Peter Lanzani: "Tengo muy en claro lo que quiero, cómo y por qué"
Encarna nada menos que 14 personajes en El emperador Gynt, que se estrena hoy en el Cultural San Martín, dirigida por Julio Panno
Peter Lanzani habla de su trabajo como actor y sonríe todo el tiempo. Responde con seriedad, pero se ríe: disfruta lo que hace. En la charla, el ex teen angel nombrará a Nietzsche y hará suya una frase. "La madurez del hombre es haber vuelto a encontrar la seriedad con que jugaba cuando era niño", cita Peter, y cuela otra sonrisa. Aunque de todos modos duelan, los prejuicios lanzados en su contra por haberse forjado en exitosas tiras juveniles no le quitan el sueño. Está demasiado ocupado con su "búsqueda", una palabra que no casualmente repite tantas veces, casi como un mantra que lo mantiene vivo como actor. De esa inquietud nacieron sus elogiados trabajos que hizo en la película El clan, en la que interpretó a Alejandro Puccio, o en la pieza teatral Equus, cuando se puso en la piel del perturbado Alan Strang. "Me gusta buscar laburos que te presentan desafíos y te hacen salir de un lugar que quizá pueda asemejarse a la comodidad. Salir de ahí es como un salto al vacío", explica Lanzani, de 26 años, cuyo desafío ahora es El emperador Gynt, obra de Franklin Caicedo y Lito Cruz basada en el clásico Peer Gynt, del dramaturgo sueco Henrik Ibsen. Este unipersonal, que hoy estrena en el Cultural San Martín, se centra en la vida de un antihéroe que viaja entre sus fantasías y la realidad ocupándose sólo de sí mismo y a quien en sus últimos días le urge interrogarse si ese individualismo ha valido la pena. La aventura de Lanzani allí será encarnar a los 14 personajes de la obra; nunca hizo nada igual.
-¿Siempre encaraste tu trabajo buscando este tipo de desafíos?
-Creo que un poco sí. Ahora quizá puedo llevarlos a cabo, ya que aparecen las posibilidades laborales. Amo actuar y siento que mientras más me cuestione y me meta en estos mundos particulares más voy a seguir creciendo y desarrollándome como actor. Me encanta estudiar, ver imágenes, remitirme a cosas ya vistas o historias conocidas. Me gusta explorar para saber cómo es y qué le duele al personaje, de qué sentimientos está hecho... Me nace componer desde ahí. Son montañas de capas y capas, encimadas unas sobre otras. Y creo que entender el texto es clave para entrar en la atmósfera de cada historia.
-Eso de los desafíos está un poco trillado, pero tus opciones por Equus o incluso por esta obra dan fe de que en tu caso realmente corrés riesgos. Siendo tan joven, ¿no tenés miedos?
-Sí, todo el tiempo... pero en eso está el desafío. Se trata de elegir algo que te mueva de un eje y te obligue a estar conflictuado tres semanas antes del estreno pensando por qué te metiste en esto. Miedo se tiene siempre y lo agradezco, porque si no lo tuviese en cada proyecto habría encontrado la comodidad. Y ahí no está el cambio, sino en correrse de ese lugar. Y de última, si sale mal, habrá que hacer más laburo. Se aprende de las cosas buenas y de las malas... y seguramente mucho más de las malas que de las buenas.
-El emperador Gynt es un unipersonal adaptado de una obra de Ibsen que fue escrita hace 150 años. ¿Cómo lo vivís?
-Primero, es un honor y una oportunidad enorme: si una obra se mantiene así de vigente por 150 años, por algo es. Al principio, me abrumó porque es mucho texto, son muchos personajes y es una obra muy profunda. Y, además, habla sobre el ego, tan fácil de definir, pero a la vez tan difícil de interpretar. El laburo estuvo en investigar todas sus diferencias y matices.
-Y como actor, ¿de qué manera trabajaste esta multiplicidad de criaturas?
-La obra es la historia de Pedro Gynt, que se va cruzando con estos personajes a lo largo del trayecto de su vida. Hay desde miembros de su familia hasta seres oníricos que quedan a criterio de la imaginación del espectador. Y la vuelta de tuerca de que una sola persona encarne a todos cierra circularmente esto del ego del personaje principal: ¿esto que estamos viendo ocurre en su cabeza o qué es? Poéticamente, la idea es contarlo así, y es un trabajo difícil. Nunca había hecho algo parecido, quizá sólo jugando, pero sean catorce, diez o seis los personajes, es cuestión de concentrarse, fijar esas máscaras en uno y laburar.
-Has contado que tu trabajo siempre debió enfrentarse al prejuicio que quienes te miraban tenían hacia vos y tus comienzos. ¿Es muy difícil partir desde ese lugar?
-El prejuicio no sirve, pero está siempre y lo tienen todos por todo. Hay prejuicios por donde camines y es una gran falencia que tenemos como humanidad, ni siquiera como país. Yo nunca lo padecí demasiado. Traté de mantenerme alejado y centrarme en lo que soy y quiero ser. Después, al que no le guste mi laburo sólo porque estuve éste o aquél, o porque tal o cual "es un boludo", allá él. Querer convencer a todos es imposible: si no te gusta la película que hago, no la vayas a ver. Para eso existe el arte: para contar historias y que cada uno elija lo que le gusta.
-¿Tratás de que no te afecte?
-Yo tengo muy en claro lo que quiero, cómo lo quiero lograr y por qué, y es lo único que me basta. El mío es un camino sencillo y que no molesta a nadie, porque es de autosuperación. Más vale que el prejuicio afecta, siempre y a cualquiera. No es lindo. Me ha pasado mil veces que me vengan a ver a Equus y me digan: "Mirá, y yo que pensé que eras «un choto». La realidad es que tampoco soy tremendo: digamos, ni choto ni tremendo. Siento que no tengo prejuicios: si no me gusta algo, no lo voy a ver porque no lo disfruto, no por otra cosa.
-Pasaron 12 años de tu primer casting, para Chiquititas. ¿Qué cambió en vos de aquel momento a hoy?
-Todo. Más que nada, siento claridad y veo que hubo una búsqueda. Sé y, a la vez, no sé a dónde quiero ir, y en esa dicotomía sigue estando aquella búsqueda. Es muy difícil saber de entrada quién sos y qué querés. Es una lucha que uno transita durante toda la vida. Lo que sí siento es que encontré más oficio y pasión en mi laburo, me afiancé, tuve altibajos, disfruté mucho lo que hice y hubo veces en las que me dije que era la peor decisión que podría haber tomado en mi vida. Estoy muy contento con el camino recorrido y quiero recorrer más.
-¿Y esas veces en las que dijiste que era la peor decisión de tu vida?
-Es como cuando al Gato Gaudio le preguntaron cuál era el deporte que más odiaba y respondió que era el tenis. Me refiero a esa contradicción. Obviamente no es cierto, porque si no, no lo estaría haciendo, pero es una sensación que nace del cansancio y de la cabeza ocupada por tantas cosas. Amo lo que hago, lo disfruto muchísimo y quiero seguir aprendiendo, porque en el aprendizaje nada malo puede pasar.
-El sueño de Peer Gynt es ser emperador del mundo. ¿Cuál es tu sueño?
-Tengo muchos sueños porque soñar es gratis. Aunque últimamente vengo con la idea, y lo digo poéticamente, ya que estamos hablando de Ibsen, de aportar un grano de arena para cambiar y mejorar el mundo. Eso es un poco lo que hacen los actores, los músicos... porque eso es el arte. Que me vengas a ver y que yo te genere algo, te movilice, ése es el camino que quiero trazar. Trabajar personajes y generar cosas, porque creo que sentir es lo que nos hace más vivos.
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