ganado premios por el trabajo coreográfico o por nuestra labor como manipuladores de objetos. Por eso mismo, en el taller que estamos dictando hay bailarines, actores, titiriteros y un artista plástico. Lo mío intenta estar en el cruce", y señala el punto imaginario ahí mismo donde el lago se topa con la montaña y un cielo celeste.
Dentro del panorama de la escena mundial, este amable señor cree que su camino es un tanto solitario. "Hay, fundamentalmente, dos corrientes. La principal se emparenta con Stanislavsky y con el teatro de texto. Luego, hay otra corriente, casi un riachuelo, ligada a las investigaciones de Gordon Craig. O sea, un teatro en el cual los signos son el espacio, la luz, el sonido y la música", explica el maestro. En esa línea, imagina como vecinos a Tadeusz Kantor y Robert Wilson, a quienes apenas conoció en algunos festivales del mundo que saben tenerlo como uno de sus protagonistas de lujo.
Mientras él pasa sus días en medio del paisaje patagónico, hay tres espectáculos suyos dando vuelta por el mundo. Sin embargo, su cabeza está puesta en un libro que piensa editar este año (y que la Universidad de San Martín planea publicar). Luego, imagina tomarse un año sabático, cosa que estará madurando quizás ahora mismo, mientras pasea con Mary por Ushuaia antes de ir a Buenos Aires, ese territorio tan psicoanalizado que alguna vez cayó rendido a sus pies y en donde dará una conferencia de prensa.
Durante los días del taller, tanto Genty como Underwood son dos fábricas en constante producción que no paran un instante. En sus años mozos, cruzaron el Atlántico en barco y anduvieron alrededor del mundo en un destartalado Citröen. Hoy, siguen manipulando sueños. "Eso debe ser lo mío", dice y se ríe, mientras observa un lago de aguas tan transparentes como él, como la bella Mary, como sus montajes.
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