Personaje. ¿Quién es el actor destacado que también fue autor de telenovelas, trabajó en películas condicionadas y fue productor de Mauro Viale?
Con una historia digna de película, Marcelo “El Pelado” Rodríguez es una figura recurrente en el teatro y la televisión argentina; actúa en dos obras y dirige otra
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En su libro Modernidad liquida, el filósofo Zygmunt Bauman se refiere al dejarse fluir en la vida y al concepto de incertidumbre, que define a las sociedades actuales. Esto parece coincidir con la teoría que Marcelo Rodríguez aplicó a su vida a lo largo de sus 60 años. ¿Será porque es del signo de Escorpio? Lo concreto es que “el Pelado”, como cariñosamente lo llaman sus amigos, por estos días es noticia, porque coinciden una serie de circunstancias que lo gratifican. Una de ellas es que, superado el paréntesis de la pandemia, retomó sus clases de preparación del actor, en el Centro Cultural Lito Cruz (Paraná 628, primer piso). Un orgullo para él, ya que Lito, fue su mentor, su maestro de actuación y su guía en varios aspectos, no sólo artísticos. Rodríguez también acaba de estrenar una pieza por él dirigida, Siempre invierno, de la autora colombiana Yenny Agudelo (viernes, a las 20, en La Máscara) y actúa en La Ochava, de Florencia Aroldi, en Hasta Trilce, en la que es dirigido por Gonzalo Urtizberea. A su vez ensaya El organito, de Armando Discépolo, con Rubén Pires; y Un mar de luto, adaptación de La casa de Bernarda Alba, de Federico García Lorca, realizada y dirigida por Alfredo Martín (con el que previamente hizo La tempestad, de Shakespeare, y La vida puerca, versión de El juguete rabioso, de Roberto Arlt), protagonizada únicamente por hombres. Ambas se conocerán en los primeros meses de 2023.
Siempre dispuesto a cultivar un bajo perfil, Marcelo que hace reír a sus amigos, cuando sube fotos a su Instagram (@romernes) en las que no se le ve su cara, sino, únicamente su pelada, tiene una trayectoria bastante envidiable, pues se atrevió a hacer de todo en el medio artístico. Entre 1976 y 1991 estudió con Lito Cruz. Posteriormente se siguió formando con Carlos Moreno, Augusto Fernandes, Ricardo Bartis y Yoska Lázaro, entre otros. También colaboró y aprendió el oficio de guionista con Enrique Torres, cuñado de Andrea Del Boca y autor de Perla negra, en la que también actuó.
Con más de veinte piezas estrenadas entre clásicos, sainetes y comedias, en televisión participó de programas que marcaron una época: Vidas robadas, Cebollitas, Casi ángeles, Bella y Bestia, El patrón de la vereda, Piel naranja, Muñeca brava, Mi cuñado, Montaña rusa, Nano, El amor tiene cara de mujer y la lista sigue. ¿Hace muchos años que vivís de la actuación? “Por etapas sí, otras no –dice–. Por eso cuando en un casting me piden que me presente, digo que soy un ‘avecista’, a veces director, a veces actor, a veces taxista, empleado, u oficinista, encuestador, autor o guionista, productor de radio o televisión. En los años 90 trabajé como productor de Mauro Viale, en radio y en su programa de ATC, Anochecer. Para éste último me tocó hacer una investigación sobre el porno en nuestro país y conocí a Víctor Maytland (que murió el pasado miércoles 2), pionero del género en la Argentina y sucedió algo gracioso, me dijo: “los actores no se animan a actuar en una película porno” y le dije: ‘yo sí'. Y me invitó a participar en Tango: pasión de Buenos Aires y Un delito de corrupción, a las que le siguieron otras producciones, eso fue a principios de 2000, pero aclaro, no filmé escenas porno”, y se ríe. Marcelo casi siempre se ríe. Es calmo al hablar, a veces piensa unos segundos antes de contestar, o se apresura a definir algo.
Su vida ha sido un mar de hechos casuales y no tanto. Se dio así. A tal punto que recuerda a la película ¿Quieres ser John Malkovic? Por sus constantes interrogantes y su afán de aventuras. Cuando se le pregunta si cumplió el sueño de querer interpretar un personaje y logró hacerlo, dice que lo suyo “es seguir soñando, no quiero cumplir sueños. Enrique Torres, el guionista, me dijo una vez: ‘ojalá se cumplan todos tus deseos menos uno, así seguís deseando, seguís soñando’”. Marcelo señala que en su familia nadie estuvo ligado al teatro. “Lo mío fue una gentil casualidad de la vida. No me crié con mi familia, fui pasando de una mano a otra. Mi existencia es muy azarosa, en 60 años me mudé 30 veces. Me quedé sin trabajo y viví en una casa tomada en El Abasto, luego en el Tigre, el barrio de Once. Previamente, a mis 9 años, viví en Ramos Mejía, con la familia de Carlos Cavanna, el productor de Lito, ellos habían hecho juntos la colimba. Y fue Cavanna quién me llevó a hacer teatro en la sala Victorio Buccari, de Ramos Mejía. Yo ya conocía a Lito y cuando inauguró su estudio en la calle Suipacha comencé a tomar clases de actuación con él. Como con sus hijas nos conocíamos desde chicos, Micaela y Alejandra pasaron a ser como mis primas. Con ellas ahora, Nahuel Petryk, Teresa Brandon, Mariana Sagasti y Gustavo Luppi y su hijo Juan, y también con Karina Olmedo, en danza, dictamos clases en este nuevo estudio en homenaje a Lito Cruz, quién me enseñó, me dirigió, me acompañó, trabajó conmigo y me hizo mejor persona. Él me enseñó a aprehender, así con ‘h’ intermedia, como él decía. Estar boyando de un lugar a otro en la vida, hizo que, por momentos, estuviera como perdido... y el teatro me ayudó a ordenarme, a tener un horizonte. Lito fue un luchador del teatro. Hablabas con él y tenías la sensación de que lo conocías de toda la vida. Murió en 2017 y, un día antes, habíamos estado charlando sobre un nuevo proyecto suyo para el teatro Fray Mocho. Siempre nos juntábamos los sábados, en la esquina del estudio”.
La entrevista con LA NACION se realiza en el flamante centro cultural que lleva el nombre de su maestro y allí, en una de sus salas, está el mítico escritorio con molduras de madera que usaba el maestro para entrevistar a sus alumnos. Pero el “Pelado” Rodríguez prefiere sentarse con el cronista alrededor de una mesa redonda y comenta que en los años 70, el estudio de Suipacha al 100 inaugurado por Lito, era el lugar en el que había que estudiar teatro. Allí dictaron clase Carlos Moreno, David di Nápoli y en 1982, Augusto Fernandes cuando regresó de Alemania. “Ahí comencé a tomar clases con él. En esa etapa el estudio de Suipacha era como mi casa, luego de salir de una oficina en la que trabajaba me iba ahí a tomar clases, o simplemente entraba al aula y escuchaba y miraba a Lito enseñar a sus alumnos. Por esos años vi varias veces El pupilo quiere ser tutor, dirigida por él, con Moreno y Bidonde; o El emperador Gynn, con Franklin Caicedo, que la sigo recordando y aún me emociono. O Tres por Synge, Tres por Chéjov, por el grupo Repertorio, que dirigía Alezzo con Hedy Crilla, en el Payró, en la que actuaban Beatriz Matar, Chela Ruiz, Federico Luppi, todos ellos eran nuestros referentes en esa época. Allí también tuve la felicidad de conocer a Robert De Niro, que vino a promocionar Toro salvaje y visitó a Lito en el estudio, junto a Barry Primus, que con los años dirigiría a Lito, en El toque de un poeta de O’Neill, en el Apolo. Primus nos dictó una clase magistral y varios años después cuando Lito estrenó Cuba y su pequeño Teddy, con producción de Carlos Cavanna, en el Olimpia, en 1986, que fue el debut de Fernán Mirás y también de Alejandro Urdapilleta. De Niro, que la había hecho en los Estados Unidos y se la había recomendado, volvió a Buenos Aires y en ese viaje lo acompañó Christopher Walken. En aquella oportunidad De Niro dialogó con los alumnos en el estudio”.
La charla con Marcelo Rodríguez se desliza por infinitas anécdotas. Sonríe, hace silencio y destaca que es un hombre agradecido por todo lo que pudo hacer y “voy por seguir haciendo. Tuve una vida azarosa, gentil, amable, con respeto a lo que es el teatro. Hice cine y publicidad. Me casé y me divorcié dos veces. La segunda boda fue en El Galpón del Sur, aprovechando que estábamos haciendo Santa Juana de los Mataderos, dirigidos por Manuel Iedvabni. Y allí me casé con Vita Escardó, hija de Eva Giberti y Florencio Escardó. También debo agregar que tuve la gratificación de conocer a mujeres de intensa personalidad, fuertes, talentosas, como Eva Giberti, con la que Vita y yo participamos en su programa Rompecabezas, en Radio Ciudad. Conocí a Inda Ledesma cuando dirigió La vieja dama, a Tita Merello, que fue a ver a Nora Cullen en Caja de sombras, en la que actué en 1978 y 1979, dirigido por Emilio Alfaro. Un día Elsa Berenguer, que también actuaba en esa pieza, me dijo en el camarín: “te picó el bichito del teatro. Aunque no te subas nunca más a un escenario, jamás vas a dejar de sentir lo que acabás de sentir acá. Nunca el teatro te va a abandonar en tu vida”. Era muy joven y hacía el papel de un muchacho al que se le moría el padre. Eso fue como un sueño. Compartir un escenario con todos ellos era como estar en otro planeta, luego me iba a Lomas del Mirador, donde vivía, a jugar al fútbol con los pibes del barrio y no entendía muy bien lo que sucedía, pero estaba feliz”.
La televisión fue otro hito en la trayectoria de Marcelo Rodríguez. “Tuve la suerte de hacer muchos personajes y varios de ellos tuvieron notoriedad. En Nano, me sentí bárbaro. Cómo para aportarle algo que identificara más a mi personaje propuse que usara una pelotita, como una excusa para no fumar. Al autor le gustó tanto que inventó que el personaje tenía un abuelo que era prestidigitador. Eso me abrió una puerta rara en mi vida. Conocí a Feliciano Torres, hijo de Enrique Torres, que es como un hermano, en una época vivimos juntos. Y por esas casualidades comencé a colaborar con él y su padre en la escritura de telenovelas, aprendí muchísimo. Otra vez para una telenovela hice de un comisario y me inspiré en un cabo que había tenido en el servicio militar. Recuerdo que un amigo, periodista de policiales, me preguntó si ese personaje estaba inspirado en un policía que él conocía. Tengo la sensación de haber vivido muchas vidas, como ese libro de Cortázar, La vuelta al día en ochenta mundos. Fui honesto y deshonesto, mentí, y todo eso me constituye como actor y eso lo transmito en las clases. En la película El secreto de sus ojos, un personaje dice: ‘podés cambiar muchas cosas, menos el club de fútbol del que sos hincha’. Algo de eso hay. Menos la forma como mis sentidos y mis sentimientos perciben el mundo. Porque están educados así. A veces saltás como un animal enfurecido, otras como un animal asustado. Lito decía, que el hombre sabio no mata sus instintos, ni sus sentimientos. Los doma, los usa y los enseña. Para las nuevas generaciones que estudian teatro, ahora todo se volvió más inmediato. El norteamericano Sanford Meisner decía que el aprendizaje de un actor implica 20 años de trabajo. Ahora eso queda reducido a un tiempo infinitesimal. No es que sea malo, ni mejor, pero siento esa pérdida de la reflexión, de un tiempo que nos tomábamos antes, y ahora ese tiempo no es respetado. O no es atravesado. Ahora tenemos las redes sociales, no hace falta estudiar para exponerse. Y hay que tener mucho coraje para exponerse tanto para los alumnos, como para el docente. Aunque no me olvido del camino para domar el ego y trabajar como si fuéramos arcilla a moldear, algo que me enseñó Lito. Porque a veces el ego y la necedad enceguecen al actor”.
En El mar de luto, la adaptación de La casa de Bernarda Alba, hecha por Alfredo Martín, que también asume la dirección, Marcelo Rodríguez hará el personaje de Poncia, ama de llaves y confidente de Bernarda. Esta versión, creemos, es la primera vez que será representada por varones en la Argentina, aunque en España ya se ha hecho con elenco masculino. El actor explica qué el público se encontrará con una visión muy personal, que tiene que ver con nuestros cuerpos de varones, no para construir una mujer, sino para tratar de comprender ese universo de la pieza de Lorca, con todo lo que implica la época en la que transcurre, el lugar, el calor, la sequedad y el erotismo. La idea es observar cómo se atraviesan esos personajes desde lo no binario. Que no tiene que ver con lo binario hombre-mujer, o como uno se autopercibe. La idea es comprenderlo desde lo humano. No hay que olvidar que esta pieza fue escrita por un hombre y dirigida infinidad de veces también por hombres. Hay que tomar en cuenta que la anécdota es circunstancial. La pieza habla de España, de la represión, el franquismo, el sometimiento, el poder, la familia, la iglesia. Alfredo (Martín) dirige con una maestría extraordinaria y su texto está inmerso en una metáfora increíble, además de lo poético de su título. Me interesó apenas me lo ofreció. No vamos a travestirnos o a convertirnos en mujeres. Cada uno de nosotros, desde su cuerpo de hombre, va a transitar y atravesar ese conflicto que le piden los personajes imaginados por Federico García Lorca”, concluye el actor.
Para agendar:
Siempre invierno, de Yenny Agudelo.
Los viernes, a las 20, en La Máscara, Piedras 736.
Entradas $1000, se compran en la sala.
La Ochava 15/20, ciclo de obras breves, de Florencia Aroldi.
Los lunes, a las 20.30, en Hasta Trilce, Maza 177.
Entradas $1.200 y $1.000 por www.alternativateatral.com.ar
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