Peter Brook: el legado de un verdadero sabio de la escena según el relato de algunos de sus actores
Sotigui Kouyaté, actor de Mahabharata y El hombre que...; y Marilú Mariní, actriz de la última producción de Brook, trazan una semblanza de este creador y renovador de la escena que murió a los 97 años
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Es sumamente complejo como fascinante intentar sintetizar la fuerza renovadora de Peter Brook en las artes escénicas del siglo pasado y en la cultura en general, ya que su trabajo incluyó también textos emblemáticos y películas transformadas en objetos de culto. El creador fallecido a los 97 años fue un viajero incansable por territorios ajenos a su cultura y fue, al mismo tiempo, el que trabajó con figuras como Laurence Olivier, Jeanne Moreau y Orson Welles. En esa ruta, siempre iba al encuentro casi permanente con los textos de William Shakespeare.
Si bien durante décadas sus producciones pasaron por todos los teatros del mundo, Buenos Aires tuvo poco contactos directos con este genial creador. En 1980 estuvo en Buenos Aires. Eran tiempos duros, de dictadura, de censura. Vino a presentar su película Encuentros con hombres notables que el ente de clasificación se negaba de presentar de manera completa. Hombre de convicciones, consiguió que se estrenara sin corte alguno. Para ello, solicitó una entrevista con el director del organismo censor a quien amenazó con suspender el estreno si su película era mutilada. Finalmente, pudo mostrar esa película filmada en Medio Oriente que culmina con el registro de una danza sagrada porque lo oculto, lo ajeno a su realidad siempre marcó su búsqueda creativa, su capacidad de escucha.
A partir de ese viaje que pasó un tanto inadvertido, solamente tres trabajos suyos pudieron verse en nuestro país. Todos fueron en el marco de distintas ediciones del Festival Internacional de Buenos Aires (FIBA) cuando dicho encuentro se daba el lujo de traer a los grandes renovadores de la escena. En orden cronológico fueron El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, trabajo creado a partir del ensayo del neurólogo Oliver Sacks, en 1999; el unipersonal La muerte de Krishna, la última parte del Mahabharata, 2003, y una versión libre de La flauta mágica, de Mozart, en 2011.
Para aquella mítica y esperada presentación del primer montaje de Peter Brook en Buenos Aires vino, como parte del elenco, Sotigui Kouyaté, un maestro de la palabra de Burkina Faso que era un verdadero mago, un encantador de la palabra como de los silencios. En un hotel de centro recibió a LA NACION y contó, con lujos de detalles, cómo era trabajar con este creador que todos los escenarios del mundo hoy lloran sus muerte. “Peter Brook me llevó a París en 1983 para participar del espectáculo Mahabharata. La obra duraba nueve horas y el texto original tiene 12 mil páginas. En esa experiencia trabajamos unos 10 años. Éramos 22 actores de 18 nacionalidades diferentes. Para mí era todo muy extraño, estaba compartiendo un trabajo junto a actores de teatro de mucho peso. Imagínese, yo vengo de un minúsculo país de África donde no hay status de estrella, en el cual el teatro nunca alimentó a nadie”, contaba con especial manejo del tiempo. Apenas comenzó el proceso los actores experimentados estaban muy preocupados porque el proyecto no funcionaba. Cuando terminaban los ensayos iban todos a beber. Sotigui Kouyaté no tomaba, pero los acompañaba para darles coraje. Hasta que el medio también se apoderó de él. “Mi personaje se enfermó”, le confesó a Brook.
“En esa obra -relataba el actor fallecido en 2010- interpretaba dos papeles, uno era un ermitaño de 3000 años. Mi conflicto con ese personaje era cómo hacerle creer al público que tenía 3000 años y que no se rieran de mí en la cara. El otro personaje era muy particular: tenía la posibilidad de decidir la hora y el día en que iba a morir. Al mismo tiempo, era un sabio hijo de un rey y un dios. Mi problema era saber cuándo era rey y cuándo era Dios. Me perdía. Cuando se lo comenté a Brook pidió mi opinión. En realidad, le confesé, creo que cada ser humano tiene un poco de Dios dentro suyo”. Frente a ese comentario, Brook le dijo: ”Bueno, hacé eso”.
Sotigui Kouyaté pertenecía a una familia de griot, maestros de la palabra, consejeros del emperador. La tradición de estos seres de la cultura africana comenzó en el siglo IX. “El griot -contaba aquella vez- es el que hacía conocer la historia en tiempos en los cuales no había escritura. La palabra era su trabajo. Eran los guardianes de la tradición, un mediador. Cuidaba la marcha de las cosas. Para alguien que comprende el significado real del griot no es complicado integrar una compañía como la de Peter Brook porque él es una especie de griot que atravesó varias fronteras”.
Mahabharata se estrenó en 1985, en el Festival de Avignon, Francia. Fue un trabajo verdaderamente icónico en la producción del creador. La última puesta de Brook fue Tempest Project, que dirigió y adaptó junto a Marie-Hélène Estienne a partir de la versión francesa de Jean-Claude Carrière de La tempestad, de William Shakespeare. La estrenó hace un año en el Festival Grec, de Barcelona, España. Entre su elenco estaba Marilú Marini, otra maestra de la palabra.
En otra charla con LA NACION, Marilú, gran dama de la escena argentina, contó como fue la experiencia de ser parte de un montaje dirigido por Peter Brook. “Debo decir que es muy sencillo trabajar con él. Te orienta hacia la columna vertebral del personaje en cuanto a sus relaciones con los demás y tiene una forma muy íntima de transmitir su pensamiento y su deseo con respecto a lo que tenés que actuar -explicaba desde su casa parisina-. Yo pienso que para él es muy especial hacer un texto de Shakespeare porque son los cuentos de su infancia. Imaginate, creo que a los 10 o 12 años armó toda una representación de Rey Lear con marionetas ante sus padres. Es algo impregnado en él pero no de una forma intelectual y estética; te diría que es algo carnal, algo que forma parte de su cuerpo emotivo, de su cuerpo evocador de mundos, de imaginarios. Y eso tan íntimo él te lo transmite con suma organicidad”.
El espectáculo fue forjado durante el confinamiento pandémico. Se trató de una relectura de La tempestad que surgió de un taller de investigación teatral impartido en febrero de 2020 en el teatro de Brook en París, Bouffes du Nord. “Peter Brook es una persona que tiene el oído del teatro tan brutalmente desarrollado que lo que te da como respuesta, indicación o corrección es siempre instrumentado. Lo que hace es señalarte los caminos por los cuales podés abrirte, nunca te indica lo que hacés mal. Entonces, claro, vos sos el que está implicado. Él sugiere algo basado en la observación fundamental de la situación porque, vuelvo a lo de antes, su conocimiento sobre el material shakesperiano no es solamente intelectual, es sensitivo. El cerebro dice yo y el cuerpo hace yo. Lo que busca es que el actor esté activo en esa idea”, explicaba.
El primer encuentro entre Marilú Marini y el maestro fue en la casa de Peter Brook. Ella fue con la alegría, como confesó con humor en aquella charla, de una “primera cita”. Estaba conmovida, excitada, como en los preparativos para una gran fiesta. Hasta reconoció que la fiesta completa era que esa obra se pueda presentar en Buenos Aires, idea que no se logró concretar.
“Si alguna vez me siento orgulloso de algo, pónganme bajo la ducha para quitarme de encima todo el peso de la arrogancia”, dijo hace un año en la conferencia de prensa que se realizó en Barcelona, que tuvo lugar días antes del estreno mundial de su última producción. A los 97 años, el maestro de la palabra y del espacio dijo adiós. La escena del mundo está de luto. “El resto es silencio”, concluyó ese encuentro con la prensa evocando un texto de Hamlet.
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